No. 82 / Septiembre 2015 |
de Thomas Gray, «El epitafio» Un joven yace aquí por la Fortuna y la Fama olvidado con presteza. No desdeño el Saber su pobre cuna, y lo marcó por suyo la Tristeza. Sincera el alma y más que generoso, envióle el cielo un don como testigo: dio al pobre cuanto tuvo, y fue un sollozo, y Dios (no quiso más) le halló un amigo. Ni sus faltas ni méritos pudiera en lo profundo conmover tu voz: tienen de abrigo en la terrible espera el pecho de su Padre y de su Dios. De Joseph Blanco White, «A la noche» ¡Extraña noche! Cuando el primer padre tuvo de ti noticia, oyó tu nombre, ¿tembló quizás por la adorable forma, la regia cúpula de luz y azul? Mas bajo un velo de rocío translúcido, entre los rayos del poniente en llamas, Héspero con la hueste etérea vino, ¡y el hombre vio ensancharse la Creación! ¿Quién pudo imaginar tales tinieblas allá en tus rayos, sol, o quién pensó, mientras insectos y hojas se perfilan, que a innumerables urbes nos cegaras? ¿A qué rehuir la muerte, pues, ansiosos? Si engaña así la Luz, ¿qué hará la Vida? de Edna St. Vincent Millay, «V» Si por casualidad supiese yo que ya te has ido y no vendrás jamás, leyendo un diario, por decirlo así, que lleva mi vecino en el subway; como en la esquina de tal bulevar y alguna calle (así los diarios son) un hombre que al azar has sido tú por un azar la muerte arrebató; no sollozara —cómo hacerlo yo en alta voz o en sitio así torcer mis manos— sólo me pondría a mirar las fugitivas luces del andén; o alzar mis ojos con cuidado a ver dónde almacenan pieles, peinan bien. |
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