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portada-casa-de-humo.jpg Casa de humo.
Scripta manet
Giovanny Gómez
Ediciones Sin Nombre/
Universidad Tecnológica
de Pereira/
Frisby S.A.
México, 2011

Por William Ospina
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No. 52 / Septiembre 2012




El joven quiere una palabra como casa. El joven poeta pide al lenguaje, una palabra que tenga la forma de un barco y añade: donde pueda ir a conocer el mar. Ha descubierto que el lenguaje es un instrumento para modificar el mundo, para viajar, para inventar, para recorrer distancias que tal vez no se pueden recorrer en ninguna otra nave. Y se hace poeta. Pero su primera comprobación es terrible: Toda mi inspiración semeja el ruido de unas manos atadas. No basta decidirlo, no basta desearlo, el lenguaje es indócil. Podemos tener la barca, pero el timón no está en nuestras manos. Podemos ir a conocer ese mar que tanto nos tentaba, pero una vez allí el mar es algo inmenso y desconocido, incluso amenazante.

La plegaria ha sido atendida, pero no nos es dado el saber sino la incertidumbre, no nos es dada la certeza dulce sino la amargura de una pregunta. De un mar a las cinco de la tarde/ cuya penumbra no conoces/ de un sabor en la boca/ que se vuelve pregunta. ¿Qué puede intentar el poeta? La sinceridad de un tono, la autenticidad de una búsqueda, el miedo a las palabras que a veces lo prometen todo, que a veces incluso lo dan todo, pero que saben también revestirse de hosquedad y de silencio, negar sus dones, desamparar de todo sentido este mundo que urge y que abruma. Entonces el poeta se refugia en una suerte de fantasmidad y se dice que no tiene verdad definitiva la realidad/ y que buscamos los sueños. Porque tal vez el mundo es lo indescifrable, lo innombrable, esa música que no escucha nadie. Y va aprendiendo a no nombrar realidades sino inexistencias, evanescencias, cosas que pudieron ser y no fueron, paraísos clausurados. Te busco/ en esa ventana cerrada en la que ya no te veo/ y por la única que vi follajes finos/ donde tanta cosa/ sigue ahí preguntando/ y mira atrás/ los cielos que se cierran/ el corazón que pierdes.”

A eso vino el joven a la colina de Catulo? ¿Para eso bebió el vino de Teócrito? ¿Por este tesoro asedió los bosques de las bestias y de las musas? ¿Para perder su corazón ante la cerrazón de los cielos? La búsqueda de la poesía es una exploración de las posibilidades del lenguaje, un moverse por un tiempo en selvas de nubes, donde todo cambia, donde las combinaciones del lenguaje, apenas precisadas por la antorcha de una emoción, forman bestiarios súbitos y efímeros. Y la conquista está en descubrir que las palabras son poderosas ante lo visible y ante lo invisible.

Después de haber pedido palabras que fueran navíos hacia la maravilla, consuelo ante lo que se pierde, descubrimos que hay un poder en ellas, una capacidad de crear hechos, de alterar realidades. Entonces ya son estas palabras que saben morder los sueños. Y curiosamente no han servido para hacernos pensar que todo es lenguaje sino para aprender a vivir en la frontera entre el lenguaje y el mundo, sabiendo que no hay una correspondencia exacta entre ambos, que hay realidades que no tienen nombre, nombres que no tienen realidad.

De repente, el poeta ya está en el mar que soñaba visitar, está una noche solo en una cabaña de un mar que ruge, está en tierras distantes de su casa, de sus gentes, y se ve poseído por la angustia. No entiende qué angustia es esa, que oscura desesperación lo atenaza al borde de la inmensidad.  No sabe que la poesía lo ha llevado hasta allí para que comprenda que ahora no quiere que las palabras sean el mundo, que ahora desea vivamente que el mundo sea real. Que este cuarto junto al mar no sea un estado de ánimo, que no sea un sentimiento la lluvia, que no sea una palabra ese mar al que tanto invocó. Y me tiro a las calles buscando que no sea miedo/ el rincón que me protege en este cuarto/ que no sea melancolía el aguacero que azota el techo/ que no sea sólo ruido este mar cercano a la puerta.

Así, Casa de humo, el libro de Giovanny Gómez, se revela como testimonio de algo que ha pasado fuera del libro, pero que sólo por sus palabras se cumple, la sospecha que alcanza a todo poeta de que la vida es sueño, acompañada de la valerosa meditación: y no sé si despertar conviene. El don la ha sido concedido: el joven ha llegado a la colina de Catulo, se ha hecho poeta, y ahora sabe que eso no es una salvación sino algo que reclama valor y lucidez. No es esa cosa fácil: el triunfo, no es esa cosa vana: la gloria, sino una existencia de riesgo y de milagro; saber que voy dormido/ hacia una trampa/ en donde ocurren las palabras.



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