No. 110 / Junio - julio 2018
Leer un poema...


Leer 327 poemas de Leonardo Rosiello


Carmen Villoro
 

Los haikus, los senryus y las tankas, formas poéticas tradicionales del Japón, han sido ejercitados por muchos poetas latinoamericanos, pero son muy pocos los que les dedican un libro entero y, menos aún, los que practican este tipo de poesía como su género favorito. Leonardo Rosiello es una de estas singulares excepciones. Poeta uruguayo radicado en Suecia, quien también es novelista y académico, ha ido recopilando, a lo largo de los años, poemas construidos con aquellos formatos clásicos orientales hasta alcanzar —resultado quizá de sumas, pero también de restas— 327. Y así se llama su libro, invitándonos a especular con el significado de ese número, si es que lo tiene, tratando de entender la razón, ese afán tan occidental de buscar el porqué de todos los asuntos. Pero Leonardo no nos dice por qué, sólo presenta su cifra 327 como si se tratara de flores o canicas que pone sobre la mesa, como si dijera: “Mira, esto es lo que colecté”. Entonces entendemos, o, mejor dicho, comprendemos que hay una postura filosófica en no explicar, en sólo presentar las cosas como son, como el número que son, la materia que son, la milagrosa existencia que son.

327 brevedades que se muestran en conjunto y conforman un estilo de escritura, pero en donde cada una de ellas es en sí misma, aislada, una experiencia contundente. Dije experiencia porque están involucrados los sentidos. Los haikus, y Leonardo lo sabe, se escriben con el cuerpo. No son un ejercicio de la inteligencia, una ocurrencia de escritorio, son el producto de una vivencia, la exclamación serena de estar vivo. Tradicionalmente los escribían los monjes que iban por los caminos haciendo un registro de sus impresiones, y casi siempre los acompañaban con un dibujo; hoy en día el escritor de haikus, por muy occidental que sea, los elabora a partir de hallazgos que tiene en el camino de la vida. Hay algunas diferencias culturales que dan singularidad al haiku occidental. Si en los poemas tradicionales japoneses advertimos una actitud de serena contemplación, en los haikus de los latinoamericanos descubrimos una actitud de acecho, el poeta es más un tigre que sorprende a su presa, la experiencia; o un venado atento a los sonidos del bosque, interesado en distinguirlos para no morir.

Los 327 poemas de Rosiello están agrupados en siete capítulos o apartados. El primero da cuenta del tiempo. La clepsidra sirve de metáfora para ilustrar que el tiempo se va como el agua que se fuga por los finos agujeros de un recipiente. El poeta nos comparte su dolor por aquello que se va e intenta retener en la plenitud de un instante, como si se tratara de una fotografía. El ahora es efímero:
 
Cae en la tarde
herido por el tiempo
el sol, paciente.
El tiempo es movimiento y quietud. Leonardo Rosiello hace una defensa de lo que en otros ámbitos se ve como un defecto: la lentitud. Despacio se alarga el tiempo y se posterga la muerte:

Amenazadas
por el fin de la noche
temen las sombras.
Sin soltar el tema del tiempo, porque la vida es al fin y al cabo tiempo y no otra cosa, Rosiello incursiona enseguida en el tema del cuerpo y la vida ordinaria: los hijos, los amigos, el cariño, los “desabrigos”:

Velocísimas
arrugas se demoran
en arrugarme.
Dice esto jugando con la contradicción. Y es que el paso del tiempo se siente como algo tan veloz que no nos damos cuenta en qué momento sucedieron las cosas. La vida es tan breve que cabe en estos versos:

Llegan, los hijos,
opinan y preguntan,
crecen, se van.
Y qué dolor. Para sobrevivir al duelo cotidiano, el poeta nos ofrece dos recursos: el sentido del humor y el erotismo:

Saluda el mar
Con faltas ortográficas
Ola tras ola.

Me gustaría
Aliviarte la sed
Con que me bebes.
Así juega Leonardo con lo que le es más preciado: los libros, la mujer, la naturaleza. Vivir en Suecia le ha permitido experimentar el cambio de las estaciones y disfrutar los paisajes tanto como los interiores de las casas. La belleza del entorno aparece en su mirada. Rosiello se desmarca del peso de las ideas y se interna en el territorio de los sentidos. Con actitud de niño asombrado descubre el reino de los animales, los va nombrando y describiendo como si coleccionara un álbum de estampitas:

Perfora el pájaro
carpintero el silencio
de la madera.

Sube, espumosa
con un oso la nube.
Es asombroso.

Suena un mosquito
vampiro, trompetero
y pequeñito.
327 es un banquete en presente, servido a la luz de la quietud. Bajo el formato condensado de estas brevedades, el paso de minutos, días, años, duele menos. El drama humano de ser mortal y saberlo, aminora gracias a la conciencia despierta de los fenómenos y los acontecimientos. Llenos de gracia y ternura, de sabiduría y alta lucidez, estos haikus, senryus y tankas nos recuerdan que la naturaleza, el amor y el lenguaje son esos reinos atemporales donde podemos disolvernos y sentir, de nuevo, que somos el primer ser humano habitando la Tierra. Muy solos y, al mismo tiempo, deliciosamente acompañados.