...........................................

port-detras-de-las-mascaras.jpgDetrás de las máscaras
Susana Cabuchi, Ediciones del copista, Córdoba (Argentina), 2008

Por Silvia Barei

............................................

Ayúdame a mirar sin llorar,
ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón
Jaime Sabines

 

Si tuviera que utilizar de forma consistente una expresión junto a la palabra poesía, esta sería “mirada desviada”: si la poesía no es reductible ni a una doctrina ni a una posición política, ni a una opinión  sobre una determinada cuestión, y si ha de hablar del hombre y del mundo y al mismo tiempo ser consciente de sí, entonces su identidad es su diferencia con otras escrituras, otros pensamientos e incluso otras subjetividades.

Ello no quiere decir que le asignemos a la poesía el lugar de lo inefable. Por el contrario, más bien la situamos en el lugar del estrabismo, de la visión oblicua del mundo. Si bien los textos literarios tienen un modo de existencia particular y una forma —que hasta podría admitirse como sublimada—, están siempre enredados con alguna circunstancia, un tiempo, un lugar, la cultura toda. Dicho en palabras de Edward Said “están en el mundo”.

En otros términos teóricos, la poesía es una forma de entender, de ver y de construir el mundo. Está marcada por los códigos de una cultura, pero esta marca —o re-marca— es siempre personal. Por ello es que al abordar este poemario de Susana Cabuchi que toma como eje la fiesta del carnaval, uno puede hacerse estas preguntas: ¿Cómo es que alguien puede decir que el carnaval es triste?

¿No es acaso la fiesta común de todos los pueblos de Occidente, aquella que hemos heredado de los antiguos griegos y de las saturnales romanas? ¿No es Momo un dios burlón y divertido que nos invita a los placeres y a la liberación de los sentidos? ¿No tiene, la risa carnavalesca, un carácter de excepción con respecto a las rutinas cotidianas y a las formas de sociedades excesivamente regladas?

Pues sí, en términos históricos y  socioantropológicos; pues no, en términos de desplazamiento estetizado del texto cultural al poema, mediado por la subjetividad, la proyección sentimental del sujeto creador: este es un carnaval de silencios, sombras y susurros de aquello que nadie se atreve a decir.

En Detrás de las máscaras no hay plaza festiva, ni lentejuelas, ni carrozas, ni risa desinhibida, ni las palabras constituyen apéndices cómicos de la realidad. Estamos obligados a tomarnos en serio el hecho de que las voces y las miradas del carnaval de la infancia en un pueblo de provincia, —un “caserío que hierve y duerme en el centro del mundo”—  no sean intercambiables con nuestra idea de fiesta, puesto que esta poesía diseña un universo verbal completamente propio.

Hay sí, un Momo de paja, antiguo dios expulsado del Olimpo, que vuelve para recordarles a los hombres su condición perecedera.

Hay un Chino, un Mono, un Dragón, un Vikingo, una Vaca, una Monja, un Gigante, Indios y Diablos que esconden tras las máscaras un universo cerrado en lo cerrado de sus personajes y sus historias despiadadas, contrabalanceadas por una mirada fragmentaria, hecha jirones, absorta de subjetividad. Esta mirada se traduce en un tono coloquial, de susurros, tras el cual se esconden también secretos indecibles, aquello siniestro que palpita aunque quisiéramos ocultarlo: “Envuelta/ con doble capa de goma/ y una enorme cabeza/ para cubrir la desmesura/ de su cuerpo, la dueña/ del Centro Inmobiliario/ (…) se extiende por las calles/ poderosa y terrible./ El disfraz, que exagera/ sus destempladas formas/ y la seguridad de su dominio,/ no alcanza para esconder/ lo que sabemos:/ detrás de la máscara/ está/ la desdichada niña/ que conoció el espanto.”

Hay máscaras y luces opacas. Hay árboles, un tren que atraviesa el pueblo y un río de fondo. Hay una comparsa que “emite entrecortados llantos”.  Hay dos amantes que esconden su efímera ventura en el lunes del carnaval. Hay una niña solitaria y triste que vuelve la mirada —desubicada, desplazada de los episodios de la fiesta— a la madre, recluida en un sanatorio, confundida su mente en una visión extraviada de los otros (“Sí madre,/ soy la tía Emma/ y también soy Susana/ …/ —No madre, sus padres no la olvidan,/ están muy ocupados./ Cuando puedan/ vendrán/ con un ramo de rosas.“).

Y hay un padre de entonces, a quien se convoca  para citar la reconciliación que sólo la muerte hace posible muchos años después.

No encuentro en el texto las figuras retóricas que dicen al carnaval: el realismo grotesco, la sátira y la parodia, las formas de la ironía, la inversión jocosa, el sarcasmo, el retruécano, la onomatopeya, la hipérbole y el travestismo. Como en toda la poesía de Susana Cabuchi hay acá, una calle, un río, un patio, un mundo íntimo que rechaza limitaciones, un relato lleno de tropiezos, de alguien que se propone contar una vivencia en el tiempo de su tiempo, con la complicidad dolorosa de la memoria.

Sí hay tres figuras retóricas fundamentales: la metonimia, la metáfora y la paradoja. Figuras que arremeten contra las valoraciones sedimentadas por la tradición y que reorganizan el lenguaje en formas nuevas, centradas en el desplazamiento, el doble, el contradiscurso y la apertura a lecturas múltiples.

Aquí el trabajo del lenguaje es consecuencia de la precaria estructura que confiere lógica a la existencia humana, por ello la poesía se vuelve ilógica y está dominada por una serie de paradojas —la principal: fiesta/tristeza— que contradicen cualquier información que se enuncie como lugar común del mundo. El acontecimiento social, y sobre todo su estatuto, están problematizados:  “Por las calles/ que rodean la plaza/ compartimos/ —y ninguno lo dice—/ la fiesta/ más triste /  de la tierra”.*

Más allá de los disfraces y las máscaras, y además de la niña que ve (como todos los niños) que el rey va desnudo, hay también un ciego que, paradójicamente,  trata de dar forma a lo invisible: ve lo que todo un pueblo no puede ver,  sabe muchas cosas y ejerce una suerte de fuga respecto de ese saber.

En Detrás de las máscaras el carnaval es una fiesta extraviada o dislocada. No es el sujeto desnudo, es su máscara. Porque lo que hay detrás es la oposición entre los absolutos de la vida: el nacimiento y la muerte, la alegría y el dolor, la memoria y el olvido,  el amor y su pérdida.  He aquí la alegría incontaminada de la infancia y la tristeza de quien mira dándose cuenta de que nos han dejado solos con “las sobras de la fiesta”. También el desamor, las ausencias sin margen de reconciliación y el olvido imposible quedan entre las cenizas del carnaval.

El nacimiento y la muerte están metaforizados en los cinco días del carnaval que señalan las partes del libro: del viernes al martes, el Rey Momo nace sabiendo que va a morir y muere sabiendo que las cenizas que recogerán los niños el miércoles son su certeza de renacimiento.  Momo nos emparienta también dolorosamente con otras experiencias aciagas en la historia del mundo: es ese otro hombre-profeta crucificado por pensar distinto y es asimismo la metáfora entrecortada, conflictiva de un pasado no lejano en la Argentina: el recuerdo personal y colectivo de un tiempo homicida  en que pensar diferente era acaso posibilidad de muerte.

La poeta aúna así dos tradiciones: la greco-latina y la judeo-cristiana y por lo tanto dos  concepciones del orden del mundo: una, de un tiempo cíclico que obedece a una gigantesca repetición cosmológica y humana sin novedades disruptivas —he aquí Momo renaciendo y muriendo todos los años— y otra, como narración de una historia conflictiva protagonizada por hombres. Porque es el dios desterrado del Olimpo el que sufre el destino de los hombres y pone en escena la memoria del padecimiento y la exigencia del no olvido.

Los poemas insisten en el extrañamiento, o en la desviación —como dije al inicio—, en mirar “detrás de las máscaras”. Descubren y exponen cosas que de otro modo quedan ocultas tras la piedad, la inconsistencia, la rutina o la hipocresía que Momo denuncia.

Hacen  resistencia a la frontera establecida entre el ojo y el antifaz, a la diferencia que hay entre determinados acontecimientos y una posteridad permisiva que implora interpretación y reconstrucción.

Con su sospecha hacia los conceptos totalizadores, su descontento ante la mirada común, su intolerancia hacia los feudos intelectuales y los pensamientos ortodoxos, en lo esencial, la poesía de Susana Cabuchi piensa por todos nosotros, dice algo en una voz apenas audible que celebra la vida y que aún, sin poder expresarla del todo, nos mantiene en la esperanza.


Leer poemas...



{moscomment}