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portada-imperio-100.jpgImperio
Rocío Cerón
Ediciones Monte Carmelo, 2008

 



 

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/fuga/

Medraba el rumor de un asalto.
Una guerra en redes, un habitar de flujos en violencia.
Pregonaban las monedas, hablaban siempre: seducían.
Era el rumor, el presagio de la Guerra.
Los hombres construían Templos, adoratorios para el tintineo
    metálico.
Apenas la rebelión crecía en un patio agostado.
Un ardor de sienes se elevaba.
Alguien pisa, en desplome continuo, una zona depredada.
En ese deambular de calles imagina una ciudad perfecta.

Pero la perfección es muerte.



Acaso ayer. Entre los pliegues y un arma

I.

Doblado el brazo, el arma a las  espaldas,  inseparable  de  esta  casa  —que es mi dolencia— llevo lo que queda   /   lo que se va   /   lo que se entume     hasta la alta cima
—canícula— donde habitan los violentos.

Durante cierto aroma a ráfaga entreveo la Belleza:

—pólvora  sangre  hedor de vísceras— Un cuerpo infante / un infante
    deshecho de cuerpo
                             y solo  / hechizado /  siento  palpo  la superficie herida.


II.

Mi madre entraba a la cocina, en busca siempre del comino, una pierna de cerdo esplendía entre el estanque dorado del vinagre, entre comisura y comisura esta mujer (pecho, amor y leche tierna) susurraba una frase:

—“La guerra nace del hambre. No importa de qué. La guerra
nace del hambre. No importa de qué. La guerra.”

Mientras yo recorría con la mirada los pliegues de su falda
/ la promesa de sus piernas          mundo                         / el regreso hacia
    su cuerpo    patria 

                                                                            y en las calles dormitaba una ciudad  —presagio de la furia— sumida en el asalto de una líquida modernidad donde todo se figura y nada toma forma.


III.

Un cuerpo son cien cuerpos   /  cien cuerpos son un cuerpo  /  tiento.

Andar así, desprotegido —el arma balanceándose no sirve de nada ante la bomba— ocupado en formar la dimensión, los límites de un acecho / asedio. Preguntarse cada mañana cuántas balas, cuántos muertos, qué motivo, cuándo ser el perseguidor, cuándo el vencido, cuándo ir a la ofensiva, cuándo el agón, hacia dónde el ímpetu combativo, cuándo el exterminio, cuándo deponer las armas, cuándo el armisticio, cuándo el olvido.


IV.

Mi madre, sus silencios. Sentada en el patio delantero de la casa, el sol de invierno quemando sus mejillas. Callada. Los pasos rápidos de mi padre, buscando por los cuartos lo mínimo: su arma (Browning HP-35. Trece tiros) antes de salir. Callada. El soldado que vino a preguntar cuántos hombres vivían en casa. Callada. El día en que partimos, su hijo menor y yo, hacia el cuartel. Callada. La muerte de mi hermano a manos de un francotirador. Callada. Su propia muerte, callada.

 

 


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