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El Horizonte y La música
Gastón Alejandro Martínez,

El horizonte, Trilce Ediciones, México, 2006
La música, Ediciones Sin Nombre, México, 2006

Por Jorge Elías Priani
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El poeta dice: “Uno quiere cantar,/ sólo cantar, como piedra del agua.” Y un inocente poco ejercitado en la lectura de poesía podría preguntar: ¿Desde cuándo las piedras cantan? Y otro no tan inocente le respondería: que no te engañen, los poetas de ahora son puros charlatanes que escriben en prosa y luego parten sus renglones donde se les antoja.  G. A. Martínez, sin embargo, menciona y elogia con frecuencia el acto poético de cantar; además, eligió La música como título de uno de sus libros. Sin embargo, su estilo no recurre a la rima ni a los metros regulares. Me pregunto entonces: ¿Cuánta música se puede sin canción? 

En “Adiós a la filosofía” (El Horizonte) el poeta escribe: “Por cierto, vamos a hablar de las palabras” y arremete contra la especulación de la “estupidez pensante”. De esta forma queda expuesta la tarea que atribuye a la poesía: enfrentarse a la lengua desnuda para comprender mejor el mundo. En lugar de someterse a los rigores del artificio musical, Martínez discurre buscando la riqueza de contenido (y para esto se vale de muchas metáforas, símiles, metonimias, etcétera) sin ocuparse demasiado de la forma. Aquí hay una dificultad: en el plano fonético, las palabras no son más que vibraciones; la única manera de subrayar la realidad de aquéllas es incidiendo ordenadamente en la materia que hacen vibrar. Hacer música con las palabras es demostrar que éstas pueden ser algo más que vehículo representante del pensamiento. Así, cuando leo versos como “Todo es representación, como se sabe.” pienso que se trata de poesía pensante. 

Mi cultura musical no es suficiente, pero sé que títulos de poemas como “Norwegian wood” (El horizonte), “Morning has broken” (El horizonte) y “Stand by me” (La música) fueron tomados de canciones populares angloamericanas. Acaso nos encontramos con un síntoma: la experiencia musical del poeta es circunstancial y le permite utilizar una canción en inglés como motivo para escribir un texto en español.  “Here comes the sun” (La música), por ejemplo, comienza así: “Un esqueleto de metal podrido/ custodiaba los huesos del marino.” Quiero creer que, aunque fuera inconscientemente, Martínez uso dos versos endecasílabos de rima asonante para lograr un efecto eufónico y agregar valor a una imagen tan poderosa y bien construida (en términos semánticos) como la que cité.

“Spinoza dice, con estilo insuperable: En lo último que piensa el hombre sabio es en la muerte.” El “estilo insuperable” al que se refiere el  autor en “Luzbel cae” (La música) es la clara inteligencia, la lucidez. La fuerza veraz de las palabras es tan poética como los versos del soneto más perfecto. Martínez es un hombre con estopa y detergente. Es un observador (aventuro una afirmación detectivesca: es un aficionado al cine) que se empeña en hacer que las palabras sean poderosos referentes. En ocasiones acierta y en otras no. Cuando leo versos como “Abandoné cuartos a la seda de la araña.” descubro que también es inventor afortunado que busca palabras cristalinas para dejarnos ver más allá. Al otro lado del chisme y la cháchara cotidiana se encuentra la cruda belleza de las cosas dichas. Incluso el voyeur busca la imagen correcta inspirado en los breves poemas naturales de Japón:

Lleva tu canto
Sirena de las charcas
La madrugada.
 

En La música hay un poema llamado “Visiones para piano”, y otro (el último, por supuesto) “Coda”. Ahora comprendo: decir música es una metáfora. Se puede leer un buen texto en prosa y guardar silencio durante mucho rato después de haberlo terminado. Se puede callar en el asombro de una imagen que no sabíamos posible en el lenguaje; el silencio es entonces armonioso y necesario, musical.  La música está fuera de los libros de Martínez y ellos son una invitación para salir y buscarla. Encenderé la radio y cuando esté cansado volveré, en silencio, a leer.

 

 


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