No. 47 / Marzo 2012


 

Homenaje a Thelma Nava*

Por Sergio Mondragón


Es un honor para mí participar en este merecido homenaje que se le ofrece a la poeta Thelma Nava, amiga entrañable de tantos años, colega a lo largo de toda la vida en el ejercicio de la poesía, y compañera en los años sesenta en la tarea de editar revistas literarias independientes y libros de poesía. Conocí a Thelma Nava cuando iba de la mano de su esposo, el poeta Efraín Huerta, por el rumbo del bosque de Chapultepec, en cuyos bordes vivían, en un luminoso departamento rodeado de ventanales y cruzado en todas direcciones por estanterías llenas de libros, al tiempo que ella editaba la revista de vanguardia Pájaro Cascabel junto con el escritor Luis Mario Schneider y el poeta Dionisio Morales. Thelma documentaba en su revista la nueva poesía de ruptura con la estética anterior, que empezaba a escribirse en aquellos años en México y otros países de nuestro continente. Los poetas que Pájaro Cascabel publicaba no escribían ya como sus antecesores sino que experimentaban y eran protagonistas en su escritura, de un cambio que se daba en la forma y el fondo del poema. Allí podía leerse a, entre otros, Homero Aridjis, Gabriel Zaid, Elva Macías, Raúl Navarrete, José Emilio Pacheco, José Carlos Becerra, Marco Antonio Montes de Oca, Isabel Fraire, Alejandro Aura, Jaime Sabines, Leopoldo Ayala, los poetas del grupo ‘La espiga amotinada’. Nombres nuevos y jóvenes en la literatura mexicana que retomaban de algún modo la corriente que había permanecido subterránea de los poetas del ‘estridentismo’ y las vanguardias, y se instalaban en tierras poéticas recién descubiertas para ellos, en forma similar a como los ‘estridentistas’ y los poetas del grupo ‘contemporáneos’ se habían desmarcado, en su momento, de la estética del ‘modernismo’ y habían inaugurado una nueva poética.

espacios-thelma-nava-b.jpg Una revolución al interior del lenguaje, cuyas consecuencias están vivas en lo que hablamos y pensamos hoy en día, y han influido en casi toda la poesía que se escribe no sólo en México sino en el ámbito más amplio de la lengua española. Porque aquel movimiento fue continental. Una ruptura estructural en todas las artes. Un movimiento que marcó y fue marcado de muchas maneras por los hechos sociales. Un nuevo romanticismo que creía en el pasado, en el presente y en el futuro de los seres vivientes, en el que se hablaba de una revolución espiritual, de un hombre nuevo, del amor y la paz, y por eso se denunciaba y se manifestaba en el mundo entero contra la guerra de Vietnam, se enarbolaba la causa de los derechos humanos, se saludaba a la revolución cubana, que aparecía en ese momento como una aurora de energía y esperanza para los pueblos del llamado “tercer mundo”, mientras a lo largo de nuestro continente la gente luchaba contra el autoritarismo, las sangrientas dictaduras militares, y los gobiernos oligárquicos que detentaban el poder en muchos países latinoamericanos.

Thelma colaboró en el Tribunal Rusell, antecedente de Human Rights Watch y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y también, durante años, en el Comité Mexicano de Solidaridad con Nicaragua, que combatió al dictador Somoza.

La década de los años 60 fue un sueño como muchos otros de antes y después, de los cuales se alimenta la esperanza humana, y una utopía de la que se tenía que despertar y que habría de desembocar en México en el movimiento estudiantil de 1968 y la tragedia de Tlatelolco… Thelma, además de haber participado personalmente en el movimiento, al igual que lo hizo la inmensa mayoría de los intelectuales, artistas y escritores de México, se ocupó del asunto en su poema ‘Tlatelolco 68’:

Es preciso decirlo todo
porque la lluvia pertinaz y el tiempo de los niños
sobre los verdes prados nuevamente
podrían lograr que alguien olvide.
Nosotros no.     
Los padres de los otros tampoco, y los hijos y hermanos
que puedan contarnos las historias
y reconstruyan los nombres y vidas de sus muertos,
tampoco.

Y más adelante en el poema, dice: “Miro pasar las ambulancias una tras otra /mientras aquí en mi auto /un anciano que sangra y no comprende nada /está en mis manos”.

espacios-thelma-nava-pajaro-cascabel.jpgÉste era el contexto social, artístico y literario en que vivía, escribía y editaba la poesía de su tiempo Thelma Nava en Pájaro cascabel, una revista que recogió y dio a conocer parte de la mejor poesía de México y Latinoamérica entre los años 1962 y 1965; una publicación en la que pudimos leer muestras de poesía náhuatl y de países como Venezuela, Cuba y Panamá, entre otros, y de la que se nutrió en buena medida, tomando de ella varios poemas representativos, la antología Poesía en movimiento, aparecida en 1966. Época de los primeros viajes espaciales, de los Beatles, de la píldora anticonceptiva, del primer trasplante de corazón, la época de oro de Bob Dylan, Jim Morrison, Jimi Hendrix y el jazz, en los discos de 33 revoluciones por minuto de John Coltrane, Miles Davis y Thelonius Monk en los tocadiscos, y el gusto de muchas personas y escritores de aquella generación; en lo literario, la crítica destacaba así mismo la novedad y la diferencia con la prosa anterior que significaban las novelas Pedro Páramo, La región más transparente, De perfil y Farabeuf. Mientras, en los versos de Thelma Nava convergían y navegaban de algún modo todos esos asuntos, que determinaron un cambio en la sensibilidad estética de la segunda mitad del siglo XX, y que alimentaron su inspiración e hicieron aparecer en ellos las vibraciones del verano, el amor y el desamor, la piel, la luz, la lluvia, el aire, la niebla, el mar, la soledad… palabras que son imágenes que son mundos, cada una en sí misma, y que han acompañado la poesía de Thelma a lo largo de su trabajo poético, hasta el día de hoy, en que sigue escribiendo, y del que no están excluidas la ironía y la analogía, elementos de la modernidad poética que se apoyan casi siempre en la estructura de un verso libre que ella sabe construir bellamente fluído y sabiamente armonioso:

Mi amor está desnudo y ha comenzado a tatuar corazones en el viento,
iconoclastas corazones dispensadores de azules albas.
Nunca la música ha cabalgado en potros más esbeltos.
Los antiguos pavorreales del verano han empezado a mirarse
desplegando sus arpas de colores.
A la luz del verano, salta, canta, corazón.
El aire quiere dormirse junto a tu boca.
Tu corazón es una maquinaria secreta que me traga.
La lluvia nos conduce de la mano hasta el pan tierno de su abrazo.
A sus puertas estamos. Sobrecogidos y aromados.

Le queda bien a lo que Thelma Nava nos dice en su poesía el verso largo, a la manera de José Carlos Becerra, una resonancia, a su vez, del poema en prosa de Baudelaire: Para quien pretenda conocer a un poeta: “¿Pero quién, bajo la lluvia, es capaz, sabe realmente cómo es por dentro ese cuerpo tembloroso, amoroso, maldito, blasfemo o perseguido de un poeta?” 

Deseo para nuestra querida conocida-desconocida Thelma Nava una larga vida en salud, bienestar y creatividad. Gracias Thelma Nava.
   

Fotografía de Thelma Nava tomada del sitio oficial
de la Fería Internacional del Libro del Palacio de Minería
http://feria.mineria.unam.mx/xxxiiifilpm/index.php?
option=com_content&view=article&id=93:ochenta-anos-de-thelma-nava&catid=46:cumpleanos&Itemid=63


* Texto leído en el Homenaje a Thelma Nava, Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, 25 de febrero de 2012.


Leer texto de Lucía Rivadeneyra...


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