En algunas ocasiones harto especiales, encontramos en la lectura de la poesía, ecos y reflejos del alcance personal de quien la crea, y Blanca Luz Pulido es, definitivamente, capaz de mirar a profundidad el fondo de sí misma para encontrar el verdadero sentir de su alma en el universo. Con la armonía y la claridad con que se conforma la condición fractal del árbol, así nacen los poemas de su libro, Los días. Al leerlo podemos imaginar a la autora sumergida en mares profundos, en busca del origen, tocando el sedimento del lecho del océano primigenio, para dar a luz sus versos, lo que podemos constatar desde la primera página:
Los días
cada día su ansiado despertar
su voz que nos sorprende
su desierto
cada día su ausencia
su temor
su hastío
su detenerse en la sed de la inminencia
cada día naciendo de sí mismo
agitándose en las sombras
cada día aumentando en la mirada del que pasa
cada día promesas que duran un instante
cada día los recuerdos del fuego y la ceniza
cada día un rosario de preguntas
un temblor ya se siembra
otro regresa
cada día un rencor se olvida y nacen mil
cada día presta su luz al alba
cada día es hijo y padre de otros días
que sin ningún fruto en las manos
se extinguieron
cada día una pregunta se borra
en la respuesta anterior,
en la siguiente
cada día va rodando en los relojes
que llegan ciegos a cada mediodía
cada día sin querer
llega la tarde:
cada tarde la eternidad se conmemora
aún quedan promesas, aún se puede
recoger la cosecha y cerrar en paz las puertas
cada tarde aplazamos la nostalgia
de lo que el día no nos trajo en su corriente
cada día
nuestro cuerpo se inclina y cede un poco
cada día algún secreto nos alcanza
cada día olvidamos algún día
cada día nos acerca
al día que extinguirá todos los días
al día en que volverá cada verano
ese día
podremos abandonar todo cansancio
y agradecer
el recuento y la luz de cada día
cada día es el último
y viene del principio y fin del tiempo.
El ritmo y tono de Los días induce una especie de trance en el lector, a partir de la repetición –anáfora- que da aliento al poema hasta su conclusión, mientras que el tono en su amplitud y diversidad abarca tanto lo fugaz, como lo permanente, lo perdido y lo que volvemos a encontrar, así como la inminencia del tiempo, que nos acerca, en tanto que lectores participativos, a la fuente misma de la poesía.
A lo largo de su poemario, Blanca Luz, explora un sinnúmero de temas fundamentales para la poesía y la condición humana, y cuando toca el tema de la muerte, lo hace sin miedo a su propia disolución: “…para buscar horizontes sumergidos/ en las herméticas sombras del orígen”, palabras de su poema Muerte de mar. Su libertad poética tiene entonces la capacidad de adentrarnos, en forma natural, a su experiencia. Dicha naturalidad resulta evidente en Colibrí:
Colibrí
Flor probable,
ensayo de mis ojos que no aciertan
a alcanzarte
Adivinado apenas
en la llama de tu vuelo incandescente,
interrogas el aire con tu acento
y todo en tu cercanía se vuelve leve.
En este poema breve, podemos sentir, cómo, en la cercanía del ave, todo efectivamente se torna leve, como si de un hechizo se tratara. A veces, los versos de la autora parecen llegar hasta nosotros desde el ámbito de los sueños, y esa realidad onírica se hace tangible poco a poco, en cada verso; así, el poema no surge de lo inmediato sino de las regiones más hondas de la conciencia intemporal, como nos dice en su poema, Redes: “…porque los peces del viento navegan la mañana/y brillan constelaciones, nacen mares/ de tan sólo desear su transparencia”.
La autora de Los días crea una atmósfera que nos saca de la cotidianeidad para conducirnos a otros reinos que, gracias a su calidad de imágenes surgen de lleno en nuestra realidad imaginaria de lectores, porque el acto de la poesía es una emergencia del lenguaje, una urgencia de expresar, el rapto de la emoción creadora del poeta, mientras su piel se eriza y nos hace alcanzar el mismo escalofrío.
A través del arte, nosotros, los lectores, podemos lanzarnos a un vuelo libre para abandonarnos a su influjo. Es así que el universo del lector, inmerso en la buena poesía, semeja al del surfista que monta la ola para deslizarse fluidamente en el agua, recorriendo el túnel marino y encabalgándose a este poder, libremente.
En Los días la autora rodea el mundo, lo observa ávidamente, busca su pertenencia en él y nos lleva con ella. Ojalá que muchos lectores tengan la oportunidad de conocer la obra de esta poeta.
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