Balada para un Caballo
Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados de perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y a un mismo ritmo
antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche se propaga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latigan
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya
había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco.
Rimbaud en Polvos Azules
Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones.
Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga
de los maestros y en una penosa marcha de los obreros trabajadores
de calzado El Diamante y Moraveco S. A., reapareciendo en la plazuela
San Francisco dándole de comer a las palomas y en un cafetín donde rociaba
migajas de pan en un café con leche mientras entre atónito y estupefacto
releía un diario de la tarde. Las personas que lo vieron aseguran que denotaba
cansancio y que fumaba como un condenado cigarrillo tras cigarrillo.
Pálido como una hermelinda, de contextura delgada, entre las manos portaba
un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la mano pidiendo la cuenta.
Pagó 13 soles y 50 ctvos. y luego partió y una muchacha al reconocerlo le tendió
la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió invadiéndola
de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en esos momentos
contemplaban la escena -serían unas 15, de 20 no pasan- reunidos bajo el toldo
de la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo Arturo, Arturo Rimbaud.
Y sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el Jr. Leticia y la calle Caquetá
en el Rímac. Casi todos los que se encontraban reunidos coincidían en afirmar
que su aparición podría traer funestas consecuencias al sistema y al orden
establecido y que mejor era dar parte a la policía. Y la descripción que de él
dio un político coincidía con las que se dan para atrapar a un maleante.
La del empleado del Ministerio de Educación fue que en su abundante cabellera
pendía un turbante turco y una argolla de bronce aparecía en una de sus orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió amenazadoramente aseverando
que todos ellos estaban alienados y que más bien había que cumplir
al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo Rimbaud “Hay que cambiar
la vida” para lo cual había que destruir todo un sistema inhumano injusto y atroz.
¡Linda manera de hacerse oír! terció la voz de un anciano, y un muchacho
de secundaria dijo ¡Buena, tío! y la muchacha que fue invadida de luces
anaranjadas extrajo un lápiz de labios de su cartera corriendo hasta llegar
a un muro donde inscribió esta significativa palabra.
Escrito en un block de lluvia
La convulsión de su rostro quebraba los espejos
en aquel cuarto del hotel Colón en Lima.
A pocos pasos yaciendo en la majestad de cierta luz,
que otorgaba otoño a la lluvia, un diario de la tarde abierto y desbaratado.
Ya sin fuerzas después del primer intento por desordenar
el cauce de las aguas en tu vientre, la ropa, nuestras prendas
se derretían en una sillita tapizada con dibujos que representaban
cacerías de liebres al amanecer, mientras ¡schisss! iban germinando,
girasoles, campos inmensos donde reposaban tus ojos adormilados.
Diste de beber a un mormón ya una troupe de circo abandonada
por su manager crazy. Entonces, sí, tu cabellera era una hoja azul.
Y emprendí el más largo extenso camino con un ábaco bajo el brazo
e innumerables páginas en blanco para ser escritas.
El Amordazado pudo expandir su nombre a los vientos y corrió hacia los árboles
regocijándose ante
el destello violáceo que emitía un durazno cubierto con gotas de rocío.
El Amordazado se internó en los caminos y seguramente
dos relámpagos oportunos caerán sobre él y lo veremos.
Me desangraba, mis escamas esparcidas en aquel cuarto de hotel.
Y comencé a oír la música arrancada de un sistro profundo, mientras tus pezones,
dilatándose, interferían la entrada de los botes y barcazas al puerto.
Y El Optimista lanzó sus redes al mar, y no te encontró.
Fuiste expuesta a la puntería de un Arcabucero algo obeso
y a la sapiencia de un Ballestero Otomana antes y después
junto a viejos encapuchados alumbrándose con antorchas.
y tú, inmensa como un mástil, ibas empujada por vientos cada vez más fuertes, imposibles.
«Si existe el sol debe ser aterrador», dijo entonces El Sabio.
y un trozo de cielo flotaba como un ramaje pálido en tus entrañas.
y vimos luceros y cuatro proyectiles de esos dieron una visión espléndida.
El Sindicado de no cuerdo y muy repelente, iluminó su dentadura. Luego de hacer
diversos movimientos con manos y pies -dijo- «agótala primero, tras de ti corren,
tras de ti están corriendo». A lo que yo asentí nombrando ¡los condenados!,
Y se me sombreó medio pómulo y ya no pude ocultarme.
Un invierno atroz cayó sobre mí, mientras oía tus gritos de devoción
hacia el vuelo circular y en picada del pez martín.
«Eso fue suficiente», consignó mi relator y llenó mis papeles con una palabra: AMOR.
Y fui obsesionado con esas lecturas que mi relator puso en mÍ.
Y ya quería saber que había detrás de tus ojos.
«Sé real a través de un lenguaje que te posibilite ir más allá»,
asentó El Utopista antes de evaporarse.
Y clamé por ti y bebí una sola vez y cogí líquenes y una pepa de eucalipto.
«Vuelve a ella, ponte en sus piernas como un lince encima de un promontorio»
asentó El Homicida con los hombros encogidos exhalando niebla.
Y exclamó: «si la vida no fuese la muerte, qué seríamos».
Y ya no alcancé a oír más bellezas y emprendí el regreso.
Y todos empezaron a correr en diversas direcciones,
Y en la confusión olvidaron una pluma de ganso e intenté conservarla, y no hubo silencio.
Y comencé a repetir sobre el valle inmenso de la vastedad de los relatores, tu nombre.
Y mis ojos se enturbiaron y una luz diluía tu rostro.
Le daba una extraña forma que'yo reconocÍ.
Venías detrás de un anciano relator completamente desnuda cruzando
un campo de flores amarillas, y El Anciano afirmó:
"con una palabra de ternura podrás conquistar el futuro»,
mientras los relatores leían frases escritas ya por mí y que había olvidado.
Una de ellas decía: "entonces sí, tu cabellera era una hoja azul»,
otra "la convulsión de tu rostro quebraba los espejos» y una tercera
«tú, inmensa como un mástil» y el relator me corrigió, «esa fue la segunda
fase, nunca se dio la tercera», «faltó equilibrio», El Anciano dijo:
«vuélvase lentamente», y acotó: «ésta será tu obra, perfecciónala».
Y te tuve frente a mí.
«Eso fue suficiente», consignaron las diletantes voces de los acuciosos.
A lo que mi relator, a una observación mía,
extrajo un block de lluvia y escribió:
«más allá del planeta»
«más allá del planeta»
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