EL MAR EN MÍ COMO PRESENCIA MÁS VASTA, PERO EL RÍO, LOS ESTEROS, LOS ESTUARIOS…

Entrevista con:
José Luis Rivas

Por Ana Franco Ortuño  

Para José Luis Rivas (Tuxpan, Veracruz, 1950), la poesía está ahí, vital, y trabaja entre el contraste de lo que se ofrece en el mundo, y la maestría de quien sabe manejar las palabras; en sus respuestas se revela una poética casi experimental, en el sentido de la manipulación de la materia. La crítica no se ha detenido demasiado en ello.


Había pasado un par de días en Ciudad Juárez; estuve en el VII Encuentro nacional de escritores de Tierra Adentro y en el Primer Encuentro de Literatura en el Bravo. Asistí a un homenaje a José Emilio Pacheco al que el poeta veracruzano fue invitado. Redacté las preguntas rápidamente, aunque las había formulado tiempo atrás, en una lectura muy atenta de su obra. La oportunidad de conocerlo y hablar con él fue casi una sorpresa. Me lo presentó, una tarde de lecturas, un amigo mutuo que estaba a cargo de la nueva librería del Centro Cultural Paso del Norte. Rivas es un hombre amable y de inmediato aceptó que nos viéramos más tarde o al siguiente día, y me regaló Ante un cálido norte. El título del libro venía perfectamente a cuento con la estancia: la calidez de Juárez, de los festivales y de su gente, de los poetas reunidos y su presencia.

Más tarde, conversamos con el ruido de una gran cafetera a nuestras espaldas. La entrevista se refiere a temas sobre los que llevo tiempo trabajando; compartirla implica el riesgo de que resulte cerrada; quizá una lectura muy personal de una obra.
Para Rivas, la poesía está ahí, vital, y trabaja entre el contraste de lo que se ofrece en el mundo y la maestría de quien sabe manejar las palabras; en sus respuestas se revela una poética de intención experimental, en el sentido de la manipulación de la materia, aspecto en el que la crítica no se ha detenido demasiado.
Ana Franco: Le comentaba que me interesa la materialidad del texto. En sus poemas veo un contraste entre la transición, que implica la recurrencia del tema, y la longitud de los versos y su corte; sin embargo, me parece que hay una especie de oposición en estos elementos, entre el ritmo temático y la materialidad o las formas. ¿Cuál es su búsqueda en ambos sentidos?

José Luis Rivas: Antes de escribir algo no sé qué forma va tomar. Se configura según la propia respiración que se produce; voy respirando de una determinada manera y ello genera el ritmo de lo escrito. Una de las condiciones indispensables es, después de leer en voz alta y encontrar cuánta fluidez hay o no en el poema, darle la disposición que les corresponde en la página. Inicialmente no la tengo muy clara pero, después, encuentro la manera de decir los versos de una vez, en una sola emisión de voz, en un sólo aliento, y así puedo establecer su ordenación. Muchas ocasiones esto me lleva a suprimir algunas palabras, algunas voces, o a cambiarlas de acuerdo con el efecto sonoro que en ese momento busqué. Esto, sobre todo, en los poemas de largo aliento; los breves no plantean esos problemas, la forma en que se dan es casi inmediata. Esto no quiere decir que los escriba y que luego no emplee las tijeras. Sí se da, pero en los textos breves tengo más clara la forma, no requieren que les dé dos o tres vueltas para después darles la disposición y el estilo más adecuados.

A. F. Si se da esta presencia enorme del ritmo y el espacio, ¿cuál sería el lugar del silencio en José Luis Rivas?

J. L. R. Comparto la idea de un teórico francés que sostiene que el ritmo forma parte de la significación. Es muy importante la presencia del ritmo, por ejemplo, en una línea como “de desnuda que está brilla la estrella”; si se invierte el orden de las palabras deja de ser poesía. Es asombroso lo decisivo, la disposición y el ritmo de los sonidos para configurar lo poético; cualquier modificación, cualquier leve cambio, trae la desaparición de la poesía. Esta es una cuestión que creo importante. Y una vez dicho esto, para mí, el ritmo tiene un papel fundamental dentro de la significación del poema; por lo mismo, los silencios y las pausas crean también, a su manera, un remate del ritmo. Es una la presencia otra, aquello que establece una pausa, una hondura incluso en lo ya dicho y escrito.

A.F. Me imagino que le han hecho mucho esta pregunta, acerca del mar, pero uno de mis posibles planteamientos de la presencia del mar en su obra, sería hacer una lectura desde el término de lo khorático, según Derrida; un tema que rebasa su propio espacio y se convierte en un espacio material gestador de lo poético. ¿Podría hablarme de esta presencia?

J.L.R. El mar en mí como presencia más vasta, pero el río, los esteros, lo estuarios. Tengo un libro que se llama Delta, otro que se llama Río, otro que se llama Estuario. La presencia del agua en la superficie terrestre ha constituido para mí una presencia viva que me incita, una y otra vez, a compenetrarme con esa realidad concreta. Estoy de acuerdo con algo que me parece muy interesante de tu planeamiento: esta concreción, esta terrenalidad, esta materialidad de la escritura. Hace algunos años me tocó participar en una charla con un poeta francés y otros mexicanos. Leyó sus poemas y sostuvimos una conversación. No me acuerdo de su nombre, pero el apellido es Le Maire; en sus poemas, curiosamente, se debatía en casi todo momento la palabra como algo que se suma, como algo fantasmático y, curiosamente, la postura mía es exactamente la contrapuesta. Si siento que la palabra se resiste, le confiero existencia. Algo real es precisamente la palabra: me parece una explosión física, sonora, que marca un sentido de la presencia de una persona; esto es determinante desde mi concepción de la poesía.

Existe también la forma en que uno habla, la forma en que uno respira, la forma en que uno inhala el mundo y lo devuelve mediante la voz, mediante la misma respiración. Se sabe que cuando uno camina bajo la lluvia se respira de otra manera, cerca de una realidad acuática, líquida, la respiración se abre de modo distinto. He tenido la suerte de nacer al lado de un río, muy cerca del golfo de México, y fueron siempre presencias vivas, realidades palpables, tangibles, algo que en todo momento me ha nutrido. Vuelvo a mi tierra de origen y siempre me invade una emoción muy fuerte en presencia de esas realidades, de esas formas que se me imponen y han marcado mi sensibilidad. La presencia del agua, de un arroyo, de una fuente, de los animales que hay o de las plantas que habitan en ella me produce una exaltación, un gozo que genera en mí el deseo de compenetrarme con esa vida. Creo que la forma en que a veces lo he conseguido es mediante la escritura del poema.

A.F. En este sentido, va usted de la mano con Coral Bracho. Hay una fuerte presencia de lo líquido; un espacio transitorio, constante, en que la materialidad se convierte en otra forma de metaforizar. Me gustaría preguntarle dos cosas; la primera: de Coral Bracho se ha dicho hasta el cansancio que es rizomática, ella hace esa declaratoria en algún momento y después la crítica la califica siempre así. Sabemos que es compleja la estructura del rizoma, que es ahistórica, que es abordable en cualquier sitio porque no tiene principio ni final. Para mí, lo que genera Bracho, son justamente, estancias. ¿Dónde se aborda a José Luis Rivas?, ¿puede abordársele en cualquier momento del poema?, ¿o se está siempre en un mismo lugar?

J.L.R. No, yo pienso que en este libro me he propuesto incursionar, un tanto, dentro del ensayo. Quiero ir desvaneciendo la misma concreción del ensayo para gestar un verso alado, suelto, ligero, que se corresponda precisamente con el título: Pájaros. He tratado de establecer también una especie de diálogo, no de concordancia, sino de desacuerdo con un gran poeta francés: Francis Ponge. Él sostiene, en algún momento, que el hombre consigue volar mediante el aeroplano, y he recurrido, por ejemplo, a otra expresión de Sabat,  que se ríe de ese planteamiento. Lo ha dicho de otra manera: “el pájaro, los pájaros: qué desatino el del piloto que descendido de un aeroplano, dice con orgullo: vengo de volar. Sabemos que no puede decir: yo nado, quien en barca va”.

Este es un intento muy diferente al de otros libros. Algunos tienen un marcado carácter narrativo, por ejemplo Río y Tierra nativa, y hay una serie de historias que se cuentan, según yo, de manera en que se apunta al desenlace, pero hay quien me ha dicho —y esto también hay que tomarlo en cuenta— que se presenta un mosaico de relatos que tienen existencia propia y redondeada, como estampas. Mi intención era más bien suscitar una expectativa en el terreno del desenlace de esas historias, y que el lector no haga una especie de prolongación, sino que añada posibles finales; incorporaciones de su propia imaginación a lo que el relato suscita. Ésta ha sido mi intención en estos libros donde el aliento narrativo está muy en juego. En Pájaros no tanto, es un intento de buscar al lector para tratar de encontrar una experiencia de lectura.

A.F. Me parece que hay esta presencia de lo fragmentario en Tierra nativa y es lo que me permitiría hacer una lectura de intertextualidad, a partir de los contrastes; es por ello que propongo la lectura de lo rizomático. Pero, al mismo tiempo, está la cadencia ¿piensa usted que serían contradictorios?

J.L.R. No, creo que responden a diversos momentos. Hay una misma sustancia temática. La presencia de la tierra y la presencia del agua junto a la tierra, son elementos que están una y otra vez; quizás en Pájaros el elemento fundamental sea el aire pero, de allí en fuera, responde a la autoexigencia de decir que puedo volar de otra manera: escribiendo. Lo he intentado mediante el libro que tiene, además, algunos pasajes en prosa de carácter erótico porque encuentro una vinculación entre el vuelo, el pájaro y el erotismo.

Ese vínculo entre aire, pájaro, vuelo, es algo que no estaba antes [en la obra]. Un navío un amor, es un libro francamente erótico, en el que me lanzo a retomar la mitología griega. Pero, sobre todo, [a] hacerla contemporánea. Me apropio de Safo como personaje —y de sus versos—, pero busco darles un tratamiento de contemporaneidad para que suenen actuales, y claro, hay variaciones, cambios. Me he basado en muchas traducciones de esos poemas, en inglés, en francés; las leo y luego trato de apropiármelas y manejarlas con todo lo que es mi lenguaje y darles un remate de mi propia imaginación: quizás la lectura que me proponía en Tierra nativa para el lector, quizás la antología griega, como si Olguín me hubiera puesto esos fragmentos para ver cómo los remato; como una especie de trazos iniciales. Como si yo te dijera: —Ana, mira, tengo estos versos fragmentarios, al estilo de Safo, ¿cómo los completas?

A.F. Una obra abierta…

J.L.R. Una obra abierta. He intentado completar una historia que, desde luego, tiene la cercanía del mar, del río, de los elementos que en mí funcionan de un modo casi inevitable... Inevitable. De algún modo mi imaginación está situada en ese territorio y ahí traslada lecturas, experiencias. Es una especie de geografía imaginaria. Es una historia de mi imaginación a la cual llevo mi experiencia diaria.

Si hay algo que realmente me mueva a escribir —por constitución física, por configuración mental— me lo apropio, lo hago en mis términos. Por ejemplo, una de las cosas de Tierra nativa fue el intento de apropiarme del habla de mi pueblo. Me gusta mucho lo que hizo Juan Rulfo en Pedro Páramo y en sus cuentos; cómo llegó a un lenguaje tan personal, a un lenguaje alimentado por la gente del pueblo. Lo he buscado a distancia.

Cuando me fui a estudiar a México —viví 20 años en la Ciudad de México; me fui a los 19 años— todas esas voces resonaban en mí. La distancia hizo posible que prestara un oído más atento a esas voces. Trataba de expresar algo, no sabía exactamente qué, ni cómo, pero algo que me dio una pista fue la antología Poesía en movimiento: me asombró que los poemas descansaran en un lenguaje puro. Aun en Carlos Pellicer, aun en gente procedente de la provincia que difícilmente le da un lugar a ese lenguaje de la región en que crecieron. Eso busqué deliberadamente en Tierra nativa: reapropiarme de esa lengua, de las formas de hablar de mi abuela, de mi madre, de mis tías, de mis primas.

Tengo una hermana que es siete años mayor que yo. Cuando éramos niños, por lo menos un año vivieron en nuestra casa mis primas, ese tiempo transformó todos nuestros hábitos, y nuestra casa sufrió una revolución.

Todo eso me hizo sentir muy cerca de la presencia femenina; ese es otro elemento que he buscado. Hay una cierta necesidad de transmitirlo. Ni siquiera es algo deliberado: crecí entre ellas y la presencia femenina me exalta. Su sensualidad, sus voces, sus formas, sus maneras, son cosas de las que se ha nutrido el lenguaje que empleo; ha buscado un lenguaje que responda a eso…

Rivas y yo seguimos platicando sobre otras cosas, le pregunté por la importancia de la crítica y el lugar que tenía en su obra, por la memoria y la presencia de la tradición. El Festival seguía, el café se terminó. Por cuestiones de espacio no es posible transcribir el texto completo, lo que hemos dejado para Periódico de Poesía son algunos apuntes; rasgos que considero fundamentales en la obra. Notas apenas, frente a una poética que si duda, será cada vez más atendida.

{moscomment}