Por Rosario Peyrou Son pocos los poetas latinoamericanos que han logrado alcanzar a la vez un sólido reconocimiento crítico y una amplia popularidad. Washington Benavídez, nacido en Tacuarembó (Uruguay) en 1930 -Benavides con "s" es su curioso seudónimo de poeta- es uno de esos raros casos. Tal vez su vastísima cultura poética, la libertad con que ha ido construyendo su obra y el papel que jugaron sus textos en el desarrollo de la música popular uruguaya, especialmente durante la resistencia a la dictadura militar (1973-1985) ayuden a explicar esa visibilidad infrecuente. En alguna ocasión el músico Eduardo Darnauchans me contó que en el liceo de Tacuarembó, analizando Noches blancas de Dostoievsky, el profesor, Washington Benavídez, hizo escuchar a los alumnos un par de canciones de Simon & Garfunkel que estaban relacionadas con ese texto. Gracias a esa lección, ha dicho Darnauchans, "para mí desde muy temprano se borraron las categorías". Un poco después, a fines de los años 60, un grupo de muchachos se reunía en casa del profesor. Eran músicos y escritores o querían llegar a serlo. En esas veladas de música y literatura intimaban con Chejov y Dostoievsky (al que llamaban familiarmente "el Dosto"), con los trovadores provenzales, con los concretistas brasileños, escuchaban música medieval o renacentista, y a Little Richard, a los Beatles, a Bob Dylan o Atahualpa Yupanqui. Los muchachos eran los poetas Eduardo Milán y Victor Cunha, el narrador Tomás de Mattos, y los músicos Eduardo Darnauchans, Eduardo Larbanois, Carlos Benavídez, Héctor Numa Moraes. El maestro, que siempre se ha negado a considerarse como tal, dice que en esas reuniones nunca hubo jerarquías, que él aprendía junto con sus discípulos. Lo cierto es que de ahí salieron muchas de las canciones que marcarían una época de la música popular de calidad. Y es seguro que también salió de allí más de una vocación literaria consolidada, como es fácil comprobar atendiendo a esos nombres. Pero sobre todo, a la sombra de Benavides -"Bocha" como le decían los muchachos-, se aprendía lo que dice Darnauchans: que no hay arte culto y arte popular, ni nacional o extranjero, que el arte es uno solo porque su función es siempre hacernos más sensibles, más auténticos y más libres. Toda la obra de Benavides es una transgresión de las categorías y las normas consolidadas, una afirmación de libertad en el terreno de la creación. Culto y popular, transparente y complejo, provinciano y cosmopolita, a propósito de Benavides se ha repetido la fórmula que inventara el poeta Elder Silva y que lo define como "una sociedad de poetas vivos". Lo llamativo, lo que vuelve incanjeable su obra, es que a través de esos registros tan disímiles Benavides ha buscado respuestas a las mismas preguntas, ha consolidado una mitología personal, ha dibujado, al fin, su propio rostro sobre la superficie cambiante de su escritura. El poeta y la poesía La pregunta sobre qué es y para qué sirve la poesía recorre como un fuego subterráneo toda la poesía moderna. Expulsado como Adán del paraíso por la sociedad industrial el poeta (que fue "profeta" y tuvo una misión sagrada en la antigüedad clásica) se pregunta sobre su identidad y su misión en la sociedad, sobre la relación entre la palabra y el mundo. Ningún poeta verdadero ha dejado de planteárselo. Desde Rimbaud los poetas quisieron "cambiar la vida" y buscaron distintos caminos para darle un sentido a su tarea. Renovar las palabras de la tribu, viabilizar otra forma de conocimiento, encontrar analogías secretas entre el hombre y el universo, "pensar" de una manera distinta al pensamiento racional, afirmar el juego y la imaginación frente a un mundo utilitario, fueron algunas de las muchas respuestas que los poetas han dado a la pregunta sobre la poesía. Esa inquietud late desde los inicios en la obra de Benavides, y está en el origen de su extraordinaria versatilidad. Ninguna respuesta parece conformarlo y esa búsqueda, como la del pintor japonés Hokusai, es la que lo empuja hacia la experimentación permanente. "Yo no soy de por aquí" Desde sus primeros poemas publicados en la revista Asir, a comienzos de los 50, Benavides se reveló como un poeta genuino: un lirismo refinado, una fuerte imaginación poética, una destreza natural para los ritmos, un oído musical privilegiado. A la vez también mostró desde el inicio un impulso transgresor que lo llevaba a quebrar la retórica, a huir -cuando era necesario- de lo literariamente prestigioso: Tata Vizcacha (1955), fue quemado en la plaza pública en un auto de fe organizado por un grupo neofascista, es un libro áspero, deliberadamente prosaico, compuesto a la manera de la Spoon River Anthology de Edgard Lee Masters. Lo curioso es que a la vez, Benavides estaba escribiendo los textos que luego publicaría en El Poeta, un libro hondo y personal, que contiene los sonetos metafísicos de Los pies clavados y abre una vertiente que también reaparecerá, subterránea, a lo largo de sus quince libros posteriores. Con Las milongas (1965), su libro más célebre, inaugura otra línea que lo acerca a lo popular, a la tradición de sus mayores: "Yo escuchaba a mi padre y su vihuela,/ su son antiguo, su perfecta escuela/ de patriadas, de sierras y bailantas.../ Sabía, desde niño, que aprendiendo/ esos sones, me estaba componiendo/ como cuando de un sueño te levantas" (dice en Inventario personal, de Finisterre un libro publicado veinte años después). Lo que lo diferencia claramente del nativismo es que a través de los octosílabos de las milongas y del paisaje del pago, Benavides hacía una poesía existencial, de diafanidad aparente, que no tiene nada de costumbrista o de ingenua. El motivo simbólico del viaje, el de la búsqueda de un lugar "otro" que le dé sentido a la existencia personal y colectiva ya aparece en ese libro: "Yo no soy de por aquí/ no es este pago mi pago/ que es otro que ya no sé si lo hallo". Ese lugar utópico se confundirá más tarde con los nombres que le dieron otros poetas y que Benavides toma como propios: la Pasárgada de Manuel Bandeira, la Fontefrida del romance, la Sansueña de Luis Cernuda, la Canterbury de Chaucer. También aparecen en este libro los versos que la crítica ha repetido como resumen de su arte poética: "Por eso no se sorprendan/ si contrapuntean aquí/ la guitarra de Gabino y el arpa del rey David". Dos tradiciones: la popular personificada en el payador Gabino Ezeiza, la culta simbolizada en el arpa de David. Y siempre la música, "la música mi madre", como ha escrito. Una poética de la lectura Lector omnívoro y de insaciable curiosidad, Benavides tuvo desde muy joven trato con los clásicos y con la tradición moderna, incluyendo a la poesía inglesa, menos transitada por los poetas uruguayos del momento. El encuentro con la obra de Ezra Pound le dio la libertad necesaria para usar esas lecturas en la construcción de sus propios textos. El trabajo de Pound sobre la tradición, su uso del collage, la paráfrasis y la parodia, alimentó ese "tejido" que Benavides ha hecho con las palabras de otros poetas desde la poesía china a los griegos y latinos, de los trovadores provenzales a la poesía moderna. Libros como Hokusai, Lección de exorcista o La luna negra y el profesor, son claras muestras de esa modalidad, aunque la cita es un recurso constante en casi todos sus títulos. Los experimentos en los límites entre poesía y prosa que hace en Historias, Fotos o Tía Cloniche, también se relacionan con la lección de Pound y su preocupación por devolverle a la poesía su precisión, su "condensación" de sentido, una secreta tensión fuera de la retórica "poética" gastada por el uso. La labor del poeta es entonces también una tarea de recuperación y de sostén de la tradición literaria. Relectura del pasado: resignificación del pasado. La suya es, como en Borges, una poética de la lectura, o una poética antropofágica, para usar la fórmula de los modernistas brasileños. Y en eso, entronca con ese rasgo cosmopolita que para Octavio Paz define la poesía hispanoamericana. En un poema de El Molino y el agua, significativamente titulado Prontuario hace el recuento de algunos nombres: Borges, Macedonio Fernández, John Donne, Berceo, Garcilaso, Bernart de Ventadorn, Pound, Sabines. (Pudo agregar Laforgue, Bandeira o José Juan Tablada). La poesía anula los tiempos y los espacios, hace contemporáneos a hombres que escribieron con siglos de distancia. Porque Benavides sabe que "El poema no empieza/ donde empieza/ ni acaba donde acaba" (...), (Definición de Fragmento en Lección de Exorcista) y dice luego "Pero el poema comenzó antes (cuando entramos, la función ya había comenzado). Y será bueno si podemos dar testimonio del fragmento/ que vimos. Nada más." Y agrega luego, "Pero recuerda: ese tejido no lo empezaste tú/ y no será tuya la puntada final". La intertextualidad es la puesta en obra de esa convicción. Simultáneas, la alondra de Bernart de Ventadorn y la calandria de Benavides cantan contra la adversidad y la muerte, empujan "ojos y frente oscuros a lo alto" (Hokusai). El poeta se sabe portador de ese fuego que deberá entregar a otros. Es la poesía la que lo saca de su soledad y lo impulsa hacia los otros y hacia el mundo. El poeta en la calle Por qué se escribe, para quién se escribe, cuál es el lugar del poeta -la calle o la torre de marfil- son algunas de las preguntas que se plantearon los poetas de su generación. En Murciélagos (1981) escrito en plena dictadura militar, esa pregunta vertebra el libro. Sintiéndose solo, fracasado, "bandera de remate", "trapo suelto", el poeta lucha por no ser "ni ave de paraíso/ ni sapo de otro pozo". Y concluye que los otros, los prójimos son los que dan sentido a su contienda con las palabras: "Esos grises (los míos)/ me sostienen./ Son mi peto infranqueable/ mi baciyelmo/ puro". En su diccionario personal, la ciudad con sus estridencias es un símbolo del exilio, del destierro de aquel lugar utópico que en la memoria se confunde con el pago y adquiere la significación de la vida verdadera. Pero la ciudad es una metáfora doble: es el exilio, pero también el barco compartido, la responsabilidad hacia los otros; el poeta o "el profesor con su paraguas" es también el hombre entre los hombres. En consecuencia, nada puede quedar excluído de su poesía: expresiones populares conviven con palabras del mundo de la propaganda o del cine y se mezclan con otras prestigiadas por la literatura. Como los exterioristas nicaragüenses, hay un Benavides que cultiva una poesía impura hecha con los elementos de la más vulgar cotidianidad, con cosas de la "costrosa vida" ("Area de la belleza" en Poesía). Y un Benavides urgente, que no pretende quedar en la memoria sino cumplir una misión concreta. Afortunadamente esa poesía comprometida no lo limita, como ha sucedido con tantos de sus contemporáneos. Benavides sabe que su obligación última es con la poesía ("Ni al César lo que es del César ni a Dios lo que es de Dios", dice en Lección de exorcista). Dudo, luego creo Una inquietud metafísica está detrás de la pasión con que Benavides ha vivido su vocación y sus dudas. De esos "crisantemos de la desesperación" como llama a los versos desechados en la papelera, de esa lucha con las palabras, se desprende una necesidad de trascendencia, una interrogación a ese Dios "turbulento y callado". Desde los sonetos de Los pies clavados al bellísimo El mirlo y la misa (2000), el poeta, como Jonás, huye de un Dios que no deja de acosarlo. El amor erótico, la pasión civil, la tensión hacia una Sansueña siempre esquiva, son también nostalgia de una armonía última que dé sentido a la existencia. Imprecatorio a veces, como un heresiarca que no se conforma con las explicaciones fáciles y tranquilizadoras, ese Benavides que dialoga consigo mismo y con los demás también habla con Dios. Aunque a veces piense que sus "pesados pies/ que solo el polvo asila/ jamás levitarán hacia la luz de arriba" toda su poesía es una afirmación ética y estética que lo lleva (y son sus palabras) a "comprender que el hombre no es una circunstancia,/ no es un azar impuro,/ y que siempre estará por encima del polvo..."
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Selecta de Benavides
Diferencias vamos a escuchar las voces sus diferencias a oír ponga el jilguero lo suyo y el pirincho lo haga así pero vamos a entendemos que lo que quiero decir no es opinión sobre gustos dura tarea o feliz como un borracho que muere ahogándose en un barril yo vengo de un fondo viejo con Berceo a la nariz y endulzó la villanesca el agrio son del país, pero un puente de guitarra fue lo que me trajo a mí por eso no se sorprendan si contrapuntean aquí la guitarra de Gabino y el arpa del rey David.
De Las milongas, 1965
El jugador
supo jugar el ajedrez con el Diablo sin abandonarle jamás ninguna pieza grande. Sir Thomas Browne
Necesito saber (Fausto, Sir Thomas) sin influencias de Madona Luna; sin la alquímica busca de fortuna; sin salamandra o piedra en las redomas; Esta hoja verde, el hueso recubierto de fina piel y carnes deleitosas; el grito desolado en aquel huerto: ¿sólo negras simientes de las fosas? ¿Es la Naturaleza el artificio de Dios? ¿Y es ésta luz sólo su sombra? ¿Una entrega absoluta es fino vicio; y qué del cátaro, del albigense? He jugado con el que nadie nombra y entablamos. ¿Quién vence, nos convence?
De Poesía, 1959-1962
Anda un amigo Anda un amigo en medio de la noche. Han cerrado los bares. Las persianas de acero bajaron con estrépito. Los gatos deslizan apetitos. Anda la luna por ahí, velada. Pasan coches y luces; sobreviene, después, un silencio que mueve la plantita en la cornisa; silencio que hace un chambelán de un grillo -del canto de ese grillo-. Anda un amigo en medio de la noche. No lo conozco. Y él no me conoce. Andamos cerca o lejos, nos cruzamos -acaso- en una calle. Compartimos un ómnibus, un cine, un banco de una plaza. Anda un amigo y ando yo que soy amigo de ese hombre. En órbitas distintas -nunca ajenas-. Pero vamos a hallarnos. En medio de la noche o con la aurora de rosados dedos, vamos a hallarnos. Y tenemos que estar preparados a ese encuentro. Por ahora, susurra el viento oscuro, graznan letreros viejos y el grillo mete lima. Ya no pasan los coches. Pasan restos de diarios y un cartel liberado zapateando en el polvo. Estoy seguro. Nos encontraremos.
De Murciélagos, 1981
Canción de los lentes El poeta envejece. No ve la línea, la delgada silueta que, antes, veía. La escritura le baila una polkita; se le van los matices, las golondrinas. Pero se puso lentes y oh maravilla se dibujaron netas las golondrinas. Apareció de nuevo, -la delgadiña- aquella del romance, palabra limpia... Los tipos de su máquina la tinta china por más que los limpiaba no aparecían... Se arrimaba a la hoja cuanto podía, su nariz borroneaba la letra fina... Pero se puso lentes y oh maravilla volvieron las "corrientes" las "cristalinas"... Y releyó a Pessoa y a Carlos Williams y anduvo con Sabines por la cornisa... Ahora es un "cuatrojos" es un "lenteja" pero ve lo que escribe y lo que piensa.
De Finisterre, 1986
Confusa exaltación y representación de la dama
a Nené
-"Estás igual.." No. -Claro que envejeces; -horrible fuera: sola y detenida, mientras brotan y siegan a las mieses, y el tren se va y el corazón trepida... "Si universo y si tiempo nos sobrara..." -Lo dijo Marvell- en un nomeolvides si "La púdica amada" titubeara... Ronsard lo reiteró y hoy Benavides. No temo por la pérdida segura de aquella perfección, de aquella cara, porque no es eso lo que al fin perdura. Old Ezra bien lo supo. Rememoro su lección (aunque tiemblo al deterioro): "Si universo y si tiempo nos sobrara"...
De Poesía, 1959-1962
Cuando se vive al borde Cuando se vive al borde de una ciudad de conmovidas piedras- a la que obviaron un destino de naufragio y ceguera y el invierno -que agobia oscuramente- es la pared de su verdín cubierta, no es fácil Garcilaso ni la Egloga; -aún el helado visitante filtra su humor entre las piedras- mírenlo -alumnos de poesía- y miren el vaticinio de las quemas... No es fácil ver ando la calle llega con sus volados árboles y muros y entre hojas y lágrimas nos ciega. Ni enviar un ramo de palabras tristes cuando la carta obstina en barajar sus fechas...
De Poemas de la ciega, 1968
El viejo loco del dibujo Escrito a la edad de setenta y cinco años por mí antaño Hokusai hoy Sakio Rojin el viejo loco del dibujo. Dibuja lo que quieras -no lo que sepas (ya vendrán a enseñarte los maestros) -pero se contradice- el viejo loco del dibujo. Pelea samurái con tus pinceles sobre papeles esteparios ajústales el recio bambú en los lomos blandos a los que venden a sus hijas reviéntalos Mira después de todo ángulo al seno azul del Fujiyama (o de un cerrito de tu tierra -¡el Batoví Dorado!- cualquier cerrito de tu tierra con una gris calandria encima).
De Hokusai, 1975
La revelación Deodoro pisó el marco de la puerta y allí quedó, tieso. En la penumbra de la sala vislumbró las visitas: ropas oscuras (faldas) y, de pronto, (aparecida) vino hacia él y le besó en la mejilla, una niña vestida de blanco (zapatos, medias, falda) de pelo renegrido (en trenzas) y ojos como azules. Deodoro volvía de una -infructuosa- caza de cardenales, en los talas del cerco. Ante la niña, se le cayó el frasco de "pega-pega". La jaulita vacía. Perdió los pies, el pecho se le hizo humo, se le soltó la cabeza como un globo con gas. Y si no se volvió, allí mismo, en el marco de la puerta, un montoncito de ceniza, fue porque -todavía- le quedaban dos años para soñar y despertarse sudando frío en la madrugada.
De Tía Cloniche, 1990
Negativo de una canción Esa calle es la misma con la persiana verde con el jardín sombrío por las altas paredes y el piano que malrota sonatas de Clementi esa calle es la misma tiene una gata y tiene la misma luz de otoño los árboles de siempre esa calle no digas que es la calle de siempre ni es su jardín rotoso ni su persiana verde reseca y carcomida ni sus viejas paredes a veces suena un piano pero muy pocas veces no es la misma esa calle que es otra indiferente sembrada como todas de pisadas estériles esa calle no digas que es la misma no sueñes.
De Los sueños de la razón, 1962-1965
No es un tigre de papel El tiempo está en los otros. Al acecho. (Y el tiempo no es un tigre de papel) Hasta que salta de un rostro conocido Y como quien revela una fotografía lo vamos descubriendo (sin espejo). El tiempo está en nosotros. Que nadie pierda tiempo cerrándole las puertas Que nadie crea alejarlo porque no se le nombre (ni metiéndote bajo de la cama ni perdiendo la fe). Queda otra instancia aún. Cuando descubres que ralea el ejército de los conocidos. Y alguien dice: "Ha muerto Helena" -y eres tú que has muerto- "Ayer murió Ramón" -y con él mueres-. El mundo (tu mundo) se despuebla y el compañero de la infancia te contempla con lástima y con miedo porque él también lo ha descubierto todo: la muerte está en nosotros.
De Fontefrida, 1979
Soneto dos al borde del milenio ¿Cómo te sientes, entre tantas cosas, súbitamente, vueltas diferentes? Mas, tú no las cambiaste. Si, ominosas o justicieras, descubrieron dientes, mordiendo, líderes o presidentes; ayer cantados bajo palio y rosas. Hablo de corazones y de gentes, de muros derribados y de prosas. Pero ¿están derribados esos muros? Mozos de pelo al rape, con cadenas, al extranjero invitan al infierno; las esvásticas vuelven a los muros, arden las sinagogas y colmenas.. ¿Y tú, cómo te sientes, Posmoderno?
De Poesía, 1959-1962
Prontuario 1 Soy un viejo que fía en sus neuronas, un calamar sañudo, un nigromante; mientras tiemblan las mitras y coronas en la noche del lobo y del mutante. 2 Borges no puede verse en el espejo porque se enfrenta al marco de un retrato. No es sólo error del cristalino viejo ni de un sensual oculto en un pacato. 3 Macedonio que esconde en un ropero la bombilla de luz del pobre cuarto, corrije, una vez más, su nacimiento, harto de ser y de razón más harto. 4 John Donne oye disculpas de la dama porque tus huesos con los suyos nunca ató la crencha de color de llama; bien que te dicen de la vida trunca. 5 ¡Salud! Gonzalo de Berceo. El vino, duras jornadas de cuaderna vía escritas en román del paladino: -Salva al pobre ladrón, Virgen María-. 6 Profesor de nostalgia y mal de amores, del susurrado verso, Garcilaso. Después vinieron otros resplandores: Elisa o Isabel y aquel flechazo. 7 Bernart de Ventadorn, tú me enseñaste la aflicción, la belleza del segundo; del amor que no borra ni el desgaste ni los ejecutivos de este mundo. 8 Pound permanece en Pisa y en la jaula, sólo un soldado negro lo conforta, Escribe, porque el hilo ya: se corta, contra la usura, contra el falso, el maula. 9 Sabines ya no puede con la vida: -hay tanta muerte, hay más que un mar de muerte!-. El cacto permanece, no el suicida: hay que arrancar la muela, hacerse fuerte. 10 En la tercera estrofa el verso cojo denuncia el son que en el oído apaga; y la muerte previene, cuando amaga: -no mires mi puñal, mírame el ojo... 11 Soy un viejo que duda de su sombra Que advierte su doblez y su ignorancia. Escribo -alucinado- por constancia y por una mujer que aquí se nombra.
De El molino y el agua, 1993
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