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portada-identidad.jpgPaseo de la identidad
Luis Bagué Quílez
Visor,
Madrid, 2014.

Por Juan Carlos Abril
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No. 76/Febrero 2015


 

 

Paseo de la identidad, de Luis Bagué Quílez, viene a ser un punto de inflexión en la propia trayectoria del poeta, ya que marca un punto y aparte estilístico y estético, al transitar por un territorio de indagación que supone una adaptación y actualización de sus propios recursos formales. En sus anteriores libros, Bagué Quílez había tratado de separarse de la poesía de la experiencia discretamente, haciendo una lectura personal de la tradición precedente y siempre desde el rigor y la honestidad, pero ahora nuestro autor se destapa netamente nuevo y renovado, depurándose a sí mismo. Es por esto por lo que le damos la enhorabuena desde el inicio, por lo que supone de esfuerzo y desafío. Ciertamente el poeta supera con creces sus retos.

Seccionado en tres partes y estructurado ágilmente, a saber, “1. Mecánica terrestre”, “2. American Landscapes”, y “3. Escala real”, el poeta nos propone un recorrido a través del mundo y los iconos más importantes que rodean la sociedad de consumo, la globalización y los mitos contemporáneos. Los poemas se suelen agrupar bajo grandes títulos constando a su vez de dípticos o trípticos, cada uno de ellos independientes pero al mismo tiempo conectados a modo de bisagra quizá por el tema principal del título o por argumentos internos. El poeta nos muestra sin pretensiones los ingredientes, las herramientas que por dentro nos configuran y con las cuales somos capaces de funcionar, de las que estamos constituidos. Decimos que el poeta nos propone un recorrido pero también nos otorga esos útiles para comprender el lugar desde el que partimos, las coordenadas por las que circulamos, llevándonos a un punto intermedio, un encuentro, como lectores. Este procedimiento nos permite ver el mecanismo desde el interior, de ahí la “mecánica terrestre” de este mundo global. Y esa identidad por la que se pasea, o por la que también podríamos decir que se merodea, se deambula, como si de un flâneur del siglo XXI se tratara, sin ciudad que recorrer pero con un mundo en abstracto por el que viajar, se rastrea en el díptico “Entorno Windows”, concretamente en el primer poema, “De par en par”, donde de ventana en ventana y de idioma en idioma, el poeta concluye con el siguiente dístico: “Cierro la eternidad con vistas al vacío./ Me asomo a mi interior.”, comparando la realidad virtual con la propia, el sujeto contemporáneo que navega por la red en busca de la nada, que es buscarse a sí mismo, pero nunca se encuentra. Ese es el verdadero paseo de y hacia la identidad, porque la identidad es nómada y fugaz, hecha de muchas verdades y no de una sola. Su realidad proteica va cambiando sin forma estable. Bajar de la globalización del mundo contemporáneo y virtual, a la “escala real” del individuo nos muestra el vacío en toda su profundidad.

En este libro brillan la ironía, los juegos de palabras, las frases hechas pero deformadas, traídas por los pelos, cambiadas de sentido, transfiguradas. Las imágenes incisivas, contundentes, los homenajes, los guiños pictóricos o cinematográficos: Hopper aparece dos veces, Hockney una, pero los referentes a la pintura son muy numerosos, baste citar “Teoría del retrato” o “Umbilical (L’origine du monde)”, y por otra parte las alusiones al cine son también muy frecuentes, como en “Tríptico Lumière”. En general, se trata de una intertextualidad no sólo literaria sino con otras artes o disciplinas. Pero paralelo a esto la elipsis, la superposición de planos o el recorte figurativo: “La narración afirma/ que los muertos no mueren. Los desaparecidos/ se limitan a desaparecer/ en playas siderales/ bajo la alfombra de los continentes.” (de “Narrativas argentinas”). Y habría también que tener muy en cuenta la capacidad que posee el fragmento —nos referimos al fragmento sabiamente escogido— por representar el todo, la denuncia social, como en “A cal y canto”, que transcribimos íntegro: “No aguantarán las vigas tanta venta rota.// El aliento del sol padece aluminosis./ El cemento no sabe leer El capital.// Edificios vacíos./ Viviendas vacunadas contra la convivencia.// Razón aquí.”.

Además, habría que destacar esas estrofas breves que condensan lo difícil, asuntos controvertidos, como por ejemplo: “Estética y cosmética.// No te muerdas las uñas,/ pero muérdete/ las uñas antes que la lengua.”; y en general toda la serie de “Palo Alto”. O las dudas sobre el lenguaje y su cuestionamiento, como en “Lenguas modernas”, con las que finaliza el libro, mostrando una realidad hecha —transida— de lenguaje después de Babel, en palabras de George Steiner, recordando a Walter Benjamin, sin dejar de citar la película de Sofia Coppola, Lost in Translation, en el poema homónimo que solo consta de una frase: “No volveré a escribir sobre mojado”, dejándonos la interrogante sobre lo escrito, la puesta en solfa de todo lo expresado anteriormente, como en una duda metódica posmoderna.

Esta condensación se explica también en “Arte pobre”, ya que con pocos recursos se exhiben grandes resultados, sacando a la luz contrastes evidentes que contrapuntean el contenido, nos sacan de contexto y resitúan el referente, renovándolo de su carga sígnica y semántica. El proceso sintético por el cual el poeta escoge aquellos materiales que le sirven para determinados efectos, sin llegar a extremos de vanguardismo descontrolado, conecta con la propia poética del autor de otros libros. Hablaríamos por tanto de una evolución dentro de una propia trayectoria, un capítulo distinto que quién sabe por dónde tendrá continuación. Eso será nuestra próxima reseña. Pero en cualquier caso el camino emprendido por Bagué Quílez nos augura un futuro muy prometedor, sólido, avalado por un presente inmejorable. Una poesía que ha alcanzado un grado de madurez envidiable.

 

 

 


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