De Macondo a Comala, un pasaje sin regreso. |
Por Claudia Sánchez |
En la pasada edición del Festival Internacional de Poesía de Zacatecas, se rindió homenaje al poeta Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946). Hablar de quién es Roca nos llevaría muchas páginas, sólo diremos que además de poeta es narrador, crítico de arte y periodista. Coordinador y después director del Magazín Dominical de El Espectador. Ha obtenido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1979), el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (1993), el Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia (2000), el Premio José Lezama Lima (2007), el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (2007) y el Premio Casa de América de Poesía Americana en España (2009). |
De Macondo a Comala, un pasaje sin regreso. |
Por Claudia Sánchez |
En la pasada edición del Festival Internacional de Poesía de Zacatecas, se rindió homenaje al poeta Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946). Hablar de quién es Roca nos llevaría muchas páginas, sólo diremos que además de poeta es narrador, crítico de arte y periodista. Coordinador y después director del Magazín Dominical de El Espectador. Ha obtenido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1979), el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (1993), el Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia (2000), el Premio José Lezama Lima (2007), el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (2007) y el Premio Casa de América de Poesía Americana en España (2009). Ha publicado Luna de ciegos (poesía, 1975); Los ladrones nocturnos (poesía, 1977); Fabulario real (poesía, 1980); Pavana con el Diablo (poesía, 1990); Teatro de sombras con César Vallejo (poesía, 2002); Las hipótesis de Nadie (poesía, 2005); Museo de encuentros (ensayo, 1995); Cartógrafa memoria (ensayo, 2003); Las plagas secretas y otros cuentos (2001) y Esa maldita costumbre de morir (novela, 2003); Biblia de pobres (poesía, 2009) entre otros. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, ruso, japonés, griego y rumano. En Zacatecas, Juan Manuel Roca depositó una ofrenda floral en memoria de Ramón López Velarde, en la ciudad de Jerez –un dato curioso: el viento hizo volar la corona de flores tan pronto el maestro Roca la colocó bajo el busto del poeta zacatecano, y la volvió a volar una vez más y otra más– una ofrenda inquieta, podríamos decir. Al día siguiente, en el lobby del hotel Emporio, en pleno centro, casi enfrente de la catedral de la hermosa capital zacatecana, Roca tuvo la gentileza de conceder esta entrevista a Periódico de Poesía. Como es natural, Periódico de Poesía está muy interesado en el quehacer poético de América Latina y, desde luego, en las voces que hacen la poesía. En su discurso inaugural para este festival usted pronunció una frase para mí sorprendente, dijo que el imaginario de Comala estaba mucho más presente en los colombianos –a veces– que Macondo mismo, háblenos más acerca de esta idea. Bueno, yo lo digo casi privativamente, a título personal, yo he recibido una poderosa influencia que no sé si se detecte en lo que yo escribo pero, en la andadura de lo que yo quisiera hacer, la presencia rulfiana siempre ha sido una constante, porque el ascetismo de su lenguaje, ese territorio de cosa hablada entrelazado a lo mítico, me parece que ningún narrador lo ha hecho de manera más formidable en el ámbito continental. Rulfo, además de ser el narrador que más me gusta, precisamente por su voltaje poético –no preconcebidamente poético– por esa manera de ir a la esencia de las cosas, me parece que es una lección de despojo, de serenidad del lenguaje. Todo ese carácter expresionista que hay en la lengua rulfiana me hace pensar en un territorio que está fundado en la imaginación que es Macondo, pero que pertenece, más que a una geografía física, a una geografía espiritual en la cual yo encuentro que las grandes soledades de América Latina están muy bien expresadas, toda esa suerte de fantasmalidad de nuestras culturas. Rulfo muestra las costumbres del pueblo mexicano y no hace costumbrismo, muestra la historia del país mexicano y no hace historicismo, muestra toda la red social de un país tan conflictivo, tan fuerte y tan poderoso como México y no hace sociologismo; cómo atraviesa –como por una cuerda tensa– todos esos abismos para entregarnos una gran literatura, para mí es una cosa a la que podría llamar milagro. En esa medida, como mi espíritu está mucho más afincado en esa cosa del ascetismo del lenguaje, de la precisión, del cómo encontrar la aguja en el gran pajar del lenguaje, la palabra justa, la palabra necesaria, me parece que en mi caso particular me inclino más –en las simpatías estéticas– a Rulfo que a García Márquez; García Márquez es más exteriorista, es un maestro de la lengua, qué duda cabe, es un gran escritor, pero yo uso la metáfora de que estoy más afincado al reino de Comala, por su fantasmalidad y su ascetismo, que al reino de Macondo por su exterioridad y, a veces, pintoresquismo, cosa que no encuentro en Rulfo. Pero lo ideal es fundar un pueblo imaginario mezclado entre los dos, podríamos fundar Macala, mezcla de Macondo y de Comala (ríe). Usted habla de la serenidad en el lenguaje, en su libro Las hipótesis de Nadie se encuentra mucho y en muchos momentos esta serenidad, ¿usted busca la serenidad al escribir? Sí. Yo soy cada vez más un impulsor de la idea de la claridad en la literatura y en la poesía. A veces hay falsos hermetismos que, según un viejo escritor clásico, consisten en remover las aguas para parecer profundo, ese tipo de poesía cada vez me interesa menos. Por supuesto que hay poetas barrocos que me gustan mucho, me seduce mucho su lenguaje, como el cubano José Lezama Lima, por ejemplo. Pero, digamos que esa disposición a la claridad la da la idea de buscar en el inmenso pajar del lenguaje la palabra rústica, la que no es de adorno, la que no es puramente estetizante sino necesaria; no la palabra buscada para el poema, sino la palabra encontrada en el poema. De manera que a mí me seduce cada vez más esa poesía contenida, esa poesía despojada de excesos verbales. Esto es una lucha que hemos tenido en Colombia muchos poetas de mi generación, porque la poesía colombiana ha sido un tanto verbosa, porque ha sido muy heredada de la poesía española, a la que también encuentro excesivamente verbosa. Por eso, cuando leo poetas mexicanos de tanta precisión, como Eduardo Lizalde, me conmueve mucho esa búsqueda de la palabra necesaria. ¿Quiere decir que para usted lo más importante es el mensaje contenido en el poema? Yo creo que, sobre esa vieja pugna de si lo más importante es la forma o el contenido, no hay ninguna novedad, muchos hemos reflexionado sobre eso. No se puede privilegiar a una de las dos cosas, deben de ir en yunta el cómo hacer y el qué hacer, es decir, el qué decir y el cómo hacerlo. Cuando una de las dos cosas falla, el poema se degrada. Así, hay gente que habla de verdades que yo comparto, pero que por estar mal expresadas se vuelven mentiras. Una verdad mal dicha se vuelve mentira, así como una ficción bien elaborada tiene un rango estético que la hace verdadera, por eso es verdadero Macondo, por eso es verdadero Juan Preciado, por eso es verdadero Pedro Páramo, el Quijote, porque son ficciones tan bien expresadas que se convierten en verdades estéticas. En su caso, ¿cómo logra el equilibrio entre el qué decir y el cómo decirlo? ¿Piensa en este equilibrio? No, no creo que eso pertenezca a un orden puramente racional, porque a veces es un rapto poético, es una intuición. A veces pienso que si un pájaro se pone a pensar por qué está volando, seguramente se cae. En la poesía hay algo de eso. Pero sí, luego del texto escrito, sí hago que pase por una especie de aduana del pensamiento, es decir, de reflexión. Cómo despojo esto, cómo le doy más silencios, más aires al poema. Creo que la poesía tiene una cosa extraordinaria: estando hecha con palabras aspira al silencio. Cómo lograr que haya ese silencio, ese carácter elusivo, el no decirlo todo, que el poema se sustente en lo que insinúa, en lo que no dice, más que en lo que afirma. El poeta es un pastor de abismos y de dudas, entonces las excesivas certezas, el carácter asertivo de la poesía no me interesa. Usted expresa en uno de los versos de Las hipótesis de Nadie que "Nadie es un nómada de sí mismo". ¿Usted es un nómada de usted mismo? Sí. Yo creo que sí. Porque uno anda buscándose también en el afuera, uno no solamente se está buscando en el adentro. Por supuesto que hay una carga en todo lo que se escribe, sea de carácter filosófico, narrativo, lírico, siempre hay una carga de interioridad que es muy importante. Pero yo soy un poeta que ama la intemperie, que ama al otro, lo que me ocurre a mí en los demás. En esa medida, soy un nómada de mí mismo, me ando buscando en el afuera. ¿Y a dónde lo ha llevado ese errar? Ese errar me ha llevado a intentar conocer a los demás, me ha hecho partícipe de la colectividad humana. Yo pienso que un poeta es un traductor de sí mismo, que cuando logra traducirse con eficacia, quizá logra traducir a los demás, ahí es cuando ocurre el hecho estético. Ese errar me ha llevado a una preocupación por el otro –fundamentalmente–. Por lo que me ocurre a mí en los demás. ¿Cómo construye Juan Manuel Roca su poética, no en sus libros, sino en su vida cotidiana? Un joven periodista me decía “¿usted vive de la poesía?” Le contesté que yo no vivo de la poesía, pero no puedo vivir sin la poesía. Y creo que en el entorno más inmediato y cotidiano de mi país yo vivo la poesía de maneras muy distintas, una es manteniendo una actitud crítica frente al momento histórico, la encrucijada histórica que vive un país como Colombia, que es un país muy adolorido, y en estos momentos en una penumbra terrible, causada sobre todo por el gobierno autocrático de Álvaro Uribe, que me parece a mí un desastre, y creo que en eso media también una poética de la dignidad, una poética de la ética. Por otro lado, aunque vivo rodeado de personas, no soy hombre de muchos amigos, pero tengo un gran culto a la amistad, mi religión es la amistad y es una religión de un solo dogma: la fidelidad al otro. Esa fidelidad al otro tiene un elemento altamente poético. Por otra parte, soy un apasionado de la música y encuentro en ella una compañía casi igual a la que me da la poesía. Entonces, lo que sí intento (como harán tantas personas, eso no es ningún descubrimiento) rodearme de hechos que ennoblezcan mi sueño y, sobre todo, haciendo una cosa: intentando merecer mi sueño, merecer lo que sueña uno es muy importante. Imposible no estar de acuerdo con eso. Vive usted en Medellín, ¿verdad? Yo vivo en Bogotá, soy de Medellín pero vivo hace más de treinta años en Bogotá, una ciudad que me gusta mucho, es muy contradictoria, entre áspera y hermosa, muy caminable, las nieblas que tanto me gustan y, sobre todo, las montañas, que son tal vez más luminosas en Medellín, pero en Bogotá son más dramáticas, no podría vivir sin la montaña, hay gente que no puede vivir sin el mar, yo puedo prescindir del mar si me ponen en esa tarea, que ojalá no me pongan (ríe), pero como dice Montejo, el poeta venezolano, no hay nada más triste que un hombre sin montañas, es eso lo que me gusta mucho de Bogotá (ríe). ¿Y qué ha encontrado en Zacatecas? Bueno, Zacatecas es un sitio que yo tenía en mi imaginario muy mitologizado por muchos motivos. Por ciertos episodios de la Historia leídos muy a la ligera en mi adolescencia; en mi niñez tuve la fortuna de vivir unos tres años en el D.F., y entonces me sonaba, primero, la palabra zacatecas, que me parece tan musical y tan hermosa; segundo, ese episodio mítico de la batalla de Zacatecas, con Pancho Villa y toda esta cosa tan seductora para un muchacho que se asoma a la Historia; tercero, porque aquí nació un poeta cubano que se fue muy niño a vivir a Cuba, Fayad Jamis, se hizo cubano porque vivió allá toda la vida. Y hablando con él de Zacatecas, me contaba de ciertos recuerdos que tenía de esta ciudad, del misterio de sus calles, de sus plazas. Yo ya tenía mi Zacatecas en el imaginario, y lo que más me gusta es que corresponde a la idea que tenía. ¿Es su primera vez aquí? Sí, y espero que no sea la última, es una ciudad hermosa. Durante los cuatro días que duró el festival, tuve la dichosa oportunidad de convivir con el maestro Juan Manuel Roca, y no pude menos que sorprenderme por su sencillez, su buena disposición y su capacidad de disfrute, lo mismo bebió mezcal que bailó un danzón, charló cálidamente con la gente y, claro, se unió a la callejoneada de la helada noche zacatecana. Eso también tiene la poesía, crea momentos bellos en lugares bellos, como esta ciudad, inspiración no sólo de poetas sino de grandes pintores como Manuel Felguérez, Pedro Coronel, Francisco de Santiago, Juan Nava y muchos otros. |
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