No. 61 / Agosto 2013


Muestra poética
Los elementos del desastre
Álvaro Mutis


Antología

204


I

Escucha Escucha Escucha

la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída
alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer
como espantados murciélagos.

Escucha Escucha Escucha

los murmullos en la escalera, las voces que vienen de la cocina,
donde se fragúa un agrio olor a comida que muy pronto estará en
todas partes, el ronroneo de los ascensores.

Escucha Escucha Escucha

a la hermosa inquilina del “204″ que despereza sus miembros y se
queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
sale un vaho tibio de campo recién llovido.

¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes
como las banderas en los estadios!

Escucha Escucha Escucha

el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que invade un
resbaloso y maloliente verdín. Nada hay sino una sombra, una
tibia y espesa sombra que todo lo cubre.

Sobre esas losas -cuando el mediodía siembre de monedas el mugriento piso- su
cuerpo inmenso y blanco sabrá moverse, dócil para las lides del tálamo y conocedor de
los más variados caminos. El agua lavará la impureza y renovará las fuentes del deseo.

Escucha Escucha Escucha

a la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un
desocupado la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta
al incógnito llamado.


II

de la ortiga al granizo
del granizo al terciopelo
del terciopelo a los orinales
de los orinales al río   
del río a las amargas algas
de las algas amargas a la ortiga
de la ortiga al granizo
del granizo al terciopelo
del terciopelo al hotel

Escucha Escucha Escucha

la oración matinal de la inquilina
su grito que recorre los pasillos
y despierta despavoridos a los durmientes,
el grito del “204″:
¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!

 

Los elementos del desastre

1

Una pieza ocupada por distracción o prisa, cuán pronto nos revela sus proféticos tesoros. El arrogante granadero, “bersagliere” funambulesco, el rey muerto por los terroristas, cuyo cadáver despernancado en el coche, se mancha precipitadamente de sangre, el desnudo tentador de senos argivos y caderas 1900, la libreta de apuntes y los dibujos obscenos que olvidara un agente viajero. Una pieza de hotel en tierras de calor y vegetales de tierno tronco y hojas de plateada pelusa, esconde su cosecha siempre renovada tras el pálido orín de las ventanas.

2

No espera a que estemos completamente despiertos. Entre el ruido de dos camiones que cruzan veloces el pueblo, pasada la medianoche, fluye la música lejana de una humilde vitrola que lenta e insistente nos lleva hasta los años de imprevistos sudores y agrio aliento, al tiempo de los baños de todo el día en el río torrentoso y helado que corre entre el alto muro de los montes. De repente calla la música para dejar únicamente el bordoneo de un grueso y tibio insecto que se debate en su ronca agonía, hasta cuando el alba lo derriba de un golpe traicionero.

3

Nada ofrece de particular su cuerpo. Ni siquiera la esperanza de una vaga armonía que nos sorprenda cuando llegue la hora de desnudarse. En su cara, su semblante de anchos pómulos, grandes ojos oscuros y acuosos, la boca enorme brotada como la carne de un fruto en descomposición, su melancólico y torpe lenguaje, su frente estrecha limitada por la pelambre salvaje que se desparrama como maldición de soldado. Nada más que su rostro advertido de pronto

desde el tren que viaja entre dos estaciones anónimas, cuando bajaba hacia el cafetal para hacer su limpieza matutina.

4

Los guerreros, hermano, los guerreros cruzan países y climas con el rostro ensangrentado y polvoso y el rígido ademán que los precipita a la muerte. Los guerreros esperados por años y cuya cabalgata furiosa nos arroja a la medianoche del lecho, para divisar a lo lejos el brillo de sus arreos que se pierde allá, más abajo de las estrellas.

Los guerreros, hermano, los guerreros del sueño que te dije.

5

El zumbido de una charla de hombres que descansaban sobre los bultos de café y mercancías, su poderosa risa al evocar mujeres poseídas hace años, el recuento minucioso y pausado de extraños accidentes y crímenes memorables, el torpe silencio que se extendía sobre las voces, como un tapete gris de hastío, como un manoseado territorio de aventura…todo ello fue causa de una vigilia inolvidable.

6

La hiel de los terneros que macula los blancos tendones palpitantes del alba.            

7

Un hidroavión de juguete tallado en blanda y pálida madera sin peso, baja por el ancho río de corriente tranquila, barrosa. Ni se mece siquiera, conservando esa gracia blanca y sólida que adquieren los aviones al llegar a las grandes selvas tropicales. Que vasto silencio impone su terso navegar sin estela. Va sin miedo a morir entre la marejada rencorosa de un océano de aguas frías y violentas.

8

Me refiero a los ataúdes, a su penetrante aroma de pino verde trabajado con prisa, a su carga de esencias en blanda y lechosa descomposición, a los estampidos de la madera fresca que sorprenden la noche de las bóvedas como disparos de cazador ebrio.

9

Cuando el trapiche se detiene y queda únicamente el espeso borboteo de la miel en los fondos, un grillo lanza su chillido desde los pozuelos de agrio guarapo espumoso. Así termina la pesadilla de una siesta sofocante, herida de extraños y urgentes deseos despertados por el calor que rebota sobre el dombo verde y brillante de los cafetales.

10

Afuera, al vasto mar lo mece el vuelo de un pájaro dormido en la hueca inmensidad del aire.

Un ave de alas recortadas y seguras, oscuras y augurales, el pico cerrado y firme, cuenta los años que vienen como una gris marea pegajosa y violenta. 

11

Por encima de la roja nube que se cierne sobre la ciudad nocturna, por encima del afanoso ruido de quienes buscan su lecho, pasa un pueblo de bestias libres en vuelo silencioso y fácil.

En sus rosadas gargantas reposa el grito definitivo y certero. El silencio ciego de los que descansan sube hasta tan alto.

12

Hay que sorprender la reposada energía de los grandes ríos de aguas pardas que reparten su elemento en las cenagosas extensiones de la selva, en donde se crían los peces más voraces y las más mansas y blandas serpientes. Allí se desnuda un pueblo de altas hembras de espalda sedosa y dientes separados y firmes con los cuales muerden la dura roca del día.