Diásporas: muestra poética
Radamés Molina Civilización Lucy Temerlin creció educada como un humano Aprendió a vestirse por sí misma y se sentó a la mesa con sus padres adoptivos dos psiquiatras que le enseñaron la Lengua americana de signos Lucy Temerlin es una chimpancé A Lucy le enseñamos a comunicarse y Lucy nos dejó un mensaje claro Cuando Roger Fouts le preguntó de quién eran los excrementos esparcidos por el suelo de su habitación ella pudo reconocerse a sí misma entre todos los posibles responsables Ese día supimos que no éramos los únicos en este mundo que tienen conciencia de sí mismos ni tampoco los únicos que pueden usar un lenguaje de signos Ese día conocimos una gran verdad Sin embargo, nosotros esperamos más de Lucy y trabajamos día a día con ella en espera de nuevos progresos Lucy avanza con lentitud y parsimonia en el conocimiento de nuestro mundo Hemos empezado a enseñarle, mediante la Lengua americana de signos, pensamientos más complejos que Lucy repite con gestos inseguros empeñada en no defraudarnos Recientemente Lucy aprendió a decir en la Lengua americana de signos: “Todo puede dejar de existir.” Lucy lo dijo con gestos nerviosos de sus dedos Pretendemos enseñar primero a Lucy las verdades duraderas Las verdades efímeras y mutantes son nimias y, por ello, mucho más complejas Pedro Marqués de Armas VI PUERCOS en el agua en barcazas precarias (no eran pecaríes) que llegaban de Yucatán orillados dispersos en ribazos hasta poblar las ordenanzas del tal Alonso de Cáceres fue al comienzo del sueño antes que tierras marcaran lindes y aunque perseguidos por severa ley modelaron una cultura de pequeño formato pero han vuelto al agua en barcazas todavía más precarias que parten a Guam Rogelio Saunders El silbido de la salamandra Sentado en la ribera de un río sin orillas, agrimensor sin oficio, bailando alrededor del gorro del sextante. Las multitudes no siguen a los héroes ni al oro falso al que fuga el horizonte rojo. Sólo el emparchetado blanco de saco y ronco fieltro aún señorea allí, mudo, afilado, sombrío. Deriva y carnestolenda por las que vuelven los grupos de asalto, escarabajos de muelas tiernas y ojos amarillos, llenos de polvo, como pesados camiones que danzan entre Karnak y Helión. Visto así, el tiempo es un hilandero con dos halcones que hilan: halcón de ola negra y halcón de ola blanca. El mar sin fe, podrido de hombres y engañosas barajas, canta con la voz cansada del marinero que nunca tripuló un barco, hijo de todas las velas viciadas de raíz. Quería que volvieran sus halcones, pero sus halcones no volvieron. La caza mayor de la guerra se los llevó a todos. Junio se alzó como un trasnochado titán dueño sólo del tablero del rompecabezas, y las cartas, más rápidas y hábiles que las manos hinchadas de los titiriteros, llenaron los huecos de las escaleras con su abanico de sangre, como centimanos gigantes con un ojo escarlata. El viento giró, amigo del espejo abandonado en el oleaje de sonrisas. Era la noche profunda llena de vírgenes de hilo, con dedos articulados señalando sin señal. La noche de papel azul marino, de picotazos en la plata empañada del sombrero. El canto de la espiga cuando la descabeza la hoz del caminero. La bárbara marcha de las hormigas por las costuras de los zapatos. Allí, en la barriga de la copa, en la siembra cerrada del ojo que gira en su legaña como en un sueño de tinta. El torbellino malva de las cabezas privadas de sombreros, el vidente carbonario que raya un rombo y otro rombo, un verdugón y otro verdugón. El viento giró y gritó la vela rajada de entresol, sola con su espalda roja y todos los hijos por venir. Última con su hendedura de sal hambrienta como el pico del pájaro. Esa marea que el mar no pudo conducir, hilo de las manos que sueñan y los puertos que saludan. Esa gota de rocío que cae como un beso sobre la campana del astrolabio, cuando el farero baja por la escalera de cuerda como una ola sin nombre, a donde sólo hay el viejo centelleo de la plata y los innumerables esqueletos de animales que silban en la noche con silbido de salamandra
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