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Cuadernos de la lengua y el viento

Avelino Gómez Guzmán y Carlos Ramírez Vuelvas,
Plan C editores
(colec. La Piel de Judas), Ciudad de México, 2007

Por Carlo Ricarte
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Avelino Gómez Guzmán (Manzanillo 1973) y Carlos Ramírez Vuelvas (Colima 1981) han conjugado sus voces en estos cuadernos-cuaderno, poemas-poema. Las voces se vuelven una y brota el sujeto de la expresión.

Cuadernos de la lengua y el viento se presenta ante el lector como un soplo de la escritura que busca la poesía para “que el lenguaje dé en las palabras un poco del cielo prometido”.

El cuaderno empieza cuando otra vez se cierra. Cerrado: “Guarda su furia intensa: Al abrirlo/ vuelan tantas flores, suena un acordeón”.

El sujeto de la escritura nos guía  por un retrato familiar, por las edades del hombre, por miedos, obsesiones, el mar, recuerdos, alegrías y tristezas. Aquí leemos una vida y la premonición de la muerte.

En “Cuaderno de la tarde luminosa” brilla la infancia y una madre que le decía a las visitas: “mi hijo es espejo de tarde luminosa/ […] Tiene lengua de cielo y orfebre”.

La tarde se agota y la infancia se aleja, “por siempre la infancia fue mentira […] pero la infancia sigue aquí/ Adentro de nosotros”. Y el hombre con el niño por dentro, escribe enceguecido “atento al movimiento de las cosas” y nosotros leemos su cuaderno: “Ah, la flor magnífica, la Poesía desnuda, a la que ciertos hombres/ sacrifican sus pupilas para mirar y sostener –fija la mirada, los pies quemados por la tierra-/ el profundo y más salvaje abismo de uno mismo”. A través de este hombre Gómez Guzmán y Ramírez Vuelvas demuestran que han sacrificado sus pupilas por la Poesía desnuda, por el precipicio del conocimiento interior.

“Cuaderno con fantasma” se abre con [el] "Silencio" propio de la muerte: “¿De qué pulpa la muerte llega?”, “¿En qué momento el golpe será definitivo?”. No hay respuesta “nunca un poema salva de nada” y  la  muerte se lee como un fantasma, nadie la conoce, todos la perciben y “sin más, lo posible será abandonarse/ al gemir de la polea, tomar figura de almirante/ para sostener a un lector en la entereza”.

Gómez Guzmán y Ramírez Vuelvas toman esa figura de almirante y hacen que el lector prosiga en el Cuaderno, en los cuadernos que revelan un “Yo” con la vista fija en la memoria y en la vida que trae la muerte y la escritura.

En “Cuaderno del ruido cotidiano” nada permanece, sólo hay que seguir nos dice la voz. “Y al fin, una noche, llegar (soportando el cuerpo) en muletas de ebriedad infinita./ Entonces será la tristeza (tu mayor regalo) un poema que nunca te salvó de nada”. Lo que se oye, lo que se lee en este ruido cotidiano es un develamiento: “Un día descubrí mi temor a la muerte, con miedo de montaña, / como una palabra enorme aún no escrita”. Y mientras la palabra se escribe o espera ser escrita, el almirante o poeta exclama: “Dejen ahí mi cuerpo, mi nombre. Denme el olvido y el silencio”.

“Cuaderno del trópico en invierno” surge como una ola, es un canto marítimo, inmensidad inolvidable de la infancia. Hay silencio en la bahía, “peces de calor que crecen en el trópico” y “el que nunca supo del tamaño del miedo” aprende del mar y cree en la sustancia. En este cuaderno el almirante confiesa: “Busco a mi lector y no me opongo con llanto a la agonía”.

“Cuaderno frente al cadáver de leopardo” donde arde la memoria, “Cuaderno de la fogata y la página en blanco” donde aparece una lectora,  “Cuaderno donde no cambia nada” y en donde “una ciudad florece y tiembla en la garganta”, y “Cuaderno para descender” son los otros componentes de Cuadernos de la  lengua y el viento.

En estas páginas el poeta aparece “con un aterrador aliento a mar”, expone su agonía y cansancio, revisa el cuaderno de la memoria y destaca los episodios de ternura “con el tiempo que fue llanto en el oro de los niños/ y sombra y fruta y mar y membrillo”. Las heridas brotan y aquel hijo con lengua de cielo y orfebre intenta tocar el rostro del lector. El que reseña este poemario fue tocado en ciertos instantes y como se lee en las últimas líneas del libro: “Si no encuentran en él una duda será acaso falacia”. Por mi parte encontré más de una: ¿Un poema no salva ni cambia nada?

“Sin más, alguien tomará figura de almirante/ para encontrar tres lectores justos, / sólo por si acaso/ por si a lo mejor, este cuaderno, como Sodoma/ cae”.

 

 


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