No. 54 / Noviembre 2012 |
Gracias a Carlos Henderson, devoto vallejiano, quien vivió en Ciudad de México a principios de la década de los setenta, leí poetas como Martín Adán, que me interesó mucho, y a los poetas de la Generación de los Sesenta, a la que él mismo pertenecía. Me regaló de principio un libro colectivo, llamado Los nuestros, que hoy debe ser una rareza, publicado en Lima en la Editorial Universitaria, en el cual figuran seis poetas que aparecen por orden alfabético: Antonio Cisneros (1942), Carlos Henderson (1940), Rodolfo Hinostroza (1942), Mirko Lauer (1947), Marco Martos (1942) y Julio Ortega (1942). Me hablaba mucho de ellos y me prestaba sus libros. Deslumbraban por su precocidad Cisneros e Hinostroza. Con dos libros espléndidos de juventud, El consejero del lobo (1965) y Contranatura (1971), Hinostroza se dio a conocer internacionalmente.
Frente a la obra de Hinostroza, que abarca apenas las 250 páginas, la de Cisneros es un gran bosque, pero al adentrarse en la multitud de árboles es difícil hallarle hojarasca. Varias son las parcelas en que se divide la obra de Cisneros: adaptaciones bíblicas, recreación de momentos de la historia peruana, poemas testimoniales y políticos, poemas amorosos, una divertida animalia,1 y desde luego, los viajes numerosos. De esos viajes, a su manera Cisneros ha hecho tres suertes de itinerarios, que los hace vivir en su lírica: el viaje por ciudades de América y Europa, el viaje por los tiempos del Perú y el viaje por el arte y los libros. Ha empleado a lo largo de su obra el verso libre, el versículo, el verso blanco, y en su último libro (Un crucero a las islas Galápagos), el poema en prosa. David deseaba a Betsabé, esposa de Urías, En otros de sus libros hallamos recreados asimismo capítulos bíblicos, por ejemplo, los pasajes de Jonás y “el gran pez” y el de la Susana y los viejos, de los cuales toma lo esencial y con libertad lúdica los traspone en sus propios versos hasta lo jocoso. En la Biblia se lee que Jonás,3 arrojado al mar por los hombres desde cubierta por juzgarlo causante de una tempestad que hacía naufragar el navío, se salva, o Jehová lo salva, al ser tragado por un “gran pez”, donde viviría tres días y noches en el vientre. La leyenda modifica o exagera los hechos; Cisneros prefiere que ese “gran pez” sea una ballena; Cisneros habita en el estómago del cetáceo, llega a alimentarla hasta doce horas por jornada, mira con un periscopio a las demás ballenas y se ilusiona y sueña que puede morar allí con su mujer, su hijo Diego y “todos los abuelos”. Otro de los libros del poeta limeño, o mejor dicho una parte de ese libro, que tiene como fuente un pasaje bíblico, o lo que la leyenda considera como tal, data de 1986 (Monólogo de la casta Susana). En un capítulo del Libro de Daniel, al parecer más soñado que escrito, se cuenta la historia de Susana y los viejos,4 la cual sirvió de inspiración y fue actualizada numerosamente de manera disímil por grandes pintores del Renacimiento y del Barroco, como, por casos, Rembrandt, Rubens, Van Dyck, Tintoretto, Tiepolo, Alessandro Allori y Paolo Veronese. Pero ¿en qué convierte Cisneros a la casta Susana? Divertida y cruelmente, la vuelve una treintañera chanflona, agridulce, gorda, ex rica, creyente y crédula en Dios, quien se sabe espiada, pero que prefiere ajarse “con ron y coca-cola” antes que ser tocada por un viejo repelente. Muy joven el contrahistoriador, el iconoclasta revisionista, el desmitificador que suele echar a la hoguera sagas y símbolos, relata con sequedad y crudeza, con humor negro despreciativo, momentos significativos prehispánicos, de la Conquista, de la Colonia, de la guerra de Independencia y de la guerrilla fracasada de la década de los años sesenta del siglo XX. Esta suerte de descripciones o exégesis se halla de manera evidente en los Comentarios reales (1964) y en parte de Agua que no has de beber (1971). Permítaseme ilustrarlo con dos pasajes del primer libro. En uno, en el final de “Paracas”, recuerda la necrópolis incaica de esa ciudad en la costa central del Perú: “Sólo trapos/ y cráneos de los muertos, nos anuncian/ que bajo estas arenas/ sembraron en manada a nuestros padres”; el otro, es esta sañuda profanación (“A Cristo en el matadero”): “Lleno de clavos/ tu cuerpo fue enterrado/ junto al vientre/ de las ratas. Tus palabras/ se hicieron estropajos,/ tambores pellejudos/ que anuncian/ negocios y matanzas”. En el libro hay asimismo poemas sobre la guerra de liberación, por ejemplo, sobre la batalla de Ayacucho, que dirigió, con genial estrategia, José Antonio Sucre el 9 de diciembre de 1824. Entre poemas brutales y dolorosos contados por una madre que perdió a sus hijos, hay uno, que en su desdeñosa caricatura, es magistral (“Descripción de plaza, monumento y alegorías en bronce”). El joven iconoclasta hace que a la estatua ecuestre del Libertador la acompañantes muchachas gordas (“Patria, Libertad y un poco recostada la Justicia”), y continúa a lo largo del poema, con humor explosivo, mofándose, a partir de la figura del caballo, de los altos valores políticos, cívicos y religiosos que sustentan al país, y finaliza describiendo la plaza con versos que provocan, primero náusea, y luego escalofrío: Bancas de palo, geranios, otras muchachas Pero la verdadera originalidad de Cisneros nace, creemos, a partir de la publicación de Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968)5 y continúa en Agua que no has de beber (1971) y Como higuera en un campo de golf (1972), donde creemos ver, con una pluralidad de variaciones, una sola línea. En los poemas de estos libros, que parecen escritos por ráfagas, intercala o combina, no pocas veces de manera magistral, hechos que le acaecen en la vida diaria, indicaciones culturales, notas artísticas, apuntes de viajes, grandes apegos familiares, trazos de muchachas de “piernas libres y ligeras”, penosas residencias en sanatorios, instantes de vulgaridad refulgente. Si con una palabra pudiéramos definirlos o reducirlos sería poliédricos. Lo que asombra al lector es cómo logra el montaje —cómo organiza— en el poema lo que en un principio parecería sin ilación. Cómo hojas y ramas, tan extrañamente dispuestas, parecen no colocadas por él, sino por una mano mágica que acaban formando un hermoso árbol que no se parece a nada. Con un raro sortilegio, con irreverente descaro, vuelve espléndida poesía aun la banalidad, la guasa, el despropósito. Poesía sencilla en su lenguaje, pero donde el autor, con un hábil tejido de ritmos, empleando ante todo el verso largo y el versículo, e introduciendo un “yo oblicuo” (la cuña es de Julio Ortega), hace que al lector no le sea fácil a menudo desbrozar la maraña de los contenidos, pero si el lector lo logra, queda admirado o fascinado. Cisneros parece no haber olvidado nunca la infancia traviesa ni la adolescencia burlona. Numerosos hechos se narran con toda seriedad, pero de pronto surge el escupitajo despreciativo, como cuando dice, o más bien hace decir a otro: “Qué triste ser letrado y funcionario”. O éste, donde describe a Karl Marx en sus desdichas diarias y comenta de la vasta influencia de su obra y de las consecuencias que tuvo, para acabar de súbito diciendo: “Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas”. Muy poco y muy pocos se salvan de sus dardos envenenados, de sus cubetazos de agua fría, de sus gargajos de fuego: ni historias oficiales, ni héroes en sus estatuas ecuestres, ni ciudadanos de países, ni etnias, ni religiones, y desde luego, ni él mismo.6 “La suya —escribe en 2008 en el suplemento del diario El Comercial el poeta chileno Óscar Hahn— es una poesía igualadora, por eso el poeta se echa al hombro a medio mundo. Para él los conquistadores pudieron haber sido modernos jefes de la mafia; la bíblica Susana, una vecina quejosa, y el eminente Goethe, ptimo lejano de la hija del gordo Mantique”. Recordemos dos líneas sobre ciudadanos europeos: ésta, que corre paralela como máxima histórica: “un holandés es malo, peor dos”; o ésta, donde hace una chanza de lo tapados que resultan ciertos pueblos para el aprendizaje de los idiomas: “ah los griegos son duros de la oreja”; todo mundo, dice en otra parte, sabe en Florencia llegar hasta el Duomo, “inclusive los centroamericanos”. ¿Pero cuántas glorias ficticias pululan en cada país, como el poeta Carrillo en el Perú, quien nos recuerda aquella máxima de La Rochefoucauld: “El mundo recompensa antes las apariencias del mérito que el mérito mismo”? Aun en los poemas amorosos de Cisneros hay ligereza, ternura e ironía, en especial en esa breve y deliciosa cátedra de dónde y cómo hacer el amor, titulada “Tercer movimiento (affettuoso)”, en la que es acompañado por la flauta emblemática de una muchacha católica. Esa suerte de poesía es inimitable y aun le sería muy difícil, de quererlo intencionadamente, imitarse a sí mismo. El peruano César Vallejo decía tener —lo escribió en un poema— un mapa de España en la pared de su cuarto parisiense en los años de la guerra civil; tenemos la impresión de que en sus numerosos viajes Cisneros llevó un mapa del Perú en la imaginación y otro en la memoria. Más o menos por sus poemas podemos saber países donde ha residido o por los cuales ha viajado. Hay huella de sus pasos y correrías por ciudades o puertos del propio Perú, Cuba, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Austria, Hungría, Holanda, Estados Unidos. Vivencias o recuerdos de la utopía cubana de la década de los sesenta; de la residencia londinense, donde se sintió como un adolescente y fue feliz; de los difíciles días en los hospitales del sur de Francia donde vivió su temporada en el infierno; de imágenes florentinas; del aire rojo y el polen fresco de los alerces en la noche berlinesa; de la lluvia menuda sobre las peras y los duraznos en una calle de Budapest que acompaña en su sonido la reconversión (“Porque fui muerto y soy resucitado”);7 de las colinas plácidas de Southampton o Berkeley; de las vistas de la vida diaria en las islas Galápagos en las navegaciones por el río Nanay. Cisneros recorrió numerosas ciudades europeas y americanas, en las cuales fue feliz o padeció, pero, salvo momentos, no parece haber estado muy apegado a la naturaleza. También Cisneros cultivó la poesía-crónica. En esta suerte de poesía, en la que es y ha sido un maestro, se maneja tan bien en la poesía subjetiva como en la objetiva, y claro, en la combinación de las dos. En estos poemas, con un fondo político o social, narra ante todo hechos del pasado histórico reciente del Perú, y nos da, no la “visión desmitificadora” de buena parte de su obra, sino la gran herida de su propio país, un país que, con o contra su voluntad, se lleva a todas partes.8 ¿Acaso Cisneros no le tespondió en una entrevista al poeta mexicano José Ángel Leyva,9 valiéndose de la opinión de un amigo, que “el Perú no es un país, sino un trauma”? La primera poesía-crónica, y a la vez su primera gran pieza política, la escribió al promediar los sesenta, “Crónica de Chapi, 1965”, en la que describe, con nombres propios, vida, batallas y muerte de un grupo de guerrilleros, con todo su desconsuelo y fracaso,10 pieza que a Julio Ortega le parece “el mejor poema que se ha escrito sobre las guerrillas peruanas y que no casualmente es, en vendad, una elegía al costo humano de esa experiencia, verdadero horizonte trágico de la década”. Sin embargo, lo que más apreciamos en esta suerte de escritura es sobre todo su libro Crónica del niño Jesús de Chilca (1981), que no puede dejar de leerse con tristeza y aflicción.11 Con un lenguaje sencillo y directo pero que entra directo al corazón, hombres y mujeres, en un coro múltiple, detallan pasajes y personajes de la vida de Chilca, pueblo de pescadores. Menos en el fondo que en la superficie es a la vez, creemos, un testimonio hablado por otros de su propia reconversión, de su simpatía desolada por los pobres y los pobres de los pobres —devotos del Niño Jesús-, a quienes los poderosos, que nunca parecen ver o no ven, les van robando, a través de los años, su entorno y su modo de vida. Es tal vez el único de sus libros donde el humor está ausente, o si lo hay, es un humor negro. Al margen de su tarea de poeta, Cisneros ha ejercido sobre todo la docencia y el periodismo. Muy joven siguió a Bertolt Brecht, quien lo influyó en sus libros David y Comentarios reales, y después, entre muchos, muy especialmente a T.S. Eliot, Pessoa, Lowell12 y Cavafis. A las inmensas preguntas celestes y al pensamiento abstracto o algebraico, prefirió la realidad que se puede tocar, oler, oír, ver y gustar. Nació en la ciudad de Lima el 27 de diciembre de 1942. Es uno de los tres o cuatro poetas mayores vivos de la lengua española.
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1 El poeta colombiano Juan Manuel Roca, en el prólogo al bestiario
de Cisneros preparado por José Ángel Leyva (A cada quien su animal,
México, 2008), anota: “El poeta limeño conoce y baraja los mitos, los
símbolos y la heráldica que, a lo largo de la historia, propicia el
reino animal. Pero parece descreer de la carga mitológica, se aparta de
cualquier simbología y crea una heráldica personal, de cuño moderno”. |
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