La voz poética de Ernesto Hernández Doblas es una presencia discreta pero ineludible. Sus palabras, tomadas de un diccionario de la muerte que él mismo ha escrito, aminoran la pesadez de los intensos trayectos en las ciudades de nuestro siglo. La muerte se descubre en un andar poético de palabras vivas y efímeras. El poema “Isla de las 29 vírgenes”, que da nombre a la primera sección del libro, revela la confianza con que el poeta se acerca a la muerte para posteriormente hablarnos de ella: “Las palabras surgen,/ son espuma,/ oleaje extenso/ donde moja sus pies/ el arsenal del tiempo./ Hasta que la muerte nos ofrece/ un diccionario nuevo.”
Lugar de muertos es poesía que con sencillez desmitifica nuestro temor al paso de los años, pues es el tiempo transcurrido y las experiencias que lo acompañan, lo que arroja a Hernández Doblas a su momento poético. Este Lugar de muertos es tiempo en el que la muerte rejuvenece, abriéndose paso entre las cenizas, los espejos y los sepulcros que ésta va dejando a su paso. Así también, es un tiempo que no amenaza ni corrompe la materia corporal, sino que la reconcilia con su carácter orgánico. Hernández Doblas dialoga en vivo con su condición mortal pues en ella parece alcanzar la eternidad poética.
En el poema “Sangre cadabra”, la sangre, símbolo imperecedero de la muerte, tiñe de azul los avatares cotidianos de una muchedumbre putrefacta que reposa plácidamente mientras espera su último latido. La poesía de Hernández Doblas dibuja el estatismo infértil de las grandes urbes y, aunque desaprueba el rostro de nuestra colectividad anónima, no por ello olvida enviarnos además imágenes poéticas como las de “Postal”, testimonio gráfico de su paso por el mundo.
Lugar de muertos revela la voz de un espíritu moribundo que no se aferra a la vida, sino al silencio del que surge el verdadero aliento de vida que resucita las palabras con que el poeta nombra. En el mundo de la muerte yace un misterio que se descifra con palabras. Hernández Doblas se ha dado a la tarea de hablar de él, de revelarlo. Su voz surge en medio de nuestras aflicciones citadinas y, sin miedo a las consecuencias, nos invita a desempolvar los oídos y escuchar.
El penúltimo poema del libro, "Casa de niebla", descubre una voz suave que canta un poema completo y maduro, en el que se funden el hombre, el poeta, el silencio y la noche. En un movimiento lúcido, que no podría ser más que poético, el silencio dialoga con el poeta sobre el origen y el sentido de sus palabras. Finalmente, reconoce que hablar de la muerte, así como de muchas otras cosas, es un asunto inagotable, ya sea por su abatido entendimiento de las cosas, o bien, por los misterios que desde el más allá encierra; sin que por ello le pierda el respeto: “(…) Decir la noche/ no es sólo una metáfora./ Decir la noche/ es también nombrar/ el signo capital/ de los designios./ Decir la noche/ es quitarse el sombrero/ ante la muerte./ Entender/ que nunca entenderemos/ ni las mínimas orillas/ de una rosa./ Sobre los hombros/ descansa el universo/ de mi empobrecido entendimiento./ Con él a cuestas/ navego junto al aire./ Araño las paredes/ del silencio./ Doy de bruces/ contra los adentros./ Doy de gritos/ bajo un páramo/ de estrellas”.
Hernández Doblas es una de las voces poéticas jóvenes que está abriéndose paso en el centro del país y que, sin duda alguna, es imposible eludir.
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