Manuel J. Castilla (1918-1980)


Música y poesía

Por Jorge Fondebrider

musica-01.jpgNacido en Cerrillos –más precisamente, en la propia estación de ferrocarril de esa localidad del Valle de Lerma, de la cual su padre, Ricardo Anselmo Castilla, fue jefe–, Castilla es acaso uno de los mayores poetas surgidos en el noroeste argentino. Sin haber terminado la escuela secundaria, a los 18 años empezó a trabajar como periodista en el periódico El Intransigente, cuya redacción compartirió con sus coterráneos, los poetas Raúl Aráoz Anzoátegui, Miguel Angel Pérez, Walter Adet y Jacobo Regen, entre otros. Allí, según escribe el periodista Santiago Giordano, “comenzó pasando listas de farmacias de turno y resultados de las divisiones inferiores del fútbol, hasta llegar a ser uno de sus más refinados columnistas. También trabajó como titiritero, primero con Jaime Dávalos y luego con Carlos ‘Pajita’ García Bes”...

No. 58 / Abril 2013


Manuel J. Castilla (1918-1980)

 

Música y poesía
por Jorge Fondebrider

 

musica-01.jpgNacido en Cerrillos –más precisamente, en la propia estación de ferrocarril de esa localidad del Valle de Lerma, de la cual su padre, Ricardo Anselmo Castilla, fue jefe–, Castilla es acaso uno de los mayores poetas surgidos en el noroeste argentino. Sin haber terminado la escuela secundaria, a los 18 años empezó a trabajar como periodista en el periódico El Intransigente, cuya redacción compartirió con sus coterráneos, los poetas Raúl Aráoz Anzoátegui, Miguel Angel Pérez, Walter Adet y Jacobo Regen, entre otros. Allí, según escribe el periodista Santiago Giordano, “comenzó pasando listas de farmacias de turno y resultados de las divisiones inferiores del fútbol, hasta llegar a ser uno de sus más refinados columnistas. También trabajó como titiritero, primero con Jaime Dávalos y luego con Carlos ‘Pajita’ García Bes”.1 No es todo: hacia fines de la década de 1940, con cinco libros de poemas publicados y una incipiente reputación, Castilla se convirtió en uno de los letristas fundamentales de la música que inicialmente se llamó “folklórica” y que, con el tiempo, en razón de la progresiva sofisticación musical de los compositores y de la innegable raigambre culta de sus poetas, se denominaría “proyección folklórica”. “Por esos años –anota Giordano– también la proyección folklórica contemplaba ambiciones renovadoras. En 1948, Jaime Dávalos y Eduardo Falú habían compuesto ‘La Candelaria’, una zamba que prueba la posibilidad de elaborar metáforas en la canción vernácula; ese mismo año se formaba en Salta [el grupo] Los Chalchaleros, una revolución que en poco tiempo llegó a encarnar las prerrogativas perpetuas de la tradición; desde mucho antes, [Atahualpa] Yupanqui había actualizado la estampa del payador peregrino y Buenaventura Luna había instalado el folklore en las radios. En ese contexto, como muchos de los poetas de esa generación, Castilla trasladó sus asombros por el paisaje y sus hombres al emporio de la canción. A mediados de la década de 1950, […] escribió junto [Gustavo] “Cuchi” Leguizamón la ‘Zamba del pañuelo’. Fue su primer aporte a un repertorio folklórico que escuchaba sus propias expansiones y el comienzo de una colaboración que con títulos como ‘Maturana’, ‘La pomeña’, ‘Zamba de Lozano’, ‘Zamba de Juan Panadero’, ‘Carnavalito del duende’, ‘Juan del Monte’, ‘Canción del que no hace nada’, entre muchas otras, consolidó una de las duplas más formidables de la música argentina”.2

La poesía de Castilla, así como las letras de sus canciones, dan testimonio del paisaje, entendido aquí como ámbito natural, pero también social. Se trata de una observación recurrente que Pedro Orgambide resume señalando que en su poética confluyen “una vertiente lírica, de amplia expresividad, y una vertiente realista, donde se incluye lo descriptivo, lo coloquial, el testimonio directo  de lo vivido. En la confluencia de ambas vertientes, se encuentra la total identidad del poeta, cuyo canto, cuya entonación personal, borra por momentos toda calificación, para mostrarse en el renovado asombro de nombrar los seres y las cosas”.3

De acuerdo con el punto de vista del poeta argentino Santiago Sylvester, “En Luna muerta, de 1943, aparecen indicios de los temas que, con el tiempo, centrarán sus obsesiones: el paisaje rural, su gente, las leyendas y las tareas populares. En este libro, como en los dos siguientes (especialmente en Copajira) ya están los elementos, allí ya sacan la cabeza los asuntos americanos y la naturaleza desbordada; pero todavía falta, para que el lugar esté completo, algo fundamental: el lenguaje que lo ha de caracterizar, que le llega desde muchas partes, desplegado y celebrante, apoyado en el giro amplio de la frase, en el uso reiterado y sonoro del gerundio, y en una muy sutil, y nada folklórica, utilización del coloquialismo regional”.4

Hay con todo, otros matices que deben ser tenidos en cuenta. Tal como señalan Claudia Baumgart, Bárbara Crespo de Arnaud y Telma Luzzani Bystrowicz, en Castilla, “la actitud lírica frente a la naturaleza es reforzada por la enunciación en primera persona, en tanto que, al nombrar lo social, el discurso borra la singularidad del sujeto inscribiendo un sujeto impersonal que funciona como emergente de un grupo social y que se constituye a partir del cruce de voces diversas”. Lo paradójico, apuntan las autoras, es que la naturaleza se personifica y el mundo social tiende a la despersonalización. “Mientras que la naturaleza tiene la posibilidad de manifestarse y de ser –señalan–, del mundo social se predica el silencio y la imposibilidad de expresarse. El silencio cierra a menudo secuencias narrativas y caracteriza a los personajes ‘Y  es como si domara la tierra con su puro silencio’ (‘El gaucho’, La tierra de uno). Dos situaciones límiten, que en general aparecen asociadas, permiten a los personajes quebrar el silencio: el alcohol y, especialmente, el carnaval, lugar en el que entran en contacto la naturaleza y lo social”.5

Si bien Castilla se sirvió de las formas fijas y de la rima, podría pensarse que unas y otra no provienen tanto de la poesía española contemporánea –como en algún momento señaló algún crítico–, sino más bien de las marcas propias de la poesía tradicional de su provincia, de donde también nos llega la fuerte impronta de oralidad de muchos de los poemas. Sin embargo, a medida que transcurran los sucesivos libros, Castilla, tal vez acusando la influencia del Pablo Neruda de Residencia en la tierra –como se dijo, muy leído por aquellos años– se lanzará al verso libre cada vez que éste le resulte necesario.

Como ya fue dicho, es probable que su enorme celebridad a nivel nacional en el ámbito del folklore le haya restado lectores a sus libros. Pese a ello, su obra “escrita” –si cabe ponerlo en estos términos– está compuesta por Agua de lluvia (1941), Luna muerta (1944), La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949, 1964, 1974), La tierra de uno (1951, 1964), Norte adentro (1954), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970), Cantos del gozante (1972), Triste de la lluvia (1977) y Cuatro carnavales (1979),títulos a los que corresponde sumar la prosa de De solo estar (1957) y Coplas de Salta (1972). Como en muchos otros casos, esos libros aún esperan que se les haga justicia, ubicándolos entre los más importantes que el noroeste le legó a la Argentina en la primera mitad del siglo XX.

A continuación, cuatro de sus letras para zambas y otras especies folklóricas, que forman parte del ADN argentino.


La pomeña

Eulogia tapia en la poma
Al aire da su ternura
Si pasa sobre la arena
Y va pisando la luna

El trigo que va cortando
Madura por su cintura
Mirando flores de alfalfa
Sus ojos negros se azulan.

El sauce de tu casa
Esta llorando
Porque te roban eulogia
Carnavaleando.

La cara se le enharina
La sombra se le enarena
Cantando y desencantando
Se le entreveran las penas.

Viene en un caballo blanco
La caja en sus manos tiembla
Y cuando se hunde la noche
Es una dalia morena.


Zamba de Juan Panadero

Qué lindo que yo me acuerde
de Don Juan Riera cantando
que así le gustaba al hombre
lo nombren de vez en cuando

Panadero Don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba esa flor de trigo
como quien entrega el alma

Cómo le iban a robar
ni queriendo a Don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta

A veces hacía jugando
un pan de palomas blancas
Harina su corazón,
al cielo se le volaba

Por su amistad en el vino
sin voz queriendo cantaba
Y a su canción como al pan
la iban salando sus lágrimas


Juan del Monte

Chacarera amanecida
Esa que canta el zorrito
El que roba las gallinas
Y que se queda solito.

Yendo hambriao en los caminos
No le da nadie comida
Anda solo por los montes
Meta pelearle a la vida.

Él no quisiera alabarse
No quiere ser palangana
No hay mujer que no florezca
Pal zorro cada mañana.

Nadie sabe que tiene hijos
Que por sus hijitos llora
Y que por esos zorritos
A los que tienen les roba.

Cuando me le echan los perros
Aparecen todos juntos
Y el zorro en los yuyarales
Lo mismo se les hace humo.

Cuando canta con la caja
Hace llorar la chirlera
Y baila la cola al aire
Albahaca en las dos orejas.

Pobrecito Juan del Monte
Ya lo ha tapado la muerte
Y ella misma va diciendo
Triste que mató a la suerte.


Zamba soltera

Con el corazón amanecido
Sobre el tiempo derrumbado
De su añosa soledad
Pobrecita la Inesita
Tiende ancho y duerme solita.
sus manos van al gobelino bordado.

Viven en sus sueños los recuerdos
Que aromaron de caricias
Tiempos de su mocedad
Pobrecita la Inesita
Tiende ancho y duerme solita.
Sus ojos van rastreando huellas del alma.

Llegan los grises retratos
con la lluvia invernal
Y a su espejo azul cubrirá
Por no verse llorando
Pobrecita la Inesita
Tiende ancho y duerme solita

Guarda en su misal una flor mustia
Que eterniza aquel instante
Lejano y sentimental.
Pobrecita la Inesita
Tiende ancho y duerme solita.
Sus penas van rastreando huellas del alma.

Siempre está buscando entre sus cosas
Esos pequeños testigos
Del amor que nunca fue.
Pobrecita la Inesita
Tiende ancho y duerme solita.
Su sombra va persiguiendolo al olvido.




 

1 Giordano, Santiago. “El folklore, el pasiaje y el hombre”, en Página 12, 19 de julio de 2010.

2 Op. cit.

3 Orgambide, Pedro. “Castilla, Manuel J.”, en Orgambide, Pedro y Roberto Yahni. Enciclopedia de la literatura argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1970.

4 Sylvester Santiago, “Manuel J. Castilla: la elaboración del paisaje”, en La identidad como problema, Mar del Plata, EUDEM, 2012.

5 Baumgart, Claudia, Bárbara Crespo de Arnaud y Telma Luzzani Bystrowicz. “Prólogo”, en Castilla, Manuel J. Poemas. Antología. Buenos Aires, 1981.