Rogelio Treviño murió en enero en Ciudad Juárez, en una terrible situación de abandono. Se perdió durante un mes (o más) y apareció en la morgue. Las notas dicen que murió de frío. No se sabe. Sus amigos no saben. El dolor en Juárez es uno de los más crudos del país y la muerte de un poeta (o de quien sea), allá, es una suma de dolores inexplicables: otra deuda. Treviño fue un crítico activista del quehacer cultural en su estado. Un crítico del mundo, que vivió y murió en el ejercicio coherente de los márgenes. Ejercicio imposible. Decir que “vivió como un poeta” me parece una irresponsabilidad. Al margen de sus decisiones personales, la muerte en condición de calle es un problema de todos, un problema que se multiplica en la situación actual de México. Treviño hubiera dicho mucho al respecto. Nos faltó hacerle esa pregunta.
[grabación fallida]
(…) Es un cuento muy triste, desafortunadamente pertenecer a la cultocracia es a lo que lleva, yo no aceptaría trabajar con ellos porque tendría que someterme a sus órdenes y a su manera de ver la cultura; realmente no tienen una visión grande de lo que es la cultura, más bien es una forma de vivir y una forma de engañar a los demás haciendo algo por la cultura, cuando en realidad lo único que hacen es tapar o cubrir con sus obligaciones, pero de una manera triste y nefasta.
¿Y cómo ve este tipo de espacios, este tipo de eventos y convocatorias, cree que funcionen? [Estábamos afuera del Centro Cultural Paso del Norte, en el marco de Literatura en el Bravo, sept. 2007)
El espacio es magnífico, y le hacía falta a Cd. Juárez un espacio de esta índole, de esta magnitud, esperemos que se lleve a cabo en él lo que le corresponde, una proyección de la cultura del norte o de la cultura de México y de otros países, obviamente. Que se abran las puertas a las gentes de talento de acá del norte, porque sí las hay, y como sabemos, la gran literatura mexicana se hace por gente exiliada en el centro pero que pertenece a otros estados, no necesariamente a México [D.F.]. Yo respeto y gusto mucho a un Alberto Blanco, [o a] David Huerta, pienso que Huerta es uno de los más grande poetas jóvenes de México, si a juventud se le llama tener 60 años.
¿Qué opina usted ahora vemos publicados chavos desde 13, 14, 20 años, en el marco de ‘la juventud’?
Se les está haciendo daño, es muy peligroso, recordemos a Rilke. Escribir poesía joven no vale nada porque la poesía es experiencia por antonomasia, por raigambre, por raíz; la psicoedad poética se da en cualquier edad cronológica, pero no creo que haya [un masivo] Rimbaud en este tiempo.
El genio es el primero que no sabe que es genio, y para los muchachos publicar un libro a tan temprana edad es sumamente peligroso, porque los enferma de ‘inflación psíquica’ y los hace divos, y se olvidan, y ahí se quedan. Por eso lo joven vale tan poco.
¿Y cuál es su propio proceso como poeta? ¿Dónde estaba usted a los veinte años?
A los veinte años estaba haciendo teatro infantil junto con Octavio Trías precisamente, él llegó a los 17 años a Chihuahua procedente de México, venía del INBA, no sé si terminó, pero entró con nosotros, con Antonio Ochoa, que es ahorita el director del SEMA aquí de Juárez; se inició con nosotros y le dimos entrada en una obrita que se llamaba En busca de un hogar, no recuerdo el autor pero ya era una obra de corte ecológico, y ahí empezó Octavio, y nunca abandonó el teatro. De alguna manera que se le haya puesto su nombre a la sala, al teatro Octavio Trías, fue un milagro porque mucha gente fue muy mal agradecida con él a pesar de que luchó tanto por ellos.
¿Cuál es su posición frente a conceptos tan conflictivos como ‘frontera y centro’?
Desafortunada y afortunadamente mucha gente tuvo que emigrar o autoexiliarse al centro, o pienso, y hago mía la frase de Plutarco que dice que todo aquél que abandona su tierra es un adúltero. Yo pienso junto con Gardea, en paz descanse −y que sigue más vivo que nosotros los muertos− que el escritor y el poeta no necesariamente tienen que ir al centro para que se dé a conocer la obra, porque la obra, al fin de cuentas, si es buena, siempre saldrá, aunque sea tarde, y a veces uno es un poeta póstumo, como decía Fernando Pessoa.
¿Gardea nunca salió de aquí?
Iba al centro y llegó alguna vez a España, pero nada más para lo inmediato y con la gente que lo tenía conectado allá, el maestro Labastida; y en mi caso también el maestro Edmundo Valadez.
¿Y cuál es su movimiento?
He vivido en México, en Coyoacán, en Santa Úrsula, allá escribí algunas cosas, no me querían dejar venir pero tuve que venirme por la enfermedad de mi madre y porque sí quiero crecer, si es que llego a crecer aquí en el norte.
Y qué opina usted de todas estas referencias que se hacen a Juárez; lo chicano, las muertas, este tipo de situaciones críticas que atraen la mirada del mundo.
Respecto a los chicanos, está la poesía de la gente del ‘Nuevo Aztlán’ o ‘Aztlán’ me parece que le llaman. Es muy interesante. He conocido a algunos de ellos en congresos. Es una poesía desafortunadamente de doble rostro pero afortunadamente también, muy honesta.
Y respecto a las muertas de Juárez, hablo de ello en un poema que es el hermano de Septentrión y que nace 17 años después. Septentrión me da el Premio Chihuahua 91. Es poesía épica, y empieza desde Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hasta los tiempos del gobernador Baeza; y luego, 17 años después gesto la segunda parte. Yo le llamo los Diósporos: el hermano blanco y el hermano negro. Nace Poema no humano para Cíbola. El primero se me celebró porque hago un retrato psico-histórico principalmente de Chihuahua, y en el segundo hago el retrato del rostro oscuro de Chihuahua, que viene de Baeza para acá. Abordo temas difíciles, así que la mayoría puso cara de pescado, con la muertas de Juárez, que mucho tiene que ver el gobierno posiblemente; y hago la denuncia de la destrucción de bienes nacionales como la carcachita de Franciso Villa, que en lugar de respetarla como quedó después del asesinato, la remozaron y la volvieron una especie de Rolls Royce (risas). Entonces mataron el hecho, el sentido, y es una agresión que debió haberse gritado. Cuando yo la vi, fue un desmoronamiento grande de mi gente del norte.
Ya no hay gente como antes. Eso de ‘valientes, nobles y leales’ ya está pasando a la leyenda y ha dejado lugar al mito.
¿Cuál es su postura frente al compromiso con un lugar, con una situación? ¿Cree usted que se abandona la estética? Me parece que en México hay un problema con las temáticas. Consideramos que son temáticas menores cuando se habla de compromiso, ¿qué opina?
Para mí el arte siempre es de compromiso pero, sobre todo, con el tiempo. El tiempo del poeta y su lugar. Los compromisos de poesía social y esas cosas se me hacen ‘chabacanería’. El artista o el poeta que conjuga política y arte, no conoce una ni la otra. El compromiso es con el arte y el arte en sí tiene un rostro político que lo representa y que lleva en esencia una relación con lo político, si hablamos de la política de acuerdo a como la pensaban los griegos. Y no como ahora que está ausente, porque ahora los están manejando antipolíticos. Y no sólo eso. Quiero decir que no nos hagamos tontos, los verdaderos capos del narcotráfico en México empiezan por las gubernaturas, y la misma presidencia.