Dolores Castro, los ojos de la poesía

Israel Ramírez 

A la maestra Dolores Castro,
quien nos recuerda que la poesía también enseña
cómo sufrir o cómo ser felices.

 

Permanece mi madre largas horas contemplando el jardín,
desde su silla donde se acuna a veces,
desde la línea leve que divide el principio
del fin.

Al contemplar un árbol, el ramaje de su infancia
reverdece
y recuerda que de niña escaló, y al levantar los ojos
casi cae ante el temor del cielo
profundo.

Mi madre espera en estos días que son tan sin sabor,
tan sin sorpresa.
Come menos que un pájaro
de pronto reclina sobre su propio pecho la cabeza
y duerme, todavía cuando duerme sueña con su madre,
con sus hijos y su casa entera
y todo brilla como nuevo en su memoria.

Mi madre sueña también mientras está despierta,
y al alargar las manos hacia el jardín
ya sólo guarda un puñado de aire
que aún apresa.

[Refugio]

Qué sucede cuando en la obra de un poeta aparece reiteradamente un tópico, un tema, un asunto. El laberinto y el espejo son mucho más que sólo espejo y laberinto en la obra de Borges. Qué sucede entonces cuando una palabra, un concepto, una idea se convierte en símbolo. Por principio diremos que adquiere nuevos significados que se suman al significado directo o inicial del vocablo. Sin embargo, aquí valdría la pena hacer una precisión: los usos simbólicos, aunque en gran medida muchas veces ya bien codificados, mutan, se diversifican, no son siempre fijos o idénticos en cada poema en que aparezcan. Eso es lo que tenemos con la referencia que se hace en los poemas de Dolores Castro a los ojos.

La finalidad de este trabajo es reflexionar sobre ese uso simbólico –tomando con motivo central un poema no incluido en sus obras completas– que se da a la vista, la mirada, a los ojos. En la obra de Dolores Castro, ellos pueden ser reflejo un estado anímico, de la calidad moral o espiritual de una persona, por ejemplo, en “Viento anclado”:

Miro entre todos
el viento anclado
de tu cuerpo.

Se te sale a los ojos el alma
tan ordenada y limpia
como la madrugada.

Los ojos son umbral de la reflexión, sinónimo de contemplación sosegada, captación privilegiada del paisaje dinámico o muralla que nos protege de la violencia del mundo:

Refugiarse en el parpadeo
y para huir del horror,
no mirar.
 

[Fluir]

Todos nosotros hemos reaccionado de manera instantánea cubriéndonos los ojos al sentir que alguien nos amenaza, los entrecerramos cuando, a lo lejos pero de manera perceptible, nos percatamos de un choque automovilístico por el rechinar de las llantas. Los ojos, a diferencia de lo que podamos pensar de manera inmediata, nos permiten ver, pero también nos ofrecen el rito perfecto de cerrarlos para no mirar o para contemplar de otra manera las cosas. Los ojos tienen sus ventajas y sus limitaciones. Enfocan y desenfocan a placer como una cámara fotográfica, pero nosotros no poseemos rollo fotográfico y, en todo caso, nuestra memoria puede tener toda la valoración positiva que queramos, pero evidentemente es menos fiel que el negativo fotográfico. Los ojos ciegos revelan y ocultan. En la obra de la maestra Castro, atesoran el silencio y blancura.

Que silencio se oculta en un plumaje
tan blanco
qué vuelo reposado sobre los árboles
o en medio de los árboles
cuántos fantasmas presiden su vuelo.

Para siempre parece anidar
en los ojos
con blancura de ciego.
 

[Baja la niebla]

 

Los ojos pueden ser también metáfora de la ensoñación. Ver algo de manera física nos ancla en la realidad, pero “verlo” con la imaginación o el deseo nos hace acceder a otra realidad. Cerrar los ojos no siempre es sinónimo de dormir, así como “No toda es vigilia la de los ojos abiertos” diría con razón otro maestro argentino, Macedonio Fernández.

En la poesía de Dolores Castro, los ojos tienen estos y otros muchos sentidos: porque tal insistencia de acudir a ellos no es gratuita en la obra poética. De ahí que nos obliguen a descubrir las diferencias entre los ojos abiertos, y los del ciego, o los cerrados; entre los que esperan descubrir algo en el paisaje y los que miran hacia el interior del sujeto. Recordemos que precisamente en Cantares en vela aparecen dos poemas titulados precisamente “Con los ojos cerrados” y, el otro, de nombre “Con los ojos abiertos”.

Llueve sobre el silencio de la noche
y mi cuerpo.

La luz del día se abrió como una flor:
aún la toco
cuando cierro los ojos.

Llegó la noche, llueve,
tengo sueño.

¡Quién pudiera dormir
y despertar como la verde rama
que asoma de la tierra
vencedora del sueño!

 

[Con los ojos cerrados]

Los ojos cerrados aquí son propiciatorios del renacer; los ojos se cierran a la noche y en la noche para que llegue el sueño de despertar como la verde llama. Cerrar los ojos representa el dormir, pero también la revitalización del cuerpo. Por su parte “Con los ojos abiertos”, retoma el aspecto natural presente en el primero –con la alusión a las ramas–, pero incluye la doble faz del abrir o cerrar los ojos: “Cuando cierro los ojos / no miro el fondo, / y si los abro / entra profundidad como una ola”.

Yo no sé que me lleva
más allá de mis ojos
y me dobla las fuerzas
como ramas.

Yo no sé dónde empieza.
Cuando cierro los ojos
no miro el fondo,
y si los abro
entra profundidad como una ola
entre todas las cosas.

Yo no sé qué me lleva
y me dobla las fuerzas como ramas.

[Con los ojos abiertos]

Así como en estos casos, el lector puede ir señalando en cuáles poemas de sus obras reunidas hay una alusión directa a ellos y se encontrará que en por lo menos setenta se menciona abiertamente a los ojos. De ahí que cuando descubrí que uno de los poemas que tenían como tema central ese motivo no estaba incluido en las ediciones de la obra poética, me surgió la pregunta de cuáles serían las razones para no incluirlo en alguno de los libros publicados por la autora.

De inicio me di cuenta que cumplía temáticamente con una de las constates que Dolores Castro cultiva en sus versos y que ésta no era razón para dejarlo olvidado. Publicado en 1966, pertenece a esa serie de textos de entre los cuales se escogerían a los que integrarían el tan largamente aquilatado poemario Soles (1977). El lector indiscreto se pregunta por qué la autora no incluyó éste –y seguramente muchos otros más que aparecieron publicados por esos años–, en alguno de sus poemarios.

No olvidemos sin embargo que desde Cantares en vela, que apareció en 1960, habrían de pasar 17 años para que Dolores Castro viera impreso otro libro suyo. “No dejé de escribir, sólo que en ese momento era muy difícil publicar y era muy importante vivir –nos dice en una entrevista que sostiene con Mariana Bernárdez–. De ese libro tiré muchos poemas, quizá lo que les faltó un poco fue la espontaneidad de los Cantares…”.1 Seguramente este poema del que aquí hablo fue uno de los muchos que tiró y que aguardan pacientemente a que un lector curioso –y quizá impertinente– los despierte. Con qué finalidad, para reconstruir ese trasiego escritural de los diecisiete años entre uno y otro libro.

En una revista dirigida por Arcadio Noguera, Letras de Ayer y de Hoy, en el número 12, aparecieron cuatro poemas publicados por la maestra Castro: corría el año de 1966. De ellos, tres fueron recogidos con –ligeras modificaciones– en Soles. Pero uno de ellos quedó sin recoger en las obras reunidas.

Pero vayamos al poema y despertemos también con su lectura un merecido homenaje a nuestra querida poeta, para que se alegre al recordarlo o –bajo la mesa– me recrimine el sacarlo nuevamente a la luz de su secreto sueño.

Rendijas de la oscuridad
que dan paso al vaticinio.
Ojos, cielos hundidos,
germinación de luz
en polvo suspendido.
Ojos pequeños furtivos,
desorbitados ojos fijos,
ojos quietos en el relente,
empapados de llanto
ojos adoloridos.
Deslumbrados o ciegos
ojos, en medio de la corriente
ojos fingidos
que algún día, cerrados,
apresarán la luz por los siglos de los siglos.2

“Rendijas de la oscuridad / que dan paso al vaticinio”, he aquí los primeros dos versos del poema. En ellos se tensa el sentido que los ojos adquieren: los ojos, por sí mismo no tienen luz. Necesitan que ésta exista para distinguir lo que pasa. Aún así, su oscuridad da paso al porvenir, al qué vendrá. Por que ello nos develan lo que está delante de nosotros. A diferencia de Jano, sólo tenemos ojos que miran hacia delante: hacia lo que nos espera. Ojos que sólo en ese futuro deseado y final, cerrados, apresarán la luz.

Qué lleva a un poeta a decidir entre un poema y otro, entre descartar y corregir, entre olvidar un poema o reunirlo junto con otros en un libro. Eso, como lectores, sólo podemos intuirlo. Y en este caso, lo que sí tenemos por seguro es que el poema emplea uno de los motivos más utilizados en toda su obra: la figura e imagen de los ojos como tema. Si ya la crítica ha señalado a la sencillez, la brevedad, la intimidad, la percepción del instante, como rasgo de su poética, quizá habría que agregar el tratamiento de los ojos o la vista, y todos los demás temas que están relacionados con esto: la mirada, la contemplación, la pupila, el parpadeo, la mirada furtiva, el ver de reojo… como elementos constitutivos de su poética.

No todo es contemplación en la mirada, la mirada es reflejo de sueños, la mirada es proceso de ver y los ojos son el medio, el órgano que nos lleva de la percepción física al proceso de reflexión profunda. Estos y muchos otros son los símbolos que habrá que discutir no sólo en estos poemas que se han citado, sino en toda una obra que merece ser releída.

Los lectores distinguimos entre generaciones, maestros o contemporáneos, pero no hay que olvidar que, en última instancia, el poema cuando cumple con una voz cristalina y profunda, no se ancla en fechas ni simplemente en el nombre de sus autores. Hoy en día que todos creen que la poesía mexicana es sólo la de los poetas de veinte años, hay que mostrar que esta es una premisa equivocada.

De los poemas olvidados, de aquellos que no se incluyen en las antologías, en las obras completas. De los poemas que, por pudor, o por olvido, o por decidida acción sus autores descartan. De aquello nos encargamos nosotros los curiosos. De la lectura y valoración –en todo su brillo– de la poesía de Dolores Castro, de eso debemos ocuparnos todos los interesados por la poesía mexicana. Desde hace unos años, el nombre de Dolores Castro se ha integrado con todos sus méritos a la historia de nuestra poesía, por ello hay que releer sus poemas para descubrir la transparencia viva y profunda de su palabra.



1Mariana Bernárdez, “Crecer entre ruinas. Dolores Castro: la sencillez y las velas”, Periódico de Poesía, 15, 1996.

2Letras de Ayer y de Hoy, 12, agosto de 1966, p. 4.

 


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