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Un dios lubricante |
Por Yolanda Segura |
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No. 80 / Junio 2015 |
Toda edición de un poemario debería responder formalmente con su contenido. Quiero pensar un poco sobre si sucede así con Un Dios Lubricante, de Tania Carrera (México, 1989), un texto aparecido de entrada en una página web como soporte, ¿cómo se lee distinto un poema cuando, en vez de hacer cambio de página se hace scroll down? Este poemario no emula la materialidad de un libro tradicional, no está en .epub ni en .pdf, a diferencia de casi todos los otros aparecidos en formato digital. Y eso tiene también una relación con su sentido. De entrada podría parecer que no es así, la poesía de Carrera no destaca por sus rupturas formales ni se arriesga demasiado en, por ejemplo, atrevidos cortes de verso o sintácticos, rupturas lingüísticas, inclusión de lenguajes de la era digital (sin embargo hay ciertos guiños, como las conexiones que remiten a la manera de interacción en las redes sociales), como sí sucede en otros autores de la generación, que además trabajan con temas en apariencia muy distintos al de Carrera. El diálogo y la pregunta de ella están dirigidos hacia otro sitio. Me llama la atención la vuelta a la idea de dios reelaborada a través del adjetivo, que lleva en sí mismo tan insinuado un matiz erótico. Dios como paliativo, como protección entre la voz poética y el mundo, un dios que no está pero que por esa falta se nos muestra. En forma de gas, está la presión ejercida por la falta sobre el yo y por un exterior que demanda cada vez más. Una sucesión de vacíos, peceras que contienen globos. Afuera y adentro presionan indistintamente, y esa mutua presión va dando forma a las preguntas que abren el poemario en forma de afirmaciones. El posicionamiento político se muestra por ausencia, por la falta de mención posterior que, sin embargo, sigue latiendo a partir de este primer poema. “Soy como todos: un desconocimiento.” Una y otra vez se vuelve al cuerpo “propio e irrelevante” que aparece asfixiado como un límite entre dos universos que presionan. Se desciende en la lectura al tiempo que se desciende en la duda, en un quién envuelto, rodeado por el dios que falta y que lubrica su no estar. Ese cuerpo es irrelevante pero es al mismo tiempo la pregunta principal, punto de anclaje que detiene el globo del ansia, que lo sujeta a las palabras. “Más piel que costra, pero endurecida”, es una fronda que se encuentra más abajo con el poema visual “Y”, hecho todo de disyunciones concatenadas hacia una posibilidad final que tampoco está (¿la nada? ¿el exceso de alternativas que se reduce a la falta de las mismas?: “Desde la distancia todas las decisiones parecen ser la misma, tienen siempre el mismo principio. El albedrío es la semilla de un árbol de bifurcaciones que se suman y se suman y se suman y se suman y se suman y”): las decisiones que conducen a ninguna parte y “como tu fronda:/ son tuyas/ eres tú,/ te pertenecen”. Para Carrera en la idea se halla la palabra incluso antes de ser dicha, escrita. En ese sentido también pasa que el formato del poemario se encuentra también en cada poema; la circularidad —incluso, más allá, la fractalidad— están enunciadas en diferentes versos que proponen una apertura hacia el resto porque en realidad no hay cortes entre un poema y otro: la secuencia hacia abajo no permite páginas. Los textos discurren de inicio a fin y no brindan pausas; eso también modifica la manera de entender cada uno de ellos, acaso hilados con los otros de una forma más evidente. Del verso a la prosa, enmarcada ésta por más o menos espacios en blanco según sea el caso, las piezas resuenan con la liquidez de su recipiente, se adaptan a todas las pantallas y aparecen así configuradas con distintas distribuciones espaciales; eso pasa con la mayoría de los sitios web aquí también se explota, tanto en forma como en sentido. Las secciones que componen el poemario completo quedan ensambladas como si de un espejo trizado se tratara: espacio para lo múltiple, para la repetición —y la aliteración— que devuelve en cada mirada un enfoque distinto y entronca con la obsesión de ella por la representación: el mapa que devuelve un territorio desde la distancia aunque no nos devuelve al territorio mismo sino su vista. Éste podría ser un poemario de hipervínculos ausentes, quiero decir, de hipervínculos que no están pero podrían colocarse porque un verso remite irremediable y gozosamente a otro: “Regreso a los poemas de los espejos. De una u otra forma reescribo los mismos poemas. Hablaban sobre la identidad: trabajo inútil.” Lo cotidiano adquiere sentido a partir de esa repetición casi ritual, los pliegues de la piel, los dobleces de un mapa, los fragmentos del espejo: “ahora el tiempo se cierra sobre sí mismo”, dice, e instaura con ello una apertura: la del espacio de la página, que con el vínculo del poliedro final conduce de nuevo al inicio de la misma, cinta transportadora de palabras capaz de llevarnos otra vez al mismo sitio y conducirnos siempre distintos, siempre viendo el mismo fractal desde una perspectiva distinta. Un dios lubricante es un acto de resistencia contra el mercado, contra el sistema de lo precario del que se apropia a partir de la virtualidad: existen las palabras pero no un estamento material para sostenerlas, aunque sí están fijadas y, sobre todo, compartidas, difundidas. Además de eso, es probablemente uno de los poemarios más rápidamente leídos y de difusión más amplia hasta ahora: su circulación inmediata en redes sociales lo colocó en los escritorios de muchos. Ahora es tiempo de pensar en el efecto, en el procedimiento y en si esto supone una forma verdaderamente distinta de migrar ciertas poéticas a lo digital. |
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