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portada-hacia-lo-abierto.jpg Hacia lo abierto
Goya Gutiérrez
Edición de autor,
Barcelona, 2010.

Por Neus Aguado
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No. 44 / Noviembre 2011

 
Desde los elementos hacia el viaje interior


Al estar Hacia lo abierto estructurado según los cuatro elementos de la tradición clásica griega y de muchas otras, que incluye también al budismo temprano, se corre el riesgo o la tentación de quedarnos en una primera lectura que no traspase la rica simbólica que desde milenios acompaña a la permanente transformación de la tierra, el agua, el fuego y el aire. Bachelard, que es el filósofo al que la autora pide prestado el lema para la segunda parte Agua o sueño, afirmaba que en este sueño de la materia y las formas “(…) La fisiología de la imaginación, más aún que su anatomía, obedece a la ley de los cuatro elementos (…)”, el autor que -siguiendo los arquetipos de Jung- ha clasificado a los escritores como autores de tierra, de agua, de fuego y de aire, en una vuelta de tuerca dice que los cuatro elementos son “hormonas de la imaginación”. Dado que Goya Gutiérrez utiliza los cuatro elementos como partes divisorias de su último libro publicado, se puede afirmar que estamos ante una poeta ecléctica.

No nos debe distraer, como he dicho, esta clasificación, pues muy pronto descubrimos que en Hacia lo abierto la poeta se ha entregado a las manos de Rilke y su aproximación a lo efímero, en definitiva, a la muerte. Viaje iniciático hacia lo que la muerte tiene de revelación, de agua o sueño, de despertar y de fuego. Menciones al agua y al fuego en una alquimia de lo cotidiano. Las palabras de Rilke aparecen como una divisa en la parte primera Tierra o existencia, la divisa nos dará pistas sobre la elección del título del libro y, como he dicho, de todo el contenido de este poemario, quizá el más sentencioso de la autora hasta la fecha, donde desarrolla una ética del buen vivir y del buen morir, el buen ir muriendo, en especial en la primera parte del libro. Así Rilke nos advierte: “Con todos sus ojos ve la criatura lo abierto./ Porque cerca de la muerte uno ya no ve la muerte/ y mira hacia fuera fijamente, tal vez con amplia mirada de animal.”

Así este lema de la primera parte incide en todas y cada una de las partes, enriqueciéndolas, aunque todas y cada una tengan su propio lema. Los poemas visuales de Edu Barbero acompañan también con su sentido de enraizamiento, y de alfa y omega. Los poemas visuales de Edu Barbero conforman por sí mismos un mundo aparte que, aunque sintonicen con los poemas de Goya Gutiérrez, quizá nos lleven por otros derroteros y nos distraigan, en el buen sentido, esos rodeos que da el alma para llegar al fondo de la cuestión.

Hay hallazgos en esta extensa parte en la que también aparece fértilmente el agua, por ejemplo, la primera estrofa del poema VI: “Miro los ojos bajos del caballo y siento/ un remanso remoto en sus pupilas/ como si procediera de una estrella extinguida/ o de aquella quietud del girar árido/ de un antiguo planeta/ de cuyo vientre creció un día el agua”. Y en el poema XI: “(…) Las sentaba a la mesa/ Intentaba aspirar su respirar pausado/ Pero ya era muy tarde/ Las palabras estaban extenuadas/ y querían dormir: (…)” Bellísima sinestesia y tremenda manera de recordar lo que pudo haber sido en pleno proceso de creación. En este sentido, la inclusión de una suerte de poética, convertida en el poema XV, reúne los aciertos de la autora con mayor precisión, tal vez pueda ser considerado el poema fundacional del libro. Aunque no hay que pensar por lo dicho hasta ahora que Hacia lo abierto sólo habla de cenizas o de actos fallidos.  El poema XVII, entre otros, es un certero canto a la vida, tiene forma y ritmo de canción y nos habla de la ‘Belleza’, en mayúscula y ‘De su revelación’, en cursiva.

De todos modos, pronto comprobamos que la división en partes es más una opción formal que de contenido, pues el libro, como la autora, es muy ecléctico, bebe de diversas fuentes sin ceñirse a ninguna. Libro de iniciación, relación de un viaje o de diversos viajes tanto al interior como al exterior. Deducimos, por las fotos de Enrique Velo -muy afines al decir del libro- y por alguna pista lírica, que también puede referirse a los cuatro elementos del budismo temprano, que coinciden absolutamente con los presocráticos, pero cuya finalidad es la de poder comprender el origen del sufrimiento y la forma de liberarse de él; para los griegos era una manera de comprender el cosmos y la convivencia de todo cuanto existe.

Goya Gutiérrez no se pierde en recovecos clásicos ni en religiones más o menos cercanas, más o menos lejanas, aunque usa lo sabido como excusa para explayarse ampliamente en su propio decir, en su propio descubrimiento de la vida y de la muerte, en la propia aceptación de esta vida y de esta muerte. No es la primera vez que Goya nos invita a un viaje iniciático, o sea, de transformación, y lo hace sin que tiemble su decir, porque en definitiva es un viaje hacia la muerte, hacia la mutación: Alfa y omega de un fluir continuo.

Hacia lo abierto
por su contenido parece ser la continuación De mares y espumas (2001) -aunque entre uno y otro Goya Gutiérrez haya editado La mirada y el viaje (2004), El cantar de las amantes (2006) y Ánforas (2009)- se vislumbra una trabazón con De mares y espumas, pues en este libro ya están latentes los topos que la autora va a desarrollar en Hacia lo abierto, la fugacidad de la existencia y de la experiencia, y también el sentido iniciático y/o de tránsito que tienen las distintas etapas de la vida cuando se viven con conciencia y desde el presente. En De mares y espumas el yo poético todavía se resiste a aceptar lo efímero, en Hacia lo abierto se interpreta que lo efímero se convierte en tránsito perdurable, en ciclo infinito de renacer y muerte, como lo son el agua y el fuego.

Bachelard es el maestro de ceremonias de la segunda parte, a su lema lo acompaña una iluminadora foto de Enrique Velo de un lago tibetano. Las claves de Invitación al viaje son muy reveladoras para comprender este amable reclamo hacia los viajes interiores y exteriores, pero que también lo es a escribir, y a comprender lo cíclico de la existencia, por no decir abiertamente, que el yo lírico parece creer plenamente en la reencarnación: “al remanso de un río/ que discurre entre/ lo conocido ya y lo por venir/ ya olvidados”. Lo mismo ocurre con el poema II que es, además, un bello poema amoroso. Es indudable después de leer esta parte, que el yo poético se refiere a la reencarnación y que, además, le resulta muy inspiradora. La evidencia de que somos co-creadores de lo incierto y lo reiterativo, de que nos pasamos la existencia escribiendo el mismo libro milenario, es el poema IV, una bella muestra.

El acierto principal de Hacia lo abierto es que resulta un libro escrito desde la libertad de cualquier criterio impuesto, desde la libertad absoluta, en el sentido de no esperar resultado alguno sino el de ser, el ser en sí mismo.

En la tercera parte Aire o despertar será Antonio Colinas el que nos recordará: “Siente la savia y siente la ceniza/ aquél que osa hablar con el Misterio”, abandonarse a las manos del Misterio es lo único que nos puede salvar de caer en la estulticia más absoluta, en un intento de encontrarle respuestas a todas las cosas que jamás comprenderemos, a pesar de nuestra capacidad. La última estrofa del poema VI nos sugiere una manera de estar y no estar en el mundo: “La ganacia quizás de estar/ desaprendiendo ya la muerte/ esa quietud abandonada/ perdurable/ en la memoria de la palabra/ a la que todo arriba/ que nadie intenta poseer”.

Antonio Gamoneda nos ofrece el Fuego o inicio, la cuarta y última parte, ilustrada con una foto de Velo del fuego ardiendo en un templo chino. Goya Gutiérrez, en el poema VII, que titula también (Epílogo), y que dedica a la memoria de Albert, dice: “(…) bálsamo de cenizas y de limo/ en el aire en el agua en la tierra/ ante el fuego (…)”. Y los elementos van marcados en cursiva, por si aún quedaba alguna duda de la transmutación, de la incertidumbre, de lo desconocido, -en definitiva- del Misterio.

Libro curioso porque en él parecen alentar distintas maneras de concebir la vida y la muerte, y un sentido espiritual muy amplio que me remite a las palabras del filósofo Cioran cuando afirmaba que cada cual debe construirse su propia religión.

Eso parece transmitirnos la poeta, su construcción de una religiosidad más allá de rigideces estériles, su construcción de un mundo espiritual propio y renovado que se encamina hacia lo abierto.




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