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resena-diario.jpgDiario de la plaza
y otros desvíos

Marta Ortiz
Ediciones El Mono
Armado
Buenos Aires, 2009.

Por Marta Aponte Alsina
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No. 73 / Octubre 2014



Con voluntad de orfebre


A Marta Huidobro, viva en el recuerdo
A Dalidia Colón, lectora de poesía


La ciudad natal, la casa y el paisaje sustentan desde siempre el diseño de la poesía.

Obras humanas son extensiones metonímicas de la voz. Si bien el hablante lírico nunca ha sido del todo equivalente al escritor de carne y hueso, es a partir de Baudelaire que se profundiza la distancia entre el yo lírico (máscara desrealizada, sujeto retórico) y el “yo individual del escritor, cargado con su historia personal, con su estado social, y con su psicología… ” (Combe, 149)*.

Diario de la plaza y otros desvíos, de Marta Ortiz, es ejemplo de cómo ese sujeto lírico rebasa el testimonio autobiográfico. Conocer la entrañable relación de la escritora con los lugares de su ciudad (Rosario, Argentina), los datos de su biografía y el perfil de sus afectos familiares, es privilegio de sus amigos y conocidos. La escritura de este diario poético, no obstante, renueva tropos de sólida tradición en la narrativa y la escritura y es a partir de ellos que se configuran las imágenes estelares de la constelación que es el libro.

Se trata de una autora que saca brillo a las palabras con voluntad de orfebre. Su oficio impecable no busca sumirse en la oscuridad o en la representación del caos sino iluminar las cosas familiares y la melancolía que provoca su desgaste, como si el trazo pretendiera fijar
el rastro de esas pérdidas.

El Diario consta de cinco secciones: Goteo, Diario de la plaza, Mapa, Contexto y Periplo.
La primera da cuenta de la chispa que incita a escribir: los objetos atesorados en la memoria, los sentidos deseantes. La segunda encierra en el libro el universo, como otra versión del aleph; magia reductora que construye un modelo en miniatura de la plaza, con sus árboles transformados en otra superficie de escritura. Mapa es el rastro del cuerpo en sus deseos y patologías y también una relación de las vocaciones: la escritura, el canto, el arte, la simpatía cultivada. Contexto y Periplo se refieren a un entorno dominado por la influencia mediática global con su equívoca ilusión de proximidad, cuando su mecanismo radica en reproducir lo efímero mediante un abandono del yo, semejante al de la zona estéril de los aeropuertos, donde los pasajeros esperan, tras someterse al examen de sus pertenencias, el traslado a otras coordenadas.

El título del poemario des-cubre uno de sus principios dinámicos. El prefijo des se repite a lo largo del libro. La poesía es cortina de sonidos, de aliteraciones, de ritmos: desvío, desmenuzo, des-aireado, des-enterraban, deslíe, des-pintada. Uno de los significados de des, justamente el sentido que cobra en la palabra desvío, comunica la vivencia de apartarse. Esa distancia que se acentúa al revisar lo escrito separa el dolor inefable que se siente de su fantasmal destilado poético.

El prefijo homófono, de apunta a otro concepto: la posesión. Además, relaciona las palabras destello y destilar. En su des-usado origen, destello significaba gota (stilla) que chorrea y brilla. Destilar – purificar - refinar – gotear – destellar. “Goteo” de la tinta que destila, destella y deslumbra.

El oficio de Ortiz, la limpieza del trazo en poemas breves, intensos y precisos, es tan libre y disciplinado como la pericia de quien atrapa una mariposa con un solo movimiento de la red. Arte de la escritura miniada, afín a la magia simpática que al reducir domestica y posee. Los tropos dominantes aluden a las pérdidas y a la gracia de amar en medio de las ruinas: el musgo, las grietas, el óxido, la humedad, el olvido, la familia, la memoria, el gesto que se repite, el revoque descascarado, el vagabundo, las madres de Plaza de Mayo, los libros de la infancia, la casa perdida, la cajita de hojalata donde se guardan objetos banales que nadie más valorará en su secreta memoria, de esos que a la hora de nuestra muerte recobrarán su destino de vagabundos desamados. Esa caja de recuerdos me evoca el arte de Joseph Cornell, maestro del assemblage apreciado por los surrealistas, fabricante de cajas de objetos que en el encuentro fortuito revelan su magia des-atada. Cornell, citando a Nerval, llamaba metafísica de lo efímero al aura de las cajitas deslumbrantes.




* Dominique Combe. “La referencia desdoblada: el sujeto lírico entre la ficción y la autobiografía”. En Teorías sobre la lírica. Fernando Cabo Aseguinolaza, editor. Arco Libros: Madrid, 1999.


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