No. 110 / Junio-julio 2018
Correo sentimental

 
Las pausas dentro de nuestras cabezas


Mercedes Álvarez


Querida Bren:

Hoy se rompió la calefacción en mi casa. Dirás, qué manera de empezar a responder tu carta, sobre todo una en la que me hablas de alguien que ha muerto. Sin embargo, recuerdo que mi tía —que después optó por la muerte por mano propia— lloró una vez cuando descubrió hongos en su dulce de membrillo. Puedo comprender a alguien que llora amargas lágrimas por su dulce de membrillo estropeado, como Flaubert lloraba por su muela cariada. Hay un hartarse del mundo y su constante deterioro, un duelo permanente por la desgracia de la decadencia. Yo no logro reconciliarme con eso. ¿Cómo lo hizo Assionara? ¿Qué secretos sobre la vida se llevó con ella?

Sabes que escribí un libro de poemas (o más bien, que no termino de escribirlo nunca) que se llama así: Del deterioro. El deterioro de la mente, pero también de la casa. Las toneladas de basura, los cadáveres de móviles, y el cuerpo. Cómo no, el cuerpo. Hay días en que logro que me invada un simulacro de sabiduría, y otros en que me miro al espejo y veo las ojeras, las incipientes arrugas de mis treinta y nueve años, y las caderas y las venas y las primeras canas, y pienso que simplemente no voy a poder soportarlo. Y sin embargo, se soporta, porque hay algo tan increíblemente atroz y maravilloso en estar vivo que no podemos más que seguir, muertos de curiosidad, solo por experimentar con este mismo cuerpo que a veces no soportamos. Supongo que eso es lo que hizo que Assionara siguiera viva el tiempo necesario.

Por ejemplo, Bren, el viernes hice el amor con alguien y me olvidé de todo. El viernes hablé con esa misma persona, un hombre. Y lo despedí el sábado, en la puerta de mi casa, y de pronto me pareció que había formas claras de vencer a la muerte. No lo sabemos siempre, pero estamos en manos del otro. Somos depositarios de algo del orden de lo sagrado en cualquier acto sexual. A veces es difícil de aceptar.

Leí a una poeta de mi misma ciudad, a la que conozco, y que dice algo incomprensible, y por incomprensible conmovedor:

oiste del amor
algo semejante:

                  sílabas
                  contrasílabas
                  acentos

Puedo decir que oí algo parecido, porque, aun sin poder explicar, hay eso que me dices en tu carta: “la poesía es un juego”. Decido jugar el juego de esta poeta, por eso oigo. Ella se llama Claudia Cúneo. Creo que te gustaría conocerla. Además, hablarías, como hablamos siempre. Hablaríamos, por qué no, las tres. Como hubiéramos hablado con Assionara.

Me decías hace poco, en alguna de nuestras conversaciones por chat: “¿Qué harías si supieras cuánto tiempo te queda de vida?”. Y te respondí, que me gusta la respuesta de un texto de Esther Seligson. Se llama Opción este fragmento, y dice:

-¿Qué harías si te quedaran exactos tres o cuatro meses de vida?
-Lo mismo que vengo haciendo todos los días, ni más ni menos...
Y creo que no haría otra cosa yo tampoco, porque Bren, estamos haciendo lo correcto, es decir, lo único que podemos y que importa. Esto es: interrogar al mundo, no resignarnos, aprender a ser felices, amar, escribir y no parar nunca de conversar. Nuestros chats, nuestras cartas, este diálogo ininterrumpido que mantenemos, es un privilegio, una suerte de aristocracia del alma, de momento de ocio totalmente vano pero lleno de profundos significados.

También hay muerte en libro de Claudia, como hubo para tí hace poco:

Su nombre velado
cenizas en caja
gradas escalinatas
madera que graba
un salto de fuego
Y luego, hay agua, una purificación, las Frases del agua a las que alude su título:

Después, después
¿cómo decirles?
la fuerza del agua
del pasto mojado
y los sauces
Estoy triste, Bren, no te voy a mentir. También imagino todos los días tu tristeza, como la imaginaba cuando murió tu padre, con esa fina melancolía que nos deja la muerte y el recuerdo que vuelve, una y otra vez. Todo pasa tan rápido, y tan lento a la vez. Hay días en que me parece que moriré joven, y otros en que creo que viviré cien años. ¿Dónde, cómo? No tengo la menor idea.

Dice Claudia:

Una lámpara sobre la mesa
hojas cinceladas de bronce
alabastro de luces.
Una marina enfrente
nombre de cuadros
mujeres
poetas

De mañana
escribís en cuadernos:
“Llueve”
(y no llueve)
Y no llueve, claro. Y sin embargo, sí llueve. Ese “llueve” escrito sobre el papel es la realidad. Es la escritura. Es esto que creamos cada día. Las pausas dentro de nuestras cabezas, las cosas que verdaderamente importan.

Me vienen a la cabeza tantas cosas que no podría decirlas todas. Ya te dije lo suficiente, hoy. Llueve. Mi calefacción no funciona. Tengo tantas cosas que hacer y sin embargo, ninguna es relevante.

Te invitaría a ir de viaje, para que pudiéramos seguir hablando.