No. 103 / Octubre 2017
Tal vez recuerde aquellos días veinte años atrás, cuando
hablamos de Empédocles bajo los tilos. En esa época
yo era alguien que quería convertirse en un dios.
Ryunosuke Akutagawa
En aquella época lejana
sentía que mi sino era ser un dios alto
corpulento y melancólico
en aquel tiempo azul cerúleo
creía que todos los pájaros
me alababan
que todas las flores se ruborizaban a mi paso en aquel día
de tulipán enhiesto
yo era un centauro
y los dioses griegos los demonios
chinos quetzalcoátl y xochipilli
eran mis amigos en aquellos días
excesivamente confortables
una tarde de almohada
inventé el vino y hombres y dioses
desde aquel día bello como jirafa
se han embriagado con mi elixir potente en aquellas tardes alcoholistas
libertaba naciones excitado:
era un héroe con pecho de madera
y pies de avestruz
que cometía crímenes horribles en el furor de la batalla
en aquel día
de pavorreal fantástico
me paseaba con mi harem en un campo lleno de girasoles
silvestres
y los sexos de mis muchachas
olían a girasoles silvestres y a geranios
en aquella época de polen
lloraba y cantaba por el hombre
era un Prometeo loco construyendo fortalezas
y cuevas para el hombre:
inventé el fuego, la espada y el arco en aquellos lustros sin muros
sin murallas
de silencio febril divino
me asaltaban sueños extraños de día:
yo era un vagabundo armenio
buscando comida en botes de basura
recorría el país en busca de caballos percherones
y conejos para aparearme y poblar la pampa
en aquella época de cópula continua
no requería de nada humano
ni de lentes ni bastón ni de padres madres
bicicletas aviones o sabios en aquella época convulsa
una flor color escobetilla guiaba mis pasos
hasta un jugo sabroso sudado por una piedra rosa
en medio de un trigal posible
en aquella época en que lloré de sal
un alfarero
que no conocía el plástico aullaba de gusto
porque el mundo era bonito y confuso
como el sol en aquella época en que le di la espalda
al mundo
una ola gigante tendría que haberse levantado del mar negro
y sumergido mi barcaza de bambú:
los peces ciegos que rondan en la arena
se habrían alimentado
de mi cuerpo y mi sangre
y entonces
por mi gran sacrificio divino ante lo humano
desde aquella hora santa del primer día vegetal
nada ni nadie sufriría
Poeta menor
Jean Renoir
gordo gigante
ochenta y tantos años amaba
los cuerpos esbeltísimos
de muchachas pubertas nada
tonto
el viejo Jean lo
aprendió de su padre
pintor maestro amante de muchachas
de cuerpos rollizos
también jovencísimas no hay
duda que
la
belleza
es tan real como el
césped de rocío
en que yazco olvidándome de mí
hace 2 días
cumplí 44 años y lenta
veloz-
mente me encamino a la vejez
¿tremenda dura?
de Jean y de su padre que se amarraba
los pinceles cuando
la artritis era
insoportable y no existía nada más importante
que hacer en este mundo ahogado de discursos
salvo pintar pintar pintar y deleitarse
en esa juventud inconsciente fugaz y redonda
que admiraba hasta los huesos
yo también nada tonto
como ellos pero poeta
menor del tamaño de un grillo
o de un mosquito zumbante que no deja dormir
digo en voz alta:
nada más hermoso
en este mundo estadístico filoso
que la belleza
inconmensurable
de las muchachas
esbeltas y rollizas
de piel suave y curvas pronunciadas o arabescas
que en cualquier instante
dejaran de
serlo
para convertirse en mujeres maduras
esposas maestras con o sin furia
en fin
señoras agradables
e inteligentes
y sobre todo buenas madres
como la mía
señores honorables como la mía
que cumplirá en noviembre como Jean y su padre
ochenta años llenos de amor
y de fe
Balada de la boca
Robei uns versos maus
Manuel Bandeira
Robé versos malos
Robé algunos versos malos
Yo me robé unos versos malos malos cacofónicos
Yo soy el individuo que se robó unos versos de un poeta poco poeta
Yo soy un individuo criado en la playa que, a la luz de la luna, como el poeta Bandeira, se robó unos versos malos de un poeta de segunda clase
Yo soy el poeta que espera el tranvía (que ya no corre en las calles) que se robó, como el poeta fumador tuberculoso, dos versos malos de un poeta anónimo que viajaba en el último vagón de un tranvía fantasma en mi pueblo de polvo
Yo soy el ladrón de versos malos, individuo bebedor que, como el poeta de Minas Gerais o de Pernambuco o de Curitiba, se robó unos versos de un poeta desconocido de tercer orden, que bailaba, eso sí como los dioses egipcios, samba en los carnavales de Río en
los años 20’s y 30’s
Soy el poeta de la samba que carnalmente erótico baila al sol de las cantigas de desamor y celos en el tranvía de Río a São Paulo, ciudades bonitas que desconozco y que me hacen suspirar como mi pueblo de cardo filoso me hace suspirar allá en mi tierra Pai pai de 227 habitantes
Soy el bardo que perdió el estilo al robarse unos versos malos de medio pelo de quinta categoría de un poeta cursi hasta los huesos
¿Y que decía la canción adultera?
Yo soy un poeta popular bucólico
Masajista de mujeres tristes y grandes pies y piernas como las cordilleras de los Andes
Soy el montañista, un ex pintor rupestre
El hombre
El que es
El yo soy soy yo
Robaversos
Poeta de la boca
Poema del buró
Pero esa luna/ pero ese coñac
Carlos Drummond de Andrade
Osadamente
desearía
con la altura de la torre latinoamericana
ser el jefe de esta gran oficina gubernamental
para no checar mi entrada
para llegar a la hora que se me dé la gana
para que nadie me ponga
a trabajar ni me pida cuentas del trabajo retrasado
para salir a comer a buenos restaurantes
y al regresar exigirles a mis súbditos
con palmaditas en los hombros
sus reportes semanales;
miento, realmente desearía serlo
para ganar tanta ancha y alta plata
para comprarme un penthouse
en la torre latinoamericana
y salir en calzoncillos y en mangas de camisa en las noches
con un trago de wiskie en la mano
a saludar a los aviones y helicópteros
a la luna llena sepia implacable
que me emborracha sólo de verla
y a las nubes gordas de agua a punto de llover en un verano calurosísimo
Desde mi atalaya envidiaría con nostalgia
al barrendero aquel allá abajo
al amanecer
levantando con la escoba
ese polvillo blanco como algodón
que sepulta con placer tóxico
al mundo
No, amigable lector,
olvida todo lo anterior:
me gustaría, con la sencillez, timidez y humildad típica
del tartamudo ante el verdugo
ser el jefe sólo por una razón:
para que Rosita
la secretaria del jefe
en minifalda azul cerúleo
y escote hasta el ombligo
(un poco pasada de peso
debo tristemente aceptar)
se siente y columpie sus piernas como niña traviesa
en mis piernas de toro
me peine los pocos cabellos que tengo en la calva reluciente
me acaricie la barba
me respire en el cuello y el oído
y entre infantil y pícara me susurre
palabras indecentes
Titiritero
Quien hablaba de los huevos de oro
Quien hablaba de la gallina de los huevos de oro
Quien hablaba del gallo que se posaba sobre la gallina
de los huevos sedosos de plata
Quien dijo algo sobre el zenzontle cantando enloquecido al amanecer
una tonada ronca sobre el gallo que se posaba mágicamente
sobre la gallina orgánica corriendo en pastizales y canales
de Costa Rica, Sinaloa que ponía al amanecer feliz
sobre su nido de huevos de oro
a ese mismo traedlo ya, allá, acullá, aquí
y que se siente en esta piedra intrusiva tallada con pericia
para que monologue algo
sobre los placeres y delicias del cuerpo:
así cantó el señor Titiritero