No. 88 / Abril 2016



Entrevista con Minerva Margarita Villarreal

 
Por Xánath Caraza


Leer a Minerva Margarita Villarreal es crear un puente desde su centro hasta el del lector quien se conecta intensamente con cada una sus estrofas. A través de repeticiones líquidas, de imágenes e intensidad lírica Minerva Margarita nos arrastra entre corrientes lingüísticas que hacen de la lectura de sus poemas un deleite.  

En sus poemas convergen marejadas de texturas sensoriales con oleajes sinestéticos. La lluvia nos empapa, la naturaleza nos atrapa, tropezamos con piedras y, con obsesión, releemos, una y otra vez, las páginas. Evocamos un sentido y de pronto otro responde al estímulo de la lectura.  

Sus poemas también entrelazan lo místico con lo erótico. Lo descubrimos entre las sílabas de sus versos acompañados siempre de un fluir constante que hace que el lector busque con interés no solo la siguiente página sino el siguiente poemario.

Tuve la fortuna de conocer a Minerva Margarita en la ciudad de Kansas en 2014. Compartimos una mesa de trabajo durante el congreso
Latinas and Latinos in the Midwest: Past, Present, and Future. The National Association for Chicana and Chicano Studies FOCO in Kansas City, MO.  

Recientemente recibió el Premio Nacional Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016, éste es uno entre otros tantos merecidos premios de poesía que Minerva Margarita ha ganado. La siguiente es una entrevista que amablemente ha aceptado contestar.


¿Quién es Minerva Margarita Villarreal?

Creo que autodefinirme para un público sería configurar una imagen de mí. Quisiera que el lector entrara en el espacio de mis poemas con el mismo silencio e intimidad con los que se establece un vínculo personal. Por lo demás: soy muy apegada a mi casa, me gusta compartir el tiempo con mi marido, hablar con él, escucharlo. Siempre aprendo de él y de todos los seres vivos, sean animales o plantas, e incluso de mí aprendo. Tengo una actitud de eterna aprendiz ante la vida. También soy muy mamá, creo en mis hijos, en sus proyectos, y en ocasiones he trabajado con ellos. Me gusta mi trabajo en la Universidad. Aprendo mucho de mis alumnos y busco que luego ellos revisen mis poemas. Soy una codependiente de la crítica. Jamás suelto un poema que nadie antes haya visto o escuchado. Me gusta mucho cocinar y no diferencio la creación poética de la creación culinaria. En la sazón hay un ritmo, como en el poema. Hay distintos ingredientes y puedes provocar imágenes con el sabor. La aventura y el riesgo son mis aliados a la hora de emprender un propósito. Sin ellos qué sentido tendría atreverse a escribir. Pero escribir, ya lo dijo Marguerite Duras, también es una contradicción y un sinsentido, yo diría que además de callarse y aullar sin ruido, como ella dice, también es dejar hablar al silencio, y el silencio habla en la medida en que callamos y logra desplazar su lenguaje en la escritura. Clarice Lispector decía que ella escribía cuando dormía. No es la luz de la razón la que nos lleva al desborde de la imaginación, a encontrarle diques y cauces: es la luz del corazón, y esa habita en los sueños y en la vigilia, en la duermevela y en la pérdida del trámite rutinario. Hay que buscar el paraíso todos los días, encontrarle espacios a lo sublime, acceder a un minuto de gracia, por lo menos.


¿Quién o quiénes te introdujeron a la lectura?

Mi primera lectura fue “El gigante egoísta” de Óscar Wilde. Siendo muy niña encontré en casa de mis abuelos un tomo de cubierta roja de las obras completas de Óscar Wilde. Allí venía este cuento y quedé impactada con la lectura. El libro era de mi tío Rodrigo, el hermano menor de mi mamá. Él influyó determinantemente en mi vida. Me inició en la música, en el arte. Y me hizo conocer sobre todo a los grandes narradores. Creo que tener una presencia tan cercana que avalaba mis preferencias y mi rareza fue fundamental.


¿Cómo comienza el quehacer poético para Minerva Margarita?

Antes de escribir los primeros poemas hubo un descubrimiento. Haciendo trabajo de campo en la zona citrícola de Nuevo León, pues mi director de tesis de la licenciatura en sociología era un maestro antropólogo, Luis María Gatti, ejercité, bajo su tutela, dos diarios de campo. Uno objetivo, o que intentaba serlo, donde escribía lo que veía y registraba de los interlocutores que visitaba; y otro diario donde podía despegar la imaginación, lo que sentía de lo que veía, o lo que creía ver. Allí empezó todo este cuento de querer escribir, porque me ahogaba con la pretendida objetividad científica, en la que por supuesto, no creo. Recuerdo haber tenido una cita con mi maestro para comunicarle lo que me estaba pasando, entré en una crisis que duró unos años. Cuando terminé la tesis de licenciatura me fui a Israel, y allí se desató mi verdad, a lo que vine. Alentada por una voz angélica, me dediqué a la poesía. Esto tuvo consecuencias, pero afortunadamente en mi trabajo hubo quien creyó en mí y me ayudó a reubicarme sin perder el puesto recién estrenado de maestra. Genaro Saúl Reyes fue y es un amigo fundamental que guio y refrendó mis primeros acercamientos a las letras.


¿Tienes poemas favoritos de otros autores?

Creo que mi aliento inicial viene de Rubén Darío: “Margarita, está linda la mar”. Cuando era niña amaba tanto ese poema que estaba convencida que me lo había escrito a mí. Lo aprendí de memoria, todavía me lo sé y lo digo a los niños cuando puedo. Por lo demás, la creación es como la lluvia, viene de un cúmulo, un cúmulo de nubes que de pronto estallan. Para mí la poesía está en la vida y en la capacidad de dejarse penetrar por ella, en la posibilidad de leerla. De Safo y Homero a Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, de Góngora a Sor Juana, de Emily Dickinson a Louise Glück, de Rimbaud a Adonis, de Lorine Niedecker a Anne Carson, de Lezama Lima a Olga Orozco, de Octavio Paz a José Emilio Pacheco, de Rosario Castellanos a Francisco Hernández o Elsa Cross. Hay un cúmulo de obras ejerciendo su fuerza y su poder de atracción.


¿Cómo es un día de creación para Minerva Margarita?

Como dijo Clarice, escribo cuando duermo. Le hago caso a los lapsus, a las equivocaciones, me detengo en el error. Pero sobre todo, me encanta dejarme llevar por lo que viene así, como una música, un dictado, algo que tiene que salir, tiene que cobrar vida y esa cadencia suele ser erótica. Una es medio, no fin, por eso es importante hacer a un lado la soberbia. Es importante y es muy difícil, los escritores tenemos la manía de creernos antes de lograr una obra. Tenemos cierta inclinación a construir el personaje de escritor, pero si logras eso, cuando partes, la escritura se esfuma. Nunca olvido quién fue Eliot, quién fue Wallace Stevens, quién fue William Carlos Williams, quién fue Alfonso Reyes, quién es Gabriel Zaid. Gente de trabajo, de sumo trabajo, a la que no le quedó tiempo para construir su personaje de escritor, sino que no le quedaba de otra que escribir y hacerse tiempo para hacerlo.

Cuando me llega la música, el dictado o la palabra, tengo que sentarme a escribir, porque se me puede ir. Si me llega a las tres de la mañana, me levanto y escribo y me vuelvo a dormir. Si me pesca en el carro, me orillo y escribo. O me espero al semáforo y voy repitiendo lo que me llegó para que no se vaya. También he escrito por encargo, he escrito poemas por encargo, como “Luna roja”, que trata de una poeta china del siglo II de la Dinastía Han, cuya vida y obra conocí gracias al gran poeta norteamericano Kenneth Rexroth. Escribo tan seguido como puedo, pero sí debo aclarar que jamás he sentido perturbación alguna porque pueda dejar de escribir. Siento que la gracia está conmigo.


¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído?

Un libro no se termina, se abandona, y me lo saco de encima cuando lo tengo que expulsar de mí porque me puede provocar malestar físico, dolor de cabeza o desesperación. También si no me lo saco lo puedo aniquilar. No siento tener madurez alguna como poeta ni como crítica. Siempre pido a José Javier, a mi hermana Adriana, a mis exalumnos y hoy amigos y colaboradores como Pablo García González, Martha Ramos, Nancy Cárdenas, Diana Garza Islas o Carlos Lejaim Gómez e incluso a mis hijos, a Santiago y a Ximena que hagan garras lo que les doy a leer. También dos amigas entrañables y enormes suelen escuchar mis escritos: Martha Casarini y Patricia Cisneros. Si resiste la lectura, pues adelante. Pero yo, sola, suelo estar en mala compañía para tal fin.


¿Sientes alguna nueva responsabilidad con este tan merecido premio que has recibido recientemente?

Siempre he procurado ser responsable con lo que publico. El premio me obliga a seguir siéndolo.


¿Cuál piensas que es tu papel como mujer y poeta?

Nunca me he disociado. Asumo que soy una mujer poeta, y me encanta serlo. Pero no hay guion para esto, solo hay compromiso y el compromiso es aventurarte a nadar en la página en blanco, internarte en las aguas de la pantalla del ordenador.


¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Acabo de terminar al fin “Luna roja”, el poema escrito para una antología sobre el Antiguo y Lejano Oriente que está por entrar a imprenta. Tengo un libro con el que tengo varios años que no logra darse y en el cual sigo trabajando y quizá se trate de varios pequeños libros. Eso lo tendré que resolver a su tiempo.


¿Qué consejos tiene Minerva Margarita para otros poetas que comienzan este camino?

1. Que cuando manden algo a edición tengan claro que dieron lo mejor de sí, que asuman que no se arrepentirán de la publicación.

2. Que escriban para sus poetas, para quienes los llevaron a escribir. Que intenten conversar con sus difuntos, como pedía Quevedo, para que sean ellos, los clásicos, quienes aprueben la novedad de la patria que creemos haber escrito.

3. Que guarden la soberbia en un cajón, pues, con el tiempo, suele dejarnos en ridículo.


¿Hay algo más que quisieras compartir?

Mucho de lo que he escrito se lo debo al arte. Ir a escuchar la Sinfónica de la UANL cada jueves es un privilegio que me desata la creación. Por otro lado, suelo estar íntimamente en contacto con obras plásticas. Podría vivir dentro de un museo, soy tan feliz en esos espacios del arte como los teatros y los museos. Afortunadamente hay obras con las que he convivido cotidianamente por la cercanía afectiva con sus creadores: Armando López, Enrique Cantú, Miriam Medrez, Gerardo Azcúnaga, Ximena Subercaseaux y Natalia Domínguez. Adoro que en Monterrey tengamos Marco, la Pinacoteca y el Centro de las Artes. Lamento que hayamos perdido hace ya años el Museo de Monterrey.