Sobre las letras de las canciones como excusa para la música

Música y poesía

Por Jorge Fondebrider

musica-56-02.jpgLa escena transcurre debajo del alero de una casa de campo, en pleno verano. Los diarios dominicales, sobre la mesa, dispuestos por nuestros anfitriones. Todos leemos y mi mujer, con su I-pad cargado de canciones que le gustan, propone la banda de sonido de esa hora. Llegamos así a “Horse with no name”, un tema de 1972, tan popular en ese entonces que llegó a vender más de un millón de copias, del trío America, un grupo de folk rock californiano, fundado en Londres, por los hijos de tres militares estadounidenses casados con inglesas.

Nuestro amigo Richard, que además de compositor y cantante, también es estadounidense, suspende por un momento la lectura y dice: “Esa canción tiene uno de los versos más estúpidos de la historia de la música”. La frase es lo suficientemente contundente para que todos levantemos la cabeza y nos lo quedemos mirando. Richard se da cuenta de que no lo advertimos y recita lentamente: “The heat was hot” (“El calor era caluroso”). Se trata de una verdad inapelable que, sin embargo, es de mero Perogrullo.

No. 56 / Febrero 2013


Sobre las letras de las canciones
como excusa para la música

 

Música y poesía
por Jorge Fondebrider


musica-56-01.jpgLa escena transcurre debajo del alero de una casa de campo, en pleno verano. Los diarios dominicales, sobre la mesa, dispuestos por nuestros anfitriones. Todos leemos y mi mujer, con su I-pad cargado de canciones que le gustan, propone la banda de sonido de esa hora. Llegamos así a “Horse with no name”, un tema de 1972, tan popular en ese entonces que llegó a vender más de un millón de copias, del trío America, un grupo de folk rock californiano, fundado en Londres, por los hijos de tres militares estadounidenses casados con inglesas.

Nuestro amigo Richard, que además de compositor y cantante, también es estadounidense, suspende por un momento la lectura y dice: “Esa canción tiene uno de los versos más estúpidos de la historia de la música”. La frase es lo suficientemente contundente para que todos levantemos la cabeza y nos lo quedemos mirando. Richard se da cuenta de que no lo advertimos y recita lentamente: “The heat was hot” (“El calor era caluroso”). Se trata de una verdad inapelable que, sin embargo, es de mero Perogrullo.

La conversación se anima y todos convenimos en que una cosa es escuchar una canción y otra muy distinta prestarle atención a lo que dice. El problema es mayor cuando, por muy bien que conozcamos una lengua extranjera, un día como éste, de muchísimo calor, advertimos por primera vez lo estúpidas que pueden ser las palabras que se cantan. Todos aportamos ejemplos. Mi mujer, por caso, recurre a las primeras canciones de los Beatles: “Love, love me do/ You know I love you/ I'll always be true/ So please, love me do” (“Amor, ámame/ Sabes que te amo/ Siempre seré sincero/ Así que, por favor, ámame”). La pregunta es: ¿quién que, viniendo del castellano, haya cantado alguna vez “Love me do” se detuvo a pensar el rango de imbecilidad de esa letra?

Mi ejemplo es otro: “Teach your children”, del británico Graham Nash, canción popularizada a principios de los años setenta por Crosby, Stills, Nash & Young. Acaso por lo pegajoso de la melodía con aires de música country, reforzada por la extraordinaria pedal steel guitar de Jerry García y las magníficas voces del cuarteto, uno se salteaba la insustancialidad de una letra con aires hippies que hablaba de que padres e hijos se enseñaran mutuamente para hacer de éste un mundo mejor.

Así seguimos un rato hasta que vino la hora de preparar la comida y poner la mesa, y cada cual se levantó para cumplir con alguna tarea que voluntariamente nos asignamos. Yo, sin embargo, me demoré pensando en que, generalmente, tendemos a separar la música de lo que cantamos, como si las palabras no fueran parte constitutiva de una canción. Sólo así se explica que a muchos les parezcan buenas las letras de canciones que, desplegadas sobre el papel, no funcionan ya no como poemas, sino ni siquiera como textos. Tómese, por caso, cualquier letra de José Manuel Arturo Tomás Chao, más conocido como Manu Chao, quien, según Wikipedia, “es un cantautor francés de origen español, de madre vasca y padre gallego. Canta en francés, español, inglés, italiano, gallego, árabe y portugués y ocasionalmente en otros idiomas”. Tal vez por eso, de vez en cuando se le haga un berenjenal en la cabeza cuando compone. Veamos la archifamosa “Clandestino”: “Solo voy con mi pena/ sola va mi condena/ correr es mi destino/ para burlar la ley /perdido en el corazón/ de la grande babilón/ me dicen el clandestino/ por no llevar papel/ pa' una ciudad del norte/ yo me fui a trabajar/ mi vida la dejé/ entre Ceuta y Gibraltar/ soy una raya en el mar/ fantasma en la ciudad/ mi vida va prohibida/ dice la autoridad/ solo voy con mi pena/ sola va mi condena/ correr es mi destino/ por no llevar papel/ perdido en el corazón/ de la grande babilón/ me dicen el clandestino/ yo soy el quiebra ley/ mano negra clandestina/ peruano clandestino/ africano clandestino/ marijuana ilegal/ solo voy con mi pena/ sola va mi condena/ correr es mi destino/ para burlar la ley/ perdido en el corazón/ de la grande babilón/ me dicen el clandestino/ por no llevar papel.” Se trata, como se ve, de una serie de memeces mal rimadas que apelan a una cierta idea entre libertaria y oportunista, a las que se suma un ritmo machacón. De acuerdo con las necesidades del todo hormonales del público adolescente, uno puede bien hacer pie en el “marijuana ilegal” para pensar que eso forma parte central del drama del inmigrante.

musica-56-02.jpgPara quien no esté del todo convencido de que, prestándole un poco de atención a la letra, la canción puede llegar a derrumbarse por completo, aquí va un fragmento de “Me gustas tú”: “Me gustan los aviones, me gustas tú./ Me gusta viajar, me gustas tú./ Me gusta la mañana, me gustas tú./ Me gusta el viento, me gustas tú./ Me gusta soñar, me gustas tú./ Me gusta la mar, me gustas tú./ Qué voy a hacer/ Je ne sais pas/ Qué voy a hacer/ Je ne sais plus/ Qué voy a hacer/ Je suis perdu/ Qué horas son, mi corazón/ Me gusta la moto, me gustas tú./ Me gusta correr, me gustas tú./ Me gusta la lluvia, me gustas tú./ Me gusta volver, me gustas tú./ Me gusta marijuana, me gustas tú./ Me gusta colombiana, me gustas tú./ Me gusta la montaña, me gustas tú./ Me gusta la noche, me gustas tú./ Qué voy a hacer/ Je ne sais pas/ Qué voy a hacer/ Je ne sais plus/ Qué voy a hacer/ Je suis perdu”. Se vuelve aquí a la comparación como recurso estructural de la letra. Y acaso porque la gramática de Manu Chao no es buena o porque para que la canción le funcione –y sea contracultural, alternativa o simplemente fumona–, necesita nombrar otra vez a la marihuana, se carga sin el menor problema el artículo obligatorio. Y así nos tiene repitiendo sandeces sintácticamente mal construidas, para no decir peor cantadas.

Mientras pongo los platos y cubiertos sobre la mesa tarareo, no sin alguna melancolía, que “La vida es una tómbola... de noche y de día.../ la vida es una tómbola y arriba y arriba”. Y es entonces que me acuerdo de “La Bamba”, deseando que la comida no me caiga mal. ....