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JARDINES DE BÉLGICA. Poetas belgas de lengua francesa (traducción de Stefaan van der Bremt y Marco Antonio Campos),  UNAM/ Coord. de Humanidades (Colec. Poemas y Ensayos), México, 2007

 Por Raúl Carrillo Arciega
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Por Raúl Carrillo Arciniega

La poesía moderna, como apunta Hugo Friedrich en su libro Die Struktur der modernen Lyrik (1956), comienza con el signo de la anormalidad, la desviación y la irregularidad. La poesía no comunica en estricto sentido, o cuando menos no en un sentido literal. Esta manifestación lingüística, que resulta una desviación, aparece para mostrar una realidad autónoma distinta. Por eso, explicar la poesía resulta una tarea por demás escandalosa (aunque siempre gratificante). Si, entonces, la anomalía y el escándalo son aquello que prevalece dentro del panorama poético moderno, los poemas que se desprenden de esta irregularidad aparecen como una nueva realidad “leíble”.

Hablar de realidades leíbles es hablar de descubrimientos lingüísticos anormales, por consiguiente estéticos, según propone Friedrich. La UNAM y su Coordinación de Humanidades ponen al alcance del lector mexicano un recorrido de esa anormalidad que es la poesía. En esta caso, la poesía belga de lengua francesa de los siglos XX y (lo que va del) XXI. La muestra inicia con poetas nacidos en 1929 y concluye con los más jóvenes, nacidos en 1962, cuyas publicaciones comparten ambos siglos.

Plantear el panorama de una literatura nacional es abocarse a trasladar voces y ejemplificar espacios geográficos que le sean ajenos y confronten al lector con una realidad circundante distinta. No obstante, los lectores de poesía, esa inmensa minoría de la que hablaba Juan Ramón Jiménez, se encuentran aquí con voces y realidades que no le son del todo ajenas. Esta muestra, traducida al español con suma elegancia por Stefaan van den Bremt y Marco Antonio Campos, no revela exactamente lo que sugiere: al concluir su lectura no sabemos aún cómo son los poetas belgas, o mejor dicho, qué nos diferencia de ellos. El exotismo se viene abajo, Europa no aparece y el temor de que alguien encuentre más sabiduría o menos desazón por la vida no figura como un resguardo para quienes frecuentan palabras en lengua extraña buscando apagar alguna sed.

El prólogo de Pierre Tréfois brinda un somero e informativo recorrido por la historia de Bélgica en el que nos asegura que “las tres generaciones que [se] suceden en este volumen […] vivirán la emergencia ensanchada” del cuestionamiento. Dieciocho poetas en los que leemos la fragmentación de la vida, lo imposible del conocimiento, la disonancia del cuerpo. Más que a una literatura nacional, nos enfrentamos a una poesía de emergencia que proviene desde el ser humano y su interacción con el mundo interior, un ser humano que se ha volcado sobre sí mismo para confirmar su derecho a ser. Este derecho se resuelve en el estar delimitado por su carne como orilla desde la cual contempla. La emergencia de la poesía está en la confirmación de que el poema es el testigo de la necesidad lingüística a la que se opone. El poema se convierte en un mecanismo de alcance que disipa la duda de la certidumbre. André Schmitz, una de las voces más sólidas y primeras de esta anormalidad poética, dirá “Arroja el cuerpo por encima del cuerpo/ y el alma por encima del alma/ Arroja el yo por encima del otro”. En este sentido la poesía de Schmitz pretende deslindarse de una tradición que le ensombrece para plantear una autonomía fragmentada. No es ni el yo de la poesía ni el cuerpo mismo, sino esa ruptura (que) extraña lo que se propone mostrar.

A partir de este “arrojamiento” del cuerpo del otro, del yo que ha sido, otro poeta que llama la atención es André Doms. Doms recoge lo que queda del ser humano para proseguir el viaje de la fragmentación del cuerpo “si lo acorralas/ entre tus palabras huye el ser/ Cuenta antes bien/ el ojo de la tempestad/ la gran carena/ y aquella que rema evidente/ en tu palabra/ El viento reflejará/ tu rostro menos improbable”. Esta experiencia fragmentada dentro de la percepción es aquello que va delineando la muestra de poesía para alejar al ser (al poeta belga) de su esencialidad, si alguna vez la pretendió, y postrarlo ante las cosas, como manifestación de su estadía dentro del mundo occidental. De esa forma, la poesía en lo que originalmente era una lengua extraña se perfila como una voz cercana, como forma de exploración de la experiencia con el pensamiento. Tal es el caso del poeta Pierre-ves Soucy quien con una poesía reflexiva une la carne al pensamiento para decir “A su contacto/ el cuerpo improvisa/ se abre el espacio tendido […] profundo contra la piel/ el deseo retiene el tiempo/ una trama sin camino/ una mirada sin andar”.

En los poetas más jóvenes incluidos en esta antología la voz de la fragmentación y la anormalidad se agudiza para negar, una vez más, que el poeta se deba a su color local para ser considerado parte de una tradición. El poeta lleva al extremo su percepción y se orienta sólo a su instante para encontrar en sí mismo la referencia del mundo. Alguna calle, un hotel, aparecen para afirmar la transitoriedad del espacio, un cuerpo ajeno: la calle se llama Vavin, el poeta, Xavier Hanotte: “La calle Vavin emprende el vuelo/ En el hueco de mi mano/ Cuando tus pasos taconean/ Al lado de los míos// Hay una hotel/ Con nombre de país/ Donde la vida es bella/ Y nada se ha podrido// Donde me revelas/ Cada larga noche/ Los negros encajes de tu cuerpo pulido”. La poesía nos enfrenta a esa desviación e irregularidad que ocultamos debajo de cada piel con arrepentimiento, tal vez con vergüenza. Nuestro mundo se ha fragmentado y sólo tenemos palabras extrañas para comunicar lo inefable. Todo lo dejamos cuando fuimos expulsados de algún jardín, tal vez en Bélgica o en cualquier otra parte.
 

 
 

 
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