No. 106 / Febrero 2018
De Desapariciones
Nieve del 21 de abril
li-
gereza del
frío. Sollozo
de
nieve
.
partir
rostro de
tierra
sin
ojos
.
en
la tierra
blanda la nieve
como
se cierra un ojo
.
pero los ojos en la tierra-la tierra: un ojo
.
de
tierra lentamente
alzado
se abre
el ojo de la nieve
palabras para
después, y esperar
entonces, inaudibles
-lo que
no se ha movido: tumulto
el vértigo
silencio
en fuga
Tu
palabra
palabra
venida del otro lado de la tierra
roja en el oro
de la tarde —
cuando
haya desaparecido
roja en el oro
de la tarde —
cuando
haya desaparecido
el temblor de las hojas
muertas y vivas en
la tierra
que tiembla como
tú
**
De Notas sobre la experiencia poética
La prueba negativa de que la poesía fue alcanzada: nadie, en un principio, o casi, lo nota. El poema que se hizo poema verdaderamente se lanza demasiado lejos a sí mismo, por delante de aquellos que son los primeros en leerlo. No lo escuchan. O muy poco. Ese poco es todo el poema para ellos. De ese poco, ¿qué tendrían que decir? Si lo escucharan... Pero hace falta tiempo.
Rara vez un poema leído resuena en su plenitud. Los poemas absolutos escapan a la escucha, muy poco aguda todavía. Se desvanecen. Viven, para nadie, más lejos —más allá de la escucha indigente.
La obra debe hacerse de tal suerte que, al atravesarse, abra horizontes más allá de sí misma y, de golpe, sea olvidada. Son demasiadas las obras que no buscan sino captar y encerrar a su lector en el espacio que suscitan: ejemplarmente, la novela. Pero, de la misma forma, demasiados poemas. Toda gran obra se abre más allá de sí misma: Rimbaud, Mallarmé (“excepto / tal vez...”), Baudelaire (“Al fondo de lo desconocido...”), hacia lo desconocido, que es de donde llegaron.