Pensamientos y torsiones de un domingo a la mañana
 

 

Por Jorge Fondebrider

musica-41.jpgLos domingos por la mañana son especiales. O al menos así me gusta pensarlos. En casa, soy el que se despierta primero y, después de ver el correo en la computadora, me pongo a leer el diario mientras preparo café. Más tarde le toca despertarse a mi mujer. Con el café que le sirvo, también recibe el diario. Y es ahí donde aprovecho para poner música que quiero imaginar como de domingo a la mañana. Mi elección, por lo general, depende de la luz que se vea por la ventana. También de que sea otoño, invierno, primavera o verano ya que, como todo el mundo sabe, hay música que corresponde a cada estación. Y como ahora en la Argentina, aunque hace frío, hay sol, elijo Avant dernières pensées, un disco del pianista francés Alexandre Tharaud, dedicado a interpretar la música de Erik Satie, que editó el sello Harmonia Mundi en 2009. Se trata de un CD doble, cuyo primer disco está dedicado a obras para piano solo y el segundo, a obras en dúo. Por ejemplo, piezas para piano a cuatro manos, otras para piano y violín, otras para piano y trompeta, y, finalmente, para piano y voz. Hay dos cantantes: uno de es el tenor Jean Delescluse; la otra, Juliette. Así la conoce todo el mundo, pero en realidad se llama Juliette Noureddine, apellido que revela un origen magrebí. Nacida en 1962, es también letrista y compositora, pero de música popular. Entonces, si cabe planteárselo en esos términos, es algo así como una irregularidad en un disco de música de tradición escrita. Sin embargo, hace la diferencia. ¿Por qué? Porque canta cuatro canciones bellísimas, la primera de las cuales se llama Je te veux, pieza de 1901 que lleva letra de Henri Pacory. Y ahí es cuando mi mujer levanta la vista del diario y me dice: “Qué lindo que es eso, aunque es en francés”. No me sobresalto. Ambos compartimos el prejuicio de pensar que la música cantada en francés no suena tan bien como otras músicas cantadas en otros idiomas, acaso por alguna característica intrínseca de ese idioma que obliga a la boca a tantas torsiones.

No. 41 / Julio-agosto 2011


Pensamientos y torsiones de un domingo a la mañana

 
Música y poesía
por Jorge Fondebrider


musica-41.jpgLos domingos por la mañana son especiales. O al menos así me gusta pensarlos. En casa, soy el que se despierta primero y, después de ver el correo en la computadora, me pongo a leer el diario mientras preparo café. Más tarde le toca despertarse a mi mujer. Con el café que le sirvo, también recibe el diario. Y es ahí donde aprovecho para poner música que quiero imaginar como de domingo a la mañana. Mi elección, por lo general, depende de la luz que se vea por la ventana. También de que sea otoño, invierno, primavera o verano ya que, como todo el mundo sabe, hay música que corresponde a cada estación. Y como ahora en la Argentina, aunque hace frío, hay sol, elijo Avant dernières pensées, un disco del pianista francés Alexandre Tharaud, dedicado a interpretar la música de Erik Satie, que editó el sello Harmonia Mundi en 2009. Se trata de un CD doble, cuyo primer disco está dedicado a obras para piano solo y el segundo, a obras en dúo. Por ejemplo, piezas para piano a cuatro manos, otras para piano y violín, otras para piano y trompeta, y, finalmente, para piano y voz. Hay dos cantantes: uno de es el tenor Jean Delescluse; la otra, Juliette. Así la conoce todo el mundo, pero en realidad se llama Juliette Noureddine, apellido que revela un origen magrebí. Nacida en 1962, es también letrista y compositora, pero de música popular. Entonces, si cabe planteárselo en esos términos, es algo así como una irregularidad en un disco de música de tradición escrita. Sin embargo, hace la diferencia. ¿Por qué? Porque canta cuatro canciones bellísimas, la primera de las cuales se llama Je te veux, pieza de 1901 que lleva letra de Henri Pacory. Y ahí es cuando mi mujer levanta la vista del diario y me dice: “Qué lindo que es eso, aunque es en francés”. No me sobresalto. Ambos compartimos el prejuicio de pensar que la música cantada en francés no suena tan bien como otras músicas cantadas en otros idiomas, acaso por alguna característica intrínseca de ese idioma que obliga a la boca a tantas torsiones.

Inmediatamente después, todavía guiado por nuestro prejuicio, pruebo suerte con Barbara, una de las mejores voces de la canción popular francesa. Y ambos aprobamos. Pero enseguida, como para ver qué pasa, pongo al rockero francés Michel Polnareff y ahí los dos decimos no. Casi de inmediato empiezan a desfilar por mi memoria una cantidad importante de cantantes populares franceses, muchos de los cuales fueron creadores e intérpretes de canciones adscriptas a géneros que no se corresponden, como en el caso de Satie o Barbara, a lo que podríamos llamar “la tradición”. ¿Dónde está el cortorcircuito nos preguntamos? Arriesgo una explicación, probablemente tan parcial como la naturaleza misma de nuestro prejuicio: todas las músicas populares se crean en un lugar determinado siguiendo reglas prosódicas que tienen que ver con las características del lenguaje que se habla en ese lugar. Su exportación a otros lenguajes no siempre prospera y, cuando lo hace, obliga a estos a todo tipo de torsiones que, cuando hay suerte, permiten el desarrollo de otro modelo de canción. Recurro entonces a un ejemplo que ya utilicé en otra nota (Cantar rock en castellano): el inglés es un idioma netamente acentual que permite palabras más cortas que el castellano, que es silábico. Al pretender poner en una frase creada para las dimensiones del inglés palabras en castellano es necesario a) simplificar mucho o b) alterar los acentos, como quien esconde los rollos de una gorda debajo de una faja. En la Argentina, Luis Alberto Spinetta, a fines de los años sesenta, el principal compositor y cantante de Almendra, hizo esto último y dejó una impronta tan fuerte que buena parte del rock que vino después mantuvo ese desplazamiento acentual que él propuso. Y ese desplazamiento poco a poco fue acomodándose para darle sentido a otra música que, en ocasiones, deja de ser derivativa del rock en inglés para convertirse en otra cosa. ¿En qué medida otros pueblos hicieron lo mismo? Bueno, hay rock en casi todos los idiomas de la tierra. Habrá quien haya logrado en su lengua lo que consiguió Spinetta en la nuestra. Y habrá quién no. Desde esta orilla del planeta, da la impresión de que no fue el caso de los rockeros franceses más ortodoxos con Johnny Hallyday y Eddy Mitchell a la cabeza, ni tampoco el de Telephone o Magma, ni tampoco el de Rénaud, Noir Desir o el insufrible Manu Chao con sus secuaces de Mano Negra.

musica-41a.jpg¿Se trata nada más que de un prejuicio? No lo creo, porque el mismo ruido que percibo en el francés cuando se trata del rock también lo percibo en el castellano cuando el rock se presenta clonado del rock en inglés, y me imagino que también estará presente cuando uno canta country en checo, tango en japonés, reggae en parsi y salsa en gaélico. Convengamos que el soneto, que era una forma fija italiana, llegó a España incluso antes de Boscán y Garcilaso de la Vega, quienes lo difundieron para que después Góngora, Quevedo, Calderón y Lope, entre otros, lo llevaran a un altísimo grado de perfección. Otro tanto ocurrió por esos mismos años cuando la especie llegó a Francia y a Inglaterra. ¿Vale la pena recordar que en cada país el soneto sufrió transformaciones en razón de la prosodia de las diferentes lenguas? ¿Acaso no tiene sentido pensar que las formas, como todo, en algún momento deben deformarse y convertirse en otra cosa para poder seguir existiendo?

Llegados a este punto nos sacamos el pijama, nos vestimos y empezamos a pensar en el almuerzo.


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