Francisco Urondo |
Por Marcelo Pichón Riviére |
Presentamos dos entrevistas realizadas a Francisco Urondo a propósito de la publicación del libro Veinte años de poesía argentina y otros ensayos:
La poesía, una especie de fatalidad, 1971 Un poeta en la trinchera, 1973 La poesía, una especie de fatalidad Panorama, Buenos Aires, 29 de junio de 1971
Como si contemplara interminablemente el resplandor de un planeta propio, los ojos de Francisco Paco Urondo no dejan nunca de brillar. Es que este descendiente de españoles, nacido en el verano de 1930 en la ciudad de Santa Fe, ejerce sin pausa el sentido del humor, ya fuere bordeando la ternura o la ironía. Nada más lejos de él que la solemnidad polvorienta que intenta siempre cernirse sobre el oficio de poeta. Pero no se trata de una actitud que sólo se realiza en su vida; en sus poemas también está presente esa falta de distancia entre las cosas y el que escribe, esa ausencia de toda impostura, de toda retórica.
La obra poética de Urondo siempre estuvo relegada -un destino habitual en la Argentina- a las tiradas limitadas, que no rompen el límite preciso entre la marginalidad y la ambigüedad de la fama. “En la vida, se sea o no poeta, se trata de ir reuniendo las cosas de uno, hasta las más dispares -señala Paco-. Al principio, por supuesto, fue algo de lo que yo no era consciente; después, en forma premeditada, fui dando un orden a todo lo que estaba dentro de mí. La política, por ejemplo, que me importó desde chico y que durante tanto tiempo estuvo escindida de mi obra”. Los rastros de esa reunión consigo mismo comienzan a fines de la década del 40, cuando Urondo se incorpora al Retablillo de Maese Pedro, fundado por el futuro cineasta Fernando Birri, y que representaba obras de títeres para niños y adultos. En 1950 conoce a Jorge Enrique Móbili, quien lo introduce en el grupo Poesía Buenos Aires, comandado por Edgar Bayley y Raúl Gustavo Aguirre, que representaba a la vanguardia poética de la Argentina. En esa misma época llegó a Santa Fe otro miembro de la cofradía: Mario Trejo. “Yo vivía en el campo, en una quinta que me habían prestado, en Rincón -rememora Urondo, sonriente-. Era a la hora de la siesta, había un calor que rajaba la tierra y Mario se apareció todo vestido de oscuro, con un rancho de paja negra. Jugamos una partida de ajedrez, tomamos una ginebra y después se fue. Luego fuimos amigos”. Una vez en Buenos Aires, Paco se reunía con el grupo en el Palacio del Café, en la avenida Corrientes, o en alrededores de la Caja de Ahorro, donde trabajaban Bayley y Aguirre. Sus primeros versos publicados habían aparecido en 1953, en un número especial de la revista Poesía Buenos Aires, donde Aguirre reunió a poetas jóvenes de distintas tendencias. En esa época, la influencia de Bayley fue decisiva. Urondo recuerda una anécdota que define al padre de la vanguardia poética argentina. Rubén Vela, entonces un joven vate ansioso de conocer al Maestro, pudo, trémulo, conversar con Bayley en un bar. Luego de hablar formalmente de las últimas tendencias, de la poesía contemporánea, Bayley le preguntó a Vela, interrumpiendo bruscamente la conversación: “¿Tenés algo que hacer ahora?”. Ante el desconcierto del catecúmeno, lo llevó enfrente, a un teatro de revistas, donde se encontraron con el escultor Jorge Souza, y desde un palco intercambiaron saludos y bromas con una bataclana amiga. “Bayley podía teorizar espléndidamente sobre Apollinaire, pero era también un atorrante, para no ir con vueltas”, puntualiza Urondo. Otro amigo, Miguel Brascó, cuando eran adolescentes le dio una lección que le serviría para siempre. Urondo -en Santa Fe todavía- le mostró un poema donde aparecía un pájaro que solía aletear bajo las plumas de vates europeos, pero que nunca había sobrevolado la Argentina. Brascó le preguntó, sencillamente: “¿Por qué escribís sobre algo que no conocés?” La marginalidad En 1956 salió el primer libro de poemas de Urondo, Historia antigua, que reunía algunos trabajos que luego incluiría en Nombres (1963). Después vino Dos poemas (1958), y en ambos volúmenes ya se podían vislumbrar las claves de su obra: la inserción de lo narrativo en el verso, el tono coloquial, inmediato, los temas cotidianos insertados en el discurso, el afán de convertirse a él mismo en objeto de su conocimiento, buscando enclavar (en forma más definida después) ese objeto-sujeto en la historia viviente de su país. “Después de Dos poemas vino una crisis -recuerda-. Tuve miedo de hacer una escritura poco ceñida, caer en la facilidad de la poesía conversacional”. Entonces surgieron los poemas de Breves y Lugares, escritos con la mayor economía verbal, ceñidos por una inquietud exclusiva por la expresión, por una necesidad de cantar con estrictez. Luego, Nombres, Del otro lado (1967), Adolecer (1968), Son memorias (el libro inédito que se incluye en la edición de De la Flor, llamado Todos los poemas) y Poemas póstumos, un libro en preparación, como su nombre lo indica, retoman la línea inicial de Urondo, aunque en forma más pulida. Urondo, narrador también (Todo eso, Al tacto), (en) su primera novela, Los pasos previos. “Cuenta o intenta contar la historia de algunos héroes anónimos de esa etapa revolucionaria que comienza un poco antes de 1966 y que culmina con el Cordobazo, en el 69. Los personajes son algunos periodistas que representan el papel de apóstoles, de difusores. Un poco el papel de ellos es el de la novela. Es posible que en ella -donde a través de algunos reporteros el medio artístico aparece como contexto de la ficción del contexto- inserte entrevistas a algunos militantes del peronismo”, resume Urondo. “Probablemente -acota- no escribiré más ficción; me interesa ahora hacer libros testimoniales, porque la realidad que vivimos me parece tan dinámica que la prefiero a toda ficción. Y seguiré escribiendo poemas: una especie de fatalidad”. Un poeta en la trinchera Así, Buenos Aires, junio de 1973
“He leído a Marx. Apenas algunas lecturas que me sirvieron muy bien para entender el proceso político que se fue desarrollando en el país estos últimos años. Después, como hecho significante para mi experiencia y formación debo mencionar los cursos sobre marxismo que seguí con León Rozitchner, no hace demasiado tiempo atrás.
“El conocimiento de esa herramienta me alumbró en todo este proceso popular. Me ayudó a entender profundamente el peronismo. Quizá Marx haya sido quien mejor vio y expresó puntos de vista muy exactos sobre el sentido revolucionario de los pueblos.” Con estas palabras, Francisco Reynaldo Urondo dio comienzo a un reportaje exclusivo concedido a la revista Así, en un promiscuo cuarto del viejo hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires, donde debió recalar el Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias del Hombre . Urondo tiene cuarenta y tres años y resulta muy difícil encuadrarlo dentro de los roles habituales que habitualmente identifican al resto de la gente. Poeta, periodista y combatiente revolucionario, tal vez sean los rótulos que mejor determinan su accionar de estos últimos años. Urondo es oriundo de la ciudad de Santa Fe, donde nació en el verano de 1930, exactamente el 10 de enero de 1930, nueve meses antes del golpe militar que determina la toma del poder por parte de Uriburu. Descendiente de una familia de extracción liberal –tíos radicales y un padre profesor reformista universitario del año dieciocho, que debió abandonar su cátedra de Física cuando el peronismo se instaura en el poder-, Paco vivió desde muy cerca los acontecimientos políticos que se sucedían en su provincia. Sin embargo, fue la literatura y, particularmente, la poesía lo que gobernaría sus gustos primeros y le permitiría conquistar sus primeros amigos, en una ciudad como Santa Fe, generadora en los últimos años de muy buenos poetas y novelistas. “Mis mejores amigos de aquella época –rememora Urondo- fueron aquellos que como yo navegábamos en la literatura. El mayor de todos ellos, por edad y talento quizá haya sido Juan L. Ortiz, un hombre que me enseñó mucho, seguramente el mejor poeta argentino vivo. De otros amigos también me acuerdo muy bien: Hugo Gola y Juan José Saer, por ejemplo. El primero, un excelente poeta. A Saer no es preciso mencionarlo. Tal vez convengan muchos conmigo si digo que sus cuentos y novelas de estos últimos años representan casi lo mejor que se ha escrito en el país. Otro amigo entrañable, santafesino como yo, es Rubén Rodríguez, excelente actor de teatro. “En Santa Fe viví ininterrumpidamente hasta el año 46. Entonces mi padre –trabajaba en una empresa- nos traslada a toda la familia a Buenos Aires. Aquí recuerdo que terminé la escuela secundaria, en un colegio nocturno. Santa Fe, sin embargo, me atraía poderosamente y no eran pocos los viajes que hacía desde aquí, sobre todo en verano a pesar de los calores y los mosquitos del litoral. “En el año cuarenta y nueve vuelvo a Santa Fe en donde vivo hasta finalizar el cincuenta y dos. Después regreso en el cincuenta y siete y me quedo de nuevo tres años. Por esa época el gobierno frondicista me designa director de Cultura de la provincia. Era gobernador por Santa Fe el Dr. Sylvestre Begnis y contaba con un equipo de trabajo por demás interesante. Fueron años muy buenos para mí.” Adiós a la infancia “Cuando recalo de nuevo en Buenos Aires dedico la mayor parte del tiempo a la poesía, preferentemente. El país, por ese entonces acababa de sufrir la experiencia negativa del frondicismo. Después todo lo relacionado con estos últimos años, resulta conocido por todos. El periodismo y la militancia política son para mí las armas que posibilitan mi comunicación con la realidad. Sobre todo la experiencia militante que me ayudó y me ayuda a entender todo este proceso de lucha popular.” Paco Urondo habla pausadamente. Está rodeado su escritorio de todo tipo de consignas revolucionarias. Detrás suyo una prolija fotografía del presidente Cámpora, en mangas de camisa, contrasta abiertamente con un precario poster firmado por Montoneros, que encierra un pensamiento del ex presidente Perón: “El porvenir de la patria ha costado demasiado caro en la sangre de sus mártires como para dormir en los laureles conquistados”. Igualmente en otras paredes laterales varias consignas pintadas con aerosol revelan un panorama de lucha activa en el que está enfrascado el alumnado universitario. La presencia de Paco Urondo en esa habitación asignada al director del departamento de Letras tal vez sirva para dignificar ese alto cargo docente y esa lucha del estudiantado argentino. Urondo, sin embargo, parece no darse cuenta. “En realidad –precisa- yo fui el primer sorprendido cuando el 26 me comunican en la sede del justicialismo que mi nombre circulaba para este cargo. Recién salía de la cárcel, y a la obligada alegría de sentirme en libertad se unía la responsabilidad grande de dirigir este departamento. Ahora, ya trabajando en él, me siento más a gusto”, confiesa. Evidentemente, Urondo no posee ninguno de los fastuosos y fastidiosos curriculum propio de las exigentes pautas culturales burguesas y antiguas, que abrieron el camino a los claustros universitarios a tantos figurones de nuestra cultura. El mismo, incluso, prefiere no ser tildado de intelectual. “Más bien –atestigua- mi trabajo de estos últimos años se concentró en la creación con la palabra, desde mi oficio de poeta. Nunca desarrollé intelectualmente una tarea continua y sistemática que abarcara todos los terrenos de la propuesta teórica y práctica. Por eso mal puedo ser llamado intelectual.” En la historia del siglo –preguntamos-, ¿qué modelos de intelectual encuentra usted? Precisamente dos, Lenin y el Che Guevara. Ambos conforman dos ejemplos de absoluta coherencia entre lo que proponían y lo que concretaban en sus acciones. Su detención y la vida en la cárcel En realidad nunca supimos con certeza cómo la policía cayó a la casa en que vivíamos. En el procedimiento actuaron en acción y función de apoyo cuatro patrulleros del tercer cuerpo de vigilancia, encabezados por un oficial principal y un inspector, jefes de compañía y de sección, respectivamente. Cuando nos detienen y allanan somos inmediatamente trasladados a la brigada de Martínez. Nos incomunicaron durante ocho días. El primer día nos mantuvieron permanentemente de pie y vendados los ojos con un grueso lienzo que nos impedía individualizar a quienes nos interrogaban. Nos amenazaron permanentemente con la picana y otras torturas. Sin embargo salvo dos compañeros, Julio Roqué y Mario Lorenzo Koncurat, que soportaron la aplicación de la electricidad en el cuerpo, la sacamos bastante barata. Tanta suerte, en mi caso, está relacionada con la presión ejercida desde afuera por parte de tantos órganos periodísticos y de muchos escritores argentinos y extranjeros que se movilizaron inmediatamente de conocerse mi detención. Igualmente, la imposibilidad de los servicios especiales de la Marina y el Ejército de sustraerme de la brigada en la cual estábamos detenidos también sirvió de mucho para nuestra seguridad física. ¿Cómo se desarrolló la vida de ustedes en la cárcel? Bueno, cuando me encierran en Villa Devoto sufrí, como todos los compañeros, una gran cantidad de agresiones verbales de parte de nuestros custodios. Amenazas que gradualmente van desapareciendo, sobre todo a medida que se acerca la fecha de elecciones donde nadie duda, ni ellos ni nosotros, que el peronismo iba a resultar triunfante. Cuando efectivamente, se concreta el triunfo popular del 11 de marzo, prácticamente se acentúa la política de conciliación por parte del personal de la cárcel. El peor momento que tuvimos que atravesar por ese entonces lo sufrimos cuando se produce la muerte del contraalmirante Quijada. De cualquier manera eso no alcanzó para modificar nuestra convicción de que saldríamos en libertad inmediatamente de la asunción del compañero Cámpora. Cuando se produce la liberación de los presos la presencia del pueblo en la calle, rodeando el penal, fue embriagante, de una incandescencia fabulosa. ¿Usted cree que la amnistía a los combatientes hubiese alcanzado, sin la presencia del pueblo, la misma amplitud que tuvo? Creo que sí. Lo demuestra el compromiso que había asumido el gobierno popular con el pueblo a lo largo de toda la campaña electoral. Hubiese sido traicionar el sentimiento de más de seis millones de hombres y mujeres que votaron nuestra liberación. Durante su vida en la cárcel, ¿continuó escribiendo poesía? Muchísimo. Escribía permanentemente. No sólo yo, casi todos mis compañeros, alguno de los cuales nunca había incursionado por ese campo de la literatura. Recuerdo un poema escrito por un compañero que llevaba ocho años preso, de una claridad y riqueza imposible de olvidar. Por otra parte, creo que en literatura lo mejor lo han hecho compañeros combatientes mediante la utilización de un lenguaje lleno de vivencias y justezas, cargado de una sustancialidad y solvencia muy difícil de conseguir. Algunos de estos escritos reflejan la real expresión del hombre nuevo, el mismo que va a ser forjado por la patria socialista. Hablando de socialismo, ¿qué diferencia observa usted entre el socialismo ortodoxo, tal cual fue estructurado por Marx y Lenin y el socialismo nacional que enarbola el peronismo? Nosotros tratamos de estructurar un socialismo que interprete las necesidades actuales de nuestra realidad. Puiggrós lo explica cuando puntualiza que los socialismos siempre fueron nacionales. Ese socialismo que pregona el peronismo, ¿contempla la lucha de clases? Bueno, las que existen van a tener que amoldarse al proceso o se van a tener que ir. Por ahora la existencia de los hombres de extracción burguesa ayuda a neutralizar la tremenda fuerza del capital internacional y del imperialismo. Una cosa es ser gobierno y otra muy distinta tomar el poder. El gran cambio que se ha abierto se manifiesta en el terreno puramente político, no en el aspecto económico. Esa es una batalla que vamos a librar cuando se den las condiciones apropiadas. Mientras tanto, nuestra tarea inmediata es crear esas condiciones y después tratar de apretar el otro acelerador. |
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