La reflexión en la poética de Dolores Castro*

Benjamín Barajas


Son rumiantes, son grises,

tropiezan entre piedras sus cuatro patas:
son rumiantes, son grises mis palabras.
D.C., Soles

Heredera de lo mejor de la tradición poética moderna, la obra de Dolores Castro crece en ella y la continúa. Tanto en su ensayo La dimensión de la lengua en su función creativa, emotiva y esencial como en las diversas entrevistas que ha concedido y en su creación lírica expresa sus ideas sobre la poesía. Sin caer en la fácil analogía entre lo que un poeta dice y lo que hace, o entre la obra y el discurso periférico que de ella se construye, es importante recuperar ese conjunto de reflexiones porque iluminan el sentido de la obra y nos ayudan a ubicarla dentro de una tradición.

A todo poeta verdadero, comenta Octavio Paz a propósito de López Velarde, le interesa reflexionar sobre el instrumento de su arte. Al escribir no sólo transmitir un mensaje; el poeta en se interesa por descubrir el sentido de las palabras y la manera en que éstas son fieles a sus emociones.

Así, en el pensamiento lírico de Dolores Castro pueden advertirse temáticas generales que son recurrentes a lo largo de su obra. Destacan la concepción de la poesía como un medio de conocimiento, la recuperación del instante, el rescate de la experiencia cotidiana, la escritura como un acto vital, etcétera.

Todas estas ideas parecen subordinarse a la contemplación como principio sobre el cual se funda su poética.1 Así, la poeta se sitúa en un ángulo de privilegio desde donde escucha, palpa, ve, siente el transcurrir del mundo. La mirada domina buena parte de su poesía y lo mismo nos hace observar la marcha industriosa de las hormigas, el vuelo del colibrí que el paso de un cometa. Mediante la mirada, la poeta no sólo nos muestra el entorno, también, en sentido inverso, nos revela el secreto de su oficio. En entrevista comenta: “Una de las formas en las que el fenómeno poético se funda es a través de la contemplación. Te asomas a una ventana y todo es susceptible de transformarse. Percibes, como una oleada, la luz, su tonalidad, la gente que pasa. Eso, generalmente, sucede cuando lo que miras carece de un fin utilitario.”2

El contemplar dispara  la emoción y  la experiencia poética, porque presupone un estado, una apertura de los sentidos a la variedad del mundo y requiere de la poeta sostener la atención “semejante a la que obliga a los tecolotes a mantener abiertos los ojos en lo oscuro."3 En este mantenerse alerta descansa la pericia del creador, porque no todo lo que oye, ve o siente, es motivo de su poema. Ante todo se hace necesaria una depuración que la lleve a lo esencial donde el instante y la brevedad se conjugan en un pequeño trozo lírico. Al respecto comenta Castro: “No me gusta escribir por ejercicio, sino cuando hay una verdadera necesidad de expresión. Tiendo a escribir una verdad con intensidad y el menor número de palabras.”4

Unida a la contemplación está la cotidianidad; esa amalgama de sensaciones, personas, cosas, ambientes, atmósferas o paisajes, que se presentan de manera fragmentaria en nuestro rol de vida. La poeta, en lugar de rechazar esta realidad uniforme y a la vez cambiante, la asimila a partir de su fragmentariedad y nos la entrega en pequeños universos poéticos. Castro comenta: “El poeta, sea hombre o mujer, expresa vivencias que están tomadas de la vida diaria, porque el escritor es fundamentalmente quien da testimonio de la vida individual y social (...)”.5 De la cotidianidad se deriva la experiencia vital que puede concatenarse a la experiencia poética porque para Dolores Castro tanto la vida como la poesía son un binomio inseparable.

Asimismo, de la relación de la poesía con la vida nace el conocimiento. En entrevista expone: “En la poesía se da el milagro de que uno puede detener de pronto la corriente de la vida y encontrar toda la sustancia, la brillantez, la emoción de un instante único que le hizo a uno comprender el valor de determinadas cosas.”6

Pero un desarrollo más sistemático del pensamiento poético de nuestra autora se encuentra en su texto La dimensión de la lengua en su función creativa, emotiva y esencial. En este ensayo despliega sus experiencias para argumentar sobre la poesía como conocimiento y participación. Se trata de un texto que al hablar sobre su objeto es asimilado por éste y se convierte el mismo en un poema en prosa.

Aquí la poesía se nos revela como una ventana que ilumina y subsana nuestras limitaciones, que nos comunica a través de la palabra y nos hace transitar hacia la esencia del hombre y de las cosas. Como lectora de Heidegger y Hölderlin, Castro, reafirma que la poesía es comunión, diálogo y búsqueda del ser de los hombres. Asimismo, encuentra en Neruda la conciencia del oficio, el trabajo con la palabra, para que ésta, libre de las impurezas que el uso y la costumbre ordinaria depositan en ella, esplenda y exprese nuestras motivaciones íntimas. Luego pasa de los vocablos como entidades aisladas al poema y lo define: “Un poema es una configuración del lenguaje que expresa experiencias, vivencias, estados de ánimo y es por esto que el lenguaje con el que se expresa tiene ritmo, vibración, sonido melódico y expresa algo que es del reino de la intuición, de la imaginación.”7

En el lector se da la participación porque éste comparte el mensaje cifrado en el texto, a través de asociaciones relacionadas con la experiencia individual que, por obra del poema, se vuelve colectiva. Así, en un sólo texto se reúnen la memoria y las vivencias de todos los hombres. Para Castro la participación en la poesía no es un acto aislado, tampoco es excluyente.

Por último, cree que la participación multiplica las posibilidades de acceso al mundo poético. Los niños viven en él, pero cuando hay una voluntad, una lucha con las palabras para que éstas digan lo que uno quiere se empieza a gestar el oficio, el trabajo del poeta. Concluye: “En la expresión poética la grandeza de la concepción, la lucha y la victoria sobre el lenguaje, la verdad con que se expresó, la atmósfera que se crea, el tono con que se dice han de ser fundamentales tanto para concebir un buen poema, como para aquilatar el poema que otro escribió.”8

Como se observa, en la meditación que hace la autora sobre el fenómeno poético, se recoge lo mejor de una tradición discursiva moderna que se percibe en la elaboración de sus poemas, como se aprecia en el siguiente fragmento:

        Hundido, por inasible viento de sus manos
        hiriendo en las entrañas del vacío,
        en el principio el verbo.
        Arranca la dolorosa flor de sus creaturas,
        en el principio el verbo,
        su corazón el mar, y herida
        de su corazón el cielo.
        El tiempo y el espacio balando su belleza,
        la música de esferas afianzada
        en el dolido corazón del hombre,
        que es su vida la música de un viento,
        las sombras desgarradas bajo su voz alienta
        que le dio la envoltura
        de su mortal figura,
        en el principio el verbo.

[El corazón transfigurado]

El tema de este fragmento sitúa al verbo como la génesis de la creación. El verso que se reitera tres veces lo enfatiza: “en el principio el verbo.” El verbo es la palabra dotada de acción que lo mismo ordena, separa y sintetiza. El verbo no es un atributo, un objeto o una consecuencia, es una personalización que encarna a Dios.9

Apartir de El corazón transfigurado  la reflexión sobre la palabra y el lenguaje aparecen con frecuencia en diversos poemarios de Dolores Castro, la temática más frecuente oscila entre la reflexión sobre el oficio de la escritura y el silencio. Leo otro poema:

        ¡Cómo pesa el silencio!
        Más cerca de su inmensidad
        que de mi acabamiento,

        sintiendo
        cómo al abrir la boca
        pruebo una bocanada
        de misterio.

        Sintiendo
        estas palabras mías apuntalándolo
        en medio de mi cuerpo.

[La tierra está sonando]

En el poema precedente se advierte una verdadera lucha contra el silencio. Hay una acción que lo combate, o por lo menos lo detiene mediante la voz o la palabra. Por medio de una red de sentido lo define: el silencio es grande, es pesado, es misterioso y despierta en la voz lírica la sorpresa. Contra él actúa la palabra que lo detiene mediante el acto creador.

El silencio aparece como parte indisociable de la palabra porque puede decirse que representa la otra cara de la voz, su sentido oculto. El significado se genera en el poema no sólo por lo que se dice sino también por lo que se calla. Sobre este asunto escribe Gérard Gennette:
La obra literaria tiende a construirse en un momento de reticencia y de ambigüedad, pero ese objeto silencioso lo fabrica, por así decirlo, con palabras, y ese trabajo de anulación es un proceso típicamente semiológico, posible como tal de un análisis del mismo orden: la literatura es una retórica del silencio.10
De este modo, observamos que en la poética de Dolores Castro hay una gran coherencia entre la génesis de la palabra arrancada del silencio, y la lucha por mantenerla viva. En su obra asistimos a la develación de las cosas a través del sonido porque en ella sonido y silencio son  entidades elocuentes. Leamos este otro poema:

        Yace la piedra
        muda y obediente

        y la hierba sólo se mueve hacia la luz.

        Vagan los animales
        vagan y gritan en medio del azoro
        de moverse entre los vivos.

        Sólo nosotros
        nostálgicos de ayeres, anhelando futuro
        empozamos palabras bajo el cielo
        desobedientes, sordos,
        mudos ante el escándalo de la muerte.

[Poemas inéditos]

En el poema anterior la búsqueda de sentido transcurre en un ambiente que va de lo inanimado, a lo animado y a la conciencia. La piedra adquiere características humanas: es “muda y obediente”, los animales “gritan” en medio de la sorpresa de “saberse” vivos,  el hombre comparte el espacio con los otros seres, pero lo separa de ellos la conciencia que tiene sobre el tiempo. Sabe que hay un ayer, un futuro y un presente. Y este conocimiento sólo puede dárselo la palabra. Los animales viven en el azoro porque no tienen palabra ni historia.   En el hombre la certeza de su finitud alimenta su nostalgia y su rebeldía, hace preguntas y se cuestiona.
El poeta lírico –escribe Octavio Paz– entabla un diálogo con el mundo; en ese diálogo hay dos intenciones extremas: una, de soledad; otra, de comunión. El poeta siempre intenta comulgar, unirse (reunirse, mejor dicho), con su objeto: su propia alma, la amada, Dios, la naturaleza...La poesía mueve al poeta a lo desconocido.11

En este poema no hay respuesta al misterio de la vida del hombre en el mundo, el juicio se suspende frente a la sorpresa o al escándalo, o se disuelve en el silencio. La acción de la voz lírica más que resolver una cuestión la plantea, porque acaso la función más alta de la palabra poética consista en preguntarse sobre la identidad del ser, sobre su paso por la vida y, quizá, el resultado de la búsqueda sea la de apresar por un instante la fugacidad de su ser cambiante.

Otra de las líneas de la poética de Dolores Castro se refiere a la reflexión sobre el “oficio” del poeta, como se observa en este poema:

        Son rumiantes, son grises,
        tropiezan entre piedras sus cuatro patas:
        son rumiantes, son grises mis palabras.
       
        Tienen pastoso corte de hierba machacada.
        Arrancan del silencio
        y se lanzan
        desde una noche larga.
       
        Ahora mismo se amontonan,
        ruedan por esa cuesta,
        tratan de ver el sol
        con sus ojos de piedra
        pulimentada.

[Soles]

Como se aprecia, las palabras son la hierba y también son el animal que se las come, tropiezan con la piedra y a su vez son la piedra “pulimentada”, merced al trabajo que se ha hecho con ellas, trascienden el silencio donde vivían e iluminan la noche. Ese juego de paradojas nos muestra el esfuerzo de la creación y también la conciencia de un oficio, la voz lírica se sabe dueña de sus palabras, sabe como “se lanzan” para que brillen “desde una noche larga.” Asimismo, la luz de las palabras nos remite al recuerdo y a la historia del hombre en el mundo. Castro, a propósito de este poema afirma: “yo considero que todos vamos por el mundo movidos por el asombro. Las palabras no son más que la experiencia de todos los estratos de la vida. El hombre a penas ha aprendido a pulimentar la piedra, a ejercitar la memoria mediante un oficio.”12

Significado especial tiene en este poema la imagen crepuscular que nos remite a una atmósfera de sencillez que, a su vez, nos recuerda a Xavier Villaurrutia cuando afirma que
La poesía mexicana tiene también  su color (...) es un color gris, un color gris perla. No quiero decir que haya ausencia de colores parecen deleitarse dentro de los grises, suavizarse, matizarse en ellos (...) no sé qué me lleva a pensar que el ópalo es la piedra preciosa que puede simbolizar la lírica mexicana, con sus luces amortiguadas por la entraña de la piedra.13
Las palabras de Villaurrutia no sólo describen un hecho, también aluden a una actitud, la del poeta frente a la creación. Esta actitud se refiere a la modestia, a la búsqueda de los espacios mínimos en que el poema y la poesía inician su proceso de gestación. De hecho el color gris es símbolo de sencillez y de humildad. Ante los poemas sonoros y brillantes que se declaraban a la mitad del día –por ejemplo los de índole modernista, los de Neruda o incluso los de Pellicer– Villaurrutia y Dolores Castro apuestan a la mesura, a la contención  y a la media luz. Valga esta otra muestra para reafirmar el sentido que la imagen tiene en la obra de nuestra autora:

        "Mañana"

        Entre los pozos
        de luz
        esta mañana opalina
        de ópalo lechoso,
        en la que apenas al nacer
        mueren los pasos
        y no hay grito que dure.
        Aun el zureo de la tórtola
        pierde su eco
        y en el humor acuoso de los ojos
        se detiene la niebla.
[Las palabras]

Si tuviéramos que buscar el emblema o el símbolo que aglutinara la poesía de Dolores Castro en una imagen y en una actitud, tendríamos que recurrir, precisamente, a la tórtola o a su variante mexicana, la torcaza. Esta ave, lejos de tener los esplendores del cisne verleniano, que se apropiaron con tan venturosa fortuna los modernistas, es gris, sombría y, a veces, melancólica. No confunde su presencia sobre la ternura flexible de los lagos, sino en los arrabales de la ciudad. Dicha ave tampoco tiene la hondura del búho de Enrique González Martínez, más bien apura sus “verdades ácidas” en “aceras de sueño.” En fin, esta ave es testimonio de humildad y de sobrevivencia. A menudo nos sorprende su temblor como si fuera un puño de tierra entre las manos que de pronto, mediante un soplo, se hubiese decidido a volar y a cantar.14

Por otra parte, en la poética de Castro aparece una crítica más o menos directa a los escritores e intelectuales que escriben de manera fácil y sin ninguna correspondencia con sus experiencias de la vida. Para ella, se debe recordar, la poesía es una manifestación de sinceridad y sencillez. Por eso rechaza la impostación y la grandilocuencia, pero además rechaza el ejercicio de la palabra al servicio de las burocracias en el poder, como se advierte en este poema:

        "Son de esas colas que el ratón esconde"

        Hablar, hablar.
        Bonito y adobado.
        Palabras grandes
        y de flor marchita.

        Palabras que perdieron la cola
        por esa misteriosa
        adaptación de las especies
        que a unos torna rabones
        mientras a otros
        les da gran boca.

[Soles]

Como se habrá apreciado, se trata de un poema de tono irónico. Su tema es el uso de la palabra como discurso vacío, pero a la vez adornado; compuesto para ocultar y simular. Las palabras, el discurso,  las actitudes se transforman en “esas colas que el ratón esconde.” Cuando logran disimular –los intelectuales y los poetas, probablemente– su actitud, unos se vuelven rabones, enmudecen, y otros siguen hablando sin sustento.

En este otro poema aparece una crítica similar:

        "Intelectuales, S.A."
       
        Mientras tú trabajas,
        yo pienso por ti.

        Y si tú sufres,
        yo sufro por ti.

        Y si tú no comes,
        yo ya comí.

        Y si te matan
        yo no morí.

[Soles]

Pese a este leve atisbo ideológico, en la obra de Dolores Castro pareciera desaparecer el sentido de la militancia en pro de la expresión lírica, como se apreciará en este poema donde el referente adquiere una condición casi ontológica:

        Camaleones de raza,
        comedores de aire
        invisibles,
        olvidados entre los maizales

        que ladean la cabeza

        con alegría de gallo
        si el sol sale.

        Allí están bien.


        Silencien sus estómagos vacíos.


        El hambre es necia

        necesidad
        del cuerpo, no del alma.

        ¡Siempre habrá pobres, cállense!

[Soles]

En conclusión, podemos decir que en la poesía de Dolores Castro ocupa un lugar especial la reflexión sobre el lenguaje, motivo que se sustenta en la meditación constante sobre el sentido de las palabras y sobre el acto de escribir como un proceso que permite descubrir y conocer el entorno cotidiano del hombre, así como su espíritu trascendente, a través de la concreción de los instantes de vida que representan experiencias vitales.

En la búsqueda del conocimiento, mediante las intuiciones, sus textos captan el ritmo secreto de lo viviente y por eso exceden las nociones abstractas de la razón filosófica en pro de las sensaciones tangibles e inmanentes de las cosas y de los seres.  Esta especie de sensualismo aporta una experiencia vital donde el gozo, el dolor y la experiencia amorosa forman parte de nuestra existencia.

Las pautas de estilo en la poesía de Dolores Castro son, entre otras, la sencillez y la precisión en el uso de los vocablos para expresar la fuerza de las imágenes que tienden, por cierto, a la luz crepuscular. Acaso la novedad de su expresión radique en su alejamiento de los afeites retóricos en pro de la limpieza de las frases que, dirigidas por una mirada atenta, nos sorprenden al mostrarnos el poder que subyace en la cotidianidad. Por obra de su palabra, esta cotidianidad múltiple y ciega (con sus objetos y seres enajenados) adquiere un sentido original, profundo y de carácter universal.



*El texto presente forma parte del capítulo 2 de la tesis La poética de Dolores Castro, FFyL-UNAM, México, 2001, pp. 65-101.

1María Zambrano, la conocida filósofa española, concede a la mirada un principio generador y creativo de las emociones. La mirada es una potencia, leamos lo que dice: “Entonces la mirada o el silencio pueden ser más elocuentes que la misma palabra que dice (...) La mirada supone también el enamorarse, la mirada puede fijarse y hasta ser absorbida por entero por quedarse ella enamorada, como la memoria.” (De la aurora, pp. 75-76).
2Miriam Moscona, “De frente y de perfil: Dolores Castro”, p. 45.
3
Idem
4Guadalupe Appendini, “Dolores Castro nació poeta, dijo el maestro Pérez Miranda”, en Excélsior, 14 de diciembre de 1990.
5“La poetisa Dolores Castro habló de la poesía femenina en los ‘Domingos literarios del INBA” en Novedades, 1 de diciembre de 1980.
6Pedro Antonio Armendáriz, Op. cit., p. 63.
7“La dimensión de la lengua en su función creativa, emotiva y esencial” en Obras completas, p. 139.
8Ibid., p. 142.
9Aquí se puede hacer una analogía directa con el texto bíblico de San Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios./ Todas las cosas por él fueron hechos y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho./ La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (1, 3,5).
10Citado por Lisa Block de Behar, Una retórica del silencio, p. 27.
11Octavio Paz, Las peras del olmo, p. 97.
12Entrevista realizada por nosotros.
13Xavier Villaurrutia, “Introducción a la poesía mexicana”, p. 765.
14“La tórtola –comenta Castro en entrevista– representa la imagen de lo que yo quiero decir. Este pájaro, a veces, se mueve con lentitud y tiembla, su canto no es estridente, sino una queja suave, cotidiana.  Se sobrepone con facilidad a los diversos rigores de la vida. La tórtola también representa los límites de mis poemas porque no pone huevos de avestruz. No podría.”


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