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portada_tenue.jpgEl tenue rededor
del mundo

Julio Eutiquio Sarabia,
Conaculta,
México, 2015
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No. 87 / Marzo 2016


Estaba él en un punto inalterable de la trama,
sin otro antecedente que haberse liado a golpes en la calle:
acaso al desgaire, en el reverso de una factura vergonzante,
a vuela pluma el apunte del noctámbulo que habría visto
y oído cuanta palabra más hubiera sido dicha en esa riña.
“Hago constar que cuanto vi ocurrió
del modo que aquí digo
y que mis deberes con la patria me obligan
y no autoridad alguna.”
Un día tocaron a la puerta de su casa,
justo en el lapso menos cierto que aguardaba su futuro:
ese vaivén que, en apariencia, protege del naufragio.
¿Fulano de Tal?
                     Sí –dijo por rutina–.
                                                      ¿Alguna novedad?
Oscilaba el desconocido entre el pasmo y la certeza.
“Me ha obligado a volver el domicilio complicado;
primero me detuve en la entrada de aquel parque.”
(Y el hombre enderezó su brazo en esa dirección.)
“Después volví sobre mis pasos y, a la vuelta,
con una botella de agua por si la caminata se extendía,
tomé a la izquierda y mire –qué grande coincidencia–,
alcé los ojos y allí estaban el número y la calle.”
(Y bebió agua el hombre como si de cianuro se tratara,
como si todo se cancelara al cumplir con sigilo la misión.)
“Ya que frente a mí está el destinatario, estampe aquí su firma.
Hurgue en el sobre de inmediato;
                                         es requerida su presencia desde ayer.”
(Y el ansia del hombre era visible aun contra el cianuro:
“Si viera cuántos lo aclaman entre quienes abarrotan los caminos…”)
Así que una invitación había en aquel sobre:
“Es necesario que vengas con dos o tres por si hacen falta.”
(Más puesto que el cianuro el hombre esperaba la respuesta.)
¿Dos o tres sería el porcentaje dicho en clave,
ocultas ante los ojos del mensajero las verdaderas intenciones?
¿Visible lo invisible por si al doblar la esquina una bandada
levanta aleve el vuelo y entera al otro bando de la clave?
“Aguarda”, casi para sí mismo pronunció,
mientras un garabato plasmaba en el papel.




Un comprador de pieles vertió en el cuenco de sus manos
la sal que los extranjeros llevan consigo al desterrarse.

Un comprador de pieles ansió el rebaño de su huésped:
“Cabras excelsas repercutirán en pieles de primera
y, en sementales, pronto se transformarán los machos.”
 
Sobre las piedras, el agua reseca permanece
como carnada de rumiantes primerizos.
Demasiado tarde será para la hembra
cuando descubra en la sal un espejismo:
al inclinarse, sin sombra del cielo sobre ella,
aislada del rebaño, más la cegarán los dioses.

“La mano de obra –han dicho los pioneros– resuena todo el día
en el paisaje sonoro de quienes cosechan manzanas
o erigen almenas en el sur.
Es cosa de niños adentrarse en tierra de bárbaros
y sumergirse en los saqueos.
Carteles en los muros de la ciudad invitan a la marcha:
‘Por breve tiempo, altos salarios
e inversiones protegidas.’
Es bróder Clearco de otro bróder.
En abundancia también el vino de dátil se reparte.”

La buenaventura desean a quienes surgen del océano
y a quienes remontarán las colinas en sigilo
antes de que piedras les arrojen en la cumbre.
 
“Divisarán ciudades fortalecidas por el sol:
en el verano –prosiguen–, habrá cebada,
miel virgen y tragos de aguardiente.”

Comprende el equipaje dos mudas y un cuchillo,
frutas secas y agua extraída por la madre.

Allá pretenden ir nuestros vecinos.
Conjeturan que allá serán mejor tasados sus servicios.




Hasta las arenas de Troya recientemente propaladas,
al anochecer arribamos para cubrir un expediente.

Aquiles, dijeron los más próximos,
estacionaba su Camaro al doblar la esquina:

un cuchillo resultaba su voz en las partículas del viento:
así al llegar, mientras a Héctor, el tabernero,
le ordenaba lo de siempre;
así a Briseida, convocada
una sola vez en la penumbra (su mesa,
compartida por ménades
que habían descubierto a Christian Dior
e iban, orondas, los domingos,
en conjunto, a Plaza Delos).

–Tienen suerte –intervino el acomodador de autos.
Pequeños grupos arriban en esta temporada
pero los amedrentan descarriados y huracanes.
Veinticuatro horas permanecen,
la mitad de ellas indispuestos en sus cuartos.
¿Cuánto tiempo ustedes estarán entre nosotros,
antes de que el sur también los llame?

Unos a otros nos miramos en silencio, cómplices mudos
de cuanto estaba por ocurrir en los alrededores.

–Una semana invertiremos en sitios aledaños,
máximo quince o veinte días. Un mes.
Sin duda al sur después iremos.
Una pista perseguimos, casi nada.
¿Sabes adónde fue Briseida,
la heredera que despidió Aquiles una tarde?
Justo es que hables o una razón nos des
de quien lo sabe. No temas por tu lengua.
Quienes cruzaron los límites del agua
habían soñado una tarde su epitafio.
Con nosotros no están para pedir tu cabellera.

–Lo ignoro –dijo al alejarse.
¡Aquel que lo sabía
posee tantas lápidas como ciudades lo reclaman!
 

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