La casa transitoria

Elisa Buch

¡Cómo me espanta lo que se apaga y queda!

 

De la obra de la maestra Dolores Castro hay un poema fundamental al que siempre regresaré: “El corazón transfigurado”, publicado por primera vez, en 1948, en la revista América. Cuando fui al Fondo Reservado de la Biblioteca de la UNAM y lo leí por primera vez en la misma revista, me transmitió la emoción de la que siempre ha hablado la maestra. Unos de sus 154 versos dicen:

Habito en una casa transitoria
a la que el viento lleva eternamente
como el silencio mismo,
en un canto desgarrado y profundo.

En la casa transitoria, ella ha cifrado su ámbito de escritura y de la familia. Es una casa tan amorosa que uno se siente como en la propia. Algunas escritoras y escritores han signado poemas con este tema, pero ella no solamente hace referencia a este lugar íntimo: la morada de Dolores Castro es el territorio donde llega uno a trabajar,  a conversar,  a percibir momentos gozosos relacionados con la literatura.

La casa de su niñez fue indudablemente la de Zacatecas, pues aunque nació en Aguascalientes (ahí su madre dejo el cordón umbilical, cerca del jardín San Marcos, mi corazón siempre está cerca de este entrañable lugar), al mes de nacida, el 12 de mayo de 1923, la familia Castro Varela se mudó a vivir a Zacatecas, desde entonces, sus afectos se inclinaron hacia este estado de dulces recuerdos. Después se fueron a la ciudad de México y en ese ir y venir, en el poema de “El corazón transfigurado” se descubrió a la niña que con sus cuatro hermanas disfrutaba y miraba el viento, la lluvia, a pesar de la inestabilidad social y política que existía en 1927,  un tiempo de sombras, de luces, de cambios.

Si hago alusión al lugar donde se vive, se habla de casa, habitación, cueva, estancia, morada, residencia, mansión, nido, techo, alojamiento, o lo que se quiera, la casa, de Dolores Castro, encierra todas y cada una de estas nomenclaturas y más. En ella ha educado a sus siete hijos, a cientos de alumnos durante años y años, en torno a esa casa se respira poesía.

No olvido a Carlos Monsiváis desesperado preguntándome cómo era qué Dolores Castro podía escribir, atender su casa, tener tantos hijos… Le contesté: muy fácil para una mujer: se escribe y se trabaja, eso es todo, ella arregla cada uno de sus espacios y concierta el tiempo.

Dolores Castro insiste en que la poesía es goce,  es emoción, por momentos es doloroso acercamiento, pero ¿qué nos quiere decir en su poema La casa transitoria? su casa la persigue a donde ella va, es brasa viva como la palabra: flecha clavada en el corazón del hombre.

Lolita (me permito esa familiaridad) tiene un modo de decir las cosas, de mirar la naturaleza: trátese de palomas, de árboles y sus sombras, que es como si los acariciara, nos invita a tocar cada rama y sus frutos. Ella nos significa sus propias vivencias con una gran emoción. Cuando uno se presenta en su casa, lo primero que se ve es una araucaria, un ojo de perico, unos ramos desordenados de flores y hierbas que nos dan la sensación de llegar a esa su casa transitoria, a esa casa que lleva a los viajes. En cierta ocasión que la  he acompañado a alguna lectura de sus poemas, he sentido siempre cerca la casa transitoria.

Además en su poesía, Dolores Castro ha interpretado el tiempo en términos de posibilidad:

El tiempo niño de la voz de vuelo
tomó mi cuerpo, trompo de ceniza,
sobre sus muslos, ríos escapándose
junto a mi fe burlada.

El tiempo es propio del ser porque ahí proyecta su posibilidad frente a la existencia banal es la sucesión infinita de instantes.  La poesía de Dolores Castro en ese movimiento del tiempo se vuelve más libre para expresar los impulsos vitales, los deseos: se acerca a los espacios de los juegos, del lenguaje como una parte esencial de la realidad tan íntima. Sigo con el Corazón transfigurado:

Soy un pájaro roto que cayera del cielo
en un molde de barro;
soy el juego de un niño;

Más adelante, ella misma menciona la niñez como forma de conocimiento a partir de la contemplación: ver el mundo exterior, escribir los sentimientos, para señalar el mundo dentro de sí  produce un rompimiento que se mueve de un sitio a otro.1

Otra de las voces poéticas que Castro desarrolla es la del árbol. No exclusivamente como fuente de vida sino como Efrén Hernández lo señala en el prólogo que escribió en las Obras Completas de Dolores Castro: Rubén Darío, dice Hernández,  se refiere al árbol “apenas sensitivo”, lo que para Dolores Castro es  “fuerza de árbol vivo” y que apunta al romanticismo de la autora. Ella, tomando apoyo en la lírica tradicional, nos ofrece un árbol, el medio ambiente como parte del canto, que se repite muchas veces con la idea de reforzar sus propias imágenes.

El tiempo niño de la voz del vuelo
quiso dejar su viento y detenerse…
 

[DC, p. 27]

Al referirse a la palabra detenerse a pesar del viento y de las sombras, Dolores Castro recurre a una imagen de la paloma que no es otra que el vínculo con el deseo, porque el tiempo sigue un curso lineal que el poema no permite aprehender (aunque la imagen no se agote), lejos de mostrar una realidad interna consustancial a su designio, se extiende hacia otras palabras como son las sombras o el vuelo, en ambas voces hay la representación de una no acción y de una acción que proporciona placer. Cito tres momentos distintos del poema:

Es tiempo de sombras,
de las bocas que caen ávidamente
 

[DC, p. 25]

El tiempo niño de la voz de vuelo
tomó mi cuerpo, trompo de ceniza,
 

[DC, p. 27]

Toda la eternidad aposentada
 

[DC, p.28]

En este poema (“El corazón transfigurado”),  la eternidad y el vuelo son elementos en que, más allá de hablar del interior del ser humano, como suele suceder en la poesía culta, algunas imágenes se transforman en otros modos de conocimiento: la paloma como el alma del ser, el ser en el tiempo, el signo en una relación que propicia vínculos. La palabra es morada que alimenta su ser:

Toda la eternidad una paloma
suspendida de un hilo sin principio
toda la eternidad ya no le basta
al corazón para su inútil vuelo
ya no mide los muros
si es para limitar sus esperanzas.
 

[DC, p. 29]

“En la imagen poética no existe el tiempo lineal sino el movimiento como representación. La temporalidad hace posible la unidad de la existencia, la facilidad, la caída, es el original fuera de sí, en y para sí mismo”.2 La palabra poética se da como se da un alumbramiento. En un momento dado, el poeta encuentra un “hilo sin principio ni final”, proyecta una letra que abre el verso a la eternidad en contraste con el tiempo mismo.

Para terminar, lo permanente en “El corazón transfigurado” es la expresión directa con el misterio,3 llamada a partir de una realidad tangible, que es percibida por los sentidos, que expresan un universo, lugar de evocación, de encuentros. Es la apariencia más clara a los primeros años, a sus afectos, a las transformaciones que sufre la poeta a partir de su propio desarrollo, a la presencia del hombre en el paisaje: su padre que tanto le enseñó. En ocasiones se ve, en otras se escucha su voz lejana, casi imperceptible, pero que  convive en el poema.

sonidos deslenguados
que le han dado a mi cuerpo
el visionario amor y la ternura ciega
el tiempo niño del afán que rueda.
 

[D.C. p.27]

Por todo esto me quiero unir al homenaje a Dolores Castro, en este año de recuerdos, de añoranzas, de inclinaciones siempre vivas.
Felicidades maestra. Gracias


 

1Toda la parte biográfica de la escritora está basada en el testimonio de la tesis: Armendáriz Aguirre, Ramón Antonio. La poesía como conocimiento (un acercamiento a la poesía de Dolores Castro). Tesis de Licenciatura en Humanidades. México: Universidad Autónoma de Zacatecas, 1994, p. 13. Desde 1935, Dolores Castro comenzó a escribir, tenía apenas doce años y requería de un modo de expresión para desahogar sus temores y formas de relacionarse con los demás. “Ya empezaba a escribir, porque era una criatura bastante débil de salud; no era muy activa, casi siempre buscaba una sillita por ahí para sentarme a ver, quizá la base de toda la literatura sea la contemplación”.

2Heidegger, Martín.  El ser y  el tiempo, México: Fondo de Cultura Económica, p. 356.

3El poema más extenso de Dolores Castro, apareció en la revista América, en 1949, escrito casi todo en endecasílabos. Es la evocación más clara a los primeros años, a sus afectos, a las transformaciones que sufre la autora a partir de su propio desarrollo.

 

 


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