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No. 110 / Junio-julio 2018

Juan Antonio Masoliver
(Barcelona, 1939)


Un niño en el pecho de su madre
le roba el pecho al amante
que lo tuvo en sus ojos, en sus manos
y en su boca. Nada duele tanto
como la ausencia de lo robado.
¿Qué saben los niños
de la magia de la teta?
¿Qué saben del amor?
¡Ah, si supieran quiénes somos
desde el nacimiento!
A nadie robaríamos un seno
que no fue nuestro antes de nacer.




La quise un Viernes Santo
que era día de abstinencia
y no me quiso querer.
Pasé la noche a la intemperie
enfermo de lujuria. Al amanecer
del Sábado de Gloria
llamó a mi puerta y me deslumbró
su radiante desnudez,
como dicen que fue radiante
la resurrección del Nazareno.




Todas ellas son mujeres sin nombre.
Venían de las playas del verano
ajenas al tiempo y condenadas
a sus cuerpos que no voy a enumerar
pero recuerdo. Reían. Hablaban.
Se miraba los pechos. Exhibían
la falacia del deseo. Rechazaban
la crueldad de los inviernos,
la ignominia de tanta hoja
podrida en el jardín
como se pudrían, con aroma,
las frutas del verano.
Son muchas, tantas las mujeres
que piensan en el sexo,
que sueñan escaleras llenas de ojos,
que se lamen los lóbulos
a falta de otro amor.
He visto a las mujeres
huyendo de los conventos,
orgullosas de llamarse Rita,
Asunción, Diamela la más audaz.
Y he visto carros de heno
con un bullicio dentro.
La llamo por su nombre
lentamente. Y me escucha.