No. 109 / Mayo 2018
Salpicaderas


La traducción como origen de la literatura en español
Segunda parte


Pedro Serrano



Si en las carreras de literatura dedicadas a otras lenguas se les olvida a veces que la traducción de un poema a otra tiene que ser también un poema, en los estudios de letras en español se suele pasar por alto que mucha de la literatura en esta lengua es traducción. Y me refiero a la traducción del endecasílabo y del soneto del italiano al español, a las versiones de las Metamorfosis de Ovidio que se hicieron en los siglos de Oro, pero especialmente a las traducciones traducciones, es decir, a esos escritos que en una lengua dicen lo que otros escritos dicen en otra lengua, en el siglo XVI o en el XXI. A diferencia de los estudios de letras extranjeras, en estos casos es la lengua de salida lo que parece irrelevante. Para dar sólo un ejemplo, hace unos pocos meses, en noviembre de 2017, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Víctor García de la Concha, Director Honorario de la Real Academia Española, dio una conferencia titulada “Fray Luis de León y El Cantar de los Cantares en la encrucijada de la modernidad”. Se extendió largo sobre el poema, con muchísima erudición agradecible, pero en ningún momento se detuvo a señalar que eso era una traducción. No pareció relevante pensar por qué y cómo una traducción del hebreo pudiera ser a la vez un poema en sí mismo, con validez propia en español. No infiero con esto que a García de la Concha se le olvidara que el poema es una traducción, pero sí pienso que no lo considera central a la hora de pensar en ese texto, y eso es un error o cortedad de miras. Pero no es el único. En eso coincide con mucha gente dentro de los estudios de literatura en español, que siguen creyendo que todo lo que se hace en español viene del español.

El hecho de que un poema escrito muchos siglos antes pudiera revitalizarse y actualizarse y volverse contemporáneo de su propio tiempo —no estoy hablando de su lectura actual, que ese sería otro tema, sino de la lectura de Fray Luis de León hecha por sus contemporáneos—debería ser objeto de estudio obligatorio en las carreras de Letras Hispánicas. Sin embargo, a los académicos dedicados a tales enseres no les parece razón suficiente, motivo de curiosidad, necesidad para que se estudie. Yo opino lo contrario. Creo que la traducción debería ser una parte fundamental de los estudios literarios, no sólo en las carreras de letras clásicas o de letras modernas en otras lenguas, lugares en donde es aparentemente obvio —aunque no siempre esos estudios lleven a una práctica virtuosa de la traducción literaria— sino, sobre todo, en los estudios de la literatura de la lengua que se habla en un determinado país. Porque quizás ahí radica el problema. La traducción desestabiliza los acotamientos impuestos a los estudios de una literatura. Borra los límites claros. Desordena las fronteras. Para quienes quieren construir muros, nada más amenazador que la infección de la traducción en sus monolitos lingüísticos, sean nacionales o se estudien en las literaturas de otras lenguas. Pero si nos paramos a pensar, vamos a ver qué las traducciones literarias no están hechas sólo por quienes estudian letras inglesas, italianas, alemanas, etcétera, sino muchas veces por simples escritores. Para poner un ejemplo, Sergio Pitol, además de sus novelas y ensayos, publicó traducciones del ruso, del polaco, del inglés. Se puede estudiar la vida de Sergio Pitol sin hacer referencia a estos trabajos, pero el resultado es una lectura cercenada. Esas otras escrituras afectaron sus temas, su estilo, sus propias irregularidades.

Irregularidades que, dicho sea de paso, son precisamente aquello que va a marcar las características de calidad, de agudeza, de destreza en una obra literaria, en este caso la de Sergio Pitol. Pero si Pitol es un caso paradigmático, ¿se puede pensar en Octavio Paz sin tomar en cuenta sus traducciones? ¿Existe Alfonso Reyes sin sus trabajos de traducción, o Augusto Monterroso sin sus reflexiones sobre el tema, Salvador Elizondo, Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco, o para hablar de autores más actuales, Fabio Morabito, Francisco Segovia, Juan Villoro, Marco Antonio Campos, Verónica Volkow? Para todos ellos la traducción es parte fundamental de su obra. Puestas así las cosas, ¿de verdad podemos prescindir de los estudios de traducción cuando hablamos de literatura mexicana?

Pero hay algo todavía más importante. En estos momentos del país y del mundo, la traducción no sólo significa sino que simboliza. La traducción es puente de conocimiento, convivencia, de participación y activación en muchos niveles. Se ha comprobado que entre más aislada es una población más miedo y rechazó tiene a la inmigración. Es por esa razón que es importantísimo que a esos otros que piensan, escriben y sienten en otras lenguas, los podamos incorporar a nuestros mundos imaginarios, y es por esa razón también que es necesario resaltar las maneras en que los escritores que consideramos más nuestros están habitados y posibilitados por esas otras literaturas. Para no ir más lejos, por ejemplo, Juan Rulfo no habría escrito lo que escribió sin haber leído, en la revista Contemporáneos, un poema que apareció con el título de El páramo, hecho unos pocos años antes por un escritor inédito hasta entonces en español, que se llama Thomas Stearns Eliot. Es de ahí y no de otro lugar de donde le vino el título de su personaje y libro: Pedro Tierra Baldía. Si no nos paramos a pensar en estas cosas nunca nos vamos a dar cuenta de ellas. Y si los estudios de letras en español reproducen esta ceguera, ¿a dónde esperamos que lleguen los lectores.