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portada-espejodefuego.jpg Espejo de fuego
Lilly Blake, Solar, Chihuahua, 2008

Por Natalia González Gottdiener
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Espejo de fuego parece esconder dentro de su conjunto la desintegración del espejo, y quizá la intención sea precisamente esa: la representación de un espejo desintegrado, de un yo poético que se exalta en/ante los otros y se purifica. Lilly Blake, además de experimentar con el poema sin puntuación, se entrega al oído musical que le da cuerpo y ritmo a las palabras,  generando versos sencillos tendientes a la imagen o la sucesión de ellas. Versos cargados de cierta inocencia que se entrega al contacto con lo análogo o bien, opuestos complementarios.

El poemario está dividido en nueve secciones: “Intuición”, “Retratos de un momento”, “Pasos del reloj”, “Aviones de papel”, “Bástese saber quién es”, “Que el misterio acaricie tu cabeza”, “Sentidos mentirosos”, “Palabras de espejo” y “Dos labios”. Los opuestos que juegan papel constante en el poemario son: La persona y el otro, Dios y el hombre, el Uno y el Todo, lo particular y lo universal, lo femenino y masculino; todos ellos como frecuencia de contrastes en Espejo de Fuego.

El poemario tiene partes frágiles: el uso de ciertas palabras repetitivas que pudieran sonar como ripios: la noche, la luna, el sol, el fuego, las estrellas. Algunos adjetivos que aparecen más como adorno que como acorde, por ejemplo: “hoy retorna a ti la palabra ardiente/ la que hace mucho en el fuego se fugó”, donde el adjetivo “ardiente” resulta un pleonasmo al lado del “fuego que se fugó” aunado a ciertas cacofonías.

En las primeras secciones, los poemas afortunados son aquellos de tinte proverbial que encuentran en lo breve su equilibrio. Muestra de esto es “Cómplices”: “El ídolo de jade inmóvil me mira/sabe como yo/ que está vivo.” De pronto, estos versos podrían sugerirse como cortes prosísticos, pero hay algo que llama mi atención: el retorno al mito prehispánico y su validación en el presente de la autora. Lo que da vida al ídolo en el presente, es ese intercambio con la mirada humana: hombre y piedra. Nos recuerda a la concepción temporal de San Agustín, quien percibe al tiempo pasado y al futuro dentro del propio presente, en que ambos se generan.

El mito prehispánico reaparecerá más adelante, pero con una carga mística, incluso sacra, en el poema: “Jaguar”. La autora hace un sincretismo entre las creencias autóctonas y la trinidad cristiana cuando escribe “Son tres jaguares los que me guardan”. Consideramos que es esta voz mística en la que mejor se expresa la poeta. Las dos secciones que presentan estás características son: “Bástese saber quién es” y “Que el misterio acaricie tu cabeza”. De la primera sección, mi favorito es “La plaza”, el uso de la enumeración cobra sentido en el espíritu que se devela. De la segunda es “Raramuri”  mi predilecto: lo sintético y el movimiento exaltado en la danza.

En su presentación a la Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica, Maricrúz Patiño se remonta al pensamiento medieval que concebía al misticismo como a una ciencia del estado natural del alma. El acierto de Lilly Blake es acercar la divinidad al plano de lo cotidiano: de pronto a manera de doctrina o enseñanza, de pronto con cierto aliento de salmo o con la Voz del Dios manifiesta, o con el silencio del rezo, o simplemente con la mirada. Todo ello da lugar a una visión característica en la autora, extraña a nuestro tiempo, tendiente a la negación de Dios.

La otredad se revelará más claramente en “Dos labios”, en donde sin la fuerza de los anteriores, el juego de Amen-Ámense deja un sabor agradable en la lectura. Hay un deseo de la autora por compartir sus experiencias. Blake dedica el libro a sus seres queridos y suma al lector “a ti” y a “todos los demás”. Gesto te lleva a abrir el libro con confianza.

Patiño escribe “La mística nos remite al misterio, a la unión con la divinidad, y esta experiencia nos otorga un conocimiento poético, de tipo intuitivo, emocional y sintético que va más allá de las explicaciones de la razón y por lo mismo tiene el carácter de la vivencia”. Lilly Blake, cuando logra soltarse de la primera persona y externar al ser divino que la habita, convoca al lector a buscar en su interior ese Habitante, ofrece poemas vivenciales que trascienden el juego de palabras o la queja léxica por demás, desgastada.


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