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Historia de todas
las cosas
Gaspar Aguilera Díaz
Ediciones Eón,
México, 2011.

Por María Luisa Manero Serna
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No. 91 / Julio - Agosto 2016


 

Tomar un libro titulado Historia de todas las cosas que es bastante más pequeño que media hoja carta y que no pasa de las sesenta páginas nos hace pensar en un escritor que está en busca de algo esencial. Pero nombrar “historia” a un poemario remite también a un decurso, movimiento, transformación. Gaspar Aguilera Díaz encamina aquello que percibe como el mundo hacia elementales implícitos, subterráneos, que vinculan a las personas, a las sensaciones, a la naturaleza.

El texto está dividido en tres partes, y la primera representa un arte poética expresada en veintiún poemas cortos. Esta sección enfatiza y recuerda el vínculo indisoluble entre obra y autor, pues regresa la categoría general de lo poético a la comprensión individual; permite vislumbrar la mirada del artista y su forma de relacionarse con la poesía. En la propuesta de Aguilera Díaz, las líneas que guiarán a cada poema son el tiempo, el cuerpo, y la palabra como artificio mediador entre ambos. La sucesión de los textos va construyendo la sensación de que la materialidad de lo corpóreo es una apariencia, pues el transcurso de los días y el movimiento natural de todas las cosas hacen que la cualidad de “concreto” esté ligada al instante. Esto se transmite en la obra a través de un tono reflexivo, nostálgico, en el que la intención principal es nombrar las cosas pasadas para recrearlas en el presente de la escritura y enunciación. Dicha recreación ocurre mediante la mención directa, sin matices, sin adjetivos, de manera que nos enfrentamos a la realidad sonora, conceptual, cognitiva e imaginativa de la palabra aislada, la cual toma apariencia de mostrarse “en sí misma”, sin mediaciones. El poema adquiere tintes de conjuro:

REPITO LA PALABRA: DESEO
Y aparece tu cuerpo fulgurante

La palabra es tratada como la manera en que personas, momentos y emociones, captadas en el instante, se continúan a lo largo del tiempo, y por lo tanto “existen” fijamente, en lugar de ser una sucesión de cambio de estados inaprehensibles:

LA POESÍA
se reveló como un soplo agónico
al oído de mi abuelo materno:
“nombra las cosas para que al fin existan...”
alcanzó a murmurar...

La paradoja expresada por Aguilera Díaz en este poemario es que, por un lado, este “retorno a los esenciales” de las cosas busca respuestas, verdades de su naturaleza, pero al mismo tiempo la palabra se independiza de ellas, construye un mundo paralelo que se aleja del de los fenómenos. Entonces, su cualidad de traer el pasado de vuelta es una ilusión que tan sólo hace más latente la ausencia de lo añorado.
El poeta expresa:

PENETRAR
en la verdadera esencia de las cosas
fue la vocación
irrenunciable de la poesía

Pero también:

EL MUNDO
se volvió alguna vez lenguaje
y el lenguaje
se incendió con la tierra
[...]
fueron simples palabras
signos extraños vomitando el quejido

Esta contradicción es la base de la Historia de todas las cosas, y es lo que configura la sensación de nostalgia. Pero esta exploración del tiempo y la materia busca siempre ser algo corpóreo, una sensación que se desborda, y que las palabras apenas logren contener parcialmente; pues los poemas regresan siempre al motivo del deseo, de un deseo sensual y sutil. Las vivencias son llevadas al ámbito de las pulsiones, y procuran existir como un estremecimiento ligado a la emoción. Retomando unas palabras del poeta, el acto de nombrar, nombrar cosas, sensaciones, recuerdos, expresa al “amor en su estadio primigenio”.

Es ésta la intención central de la obra, según es expresado en los poemas del arte poética. La segunda y tercera secciones (no queda nunca claro a qué responde la división entre éstas) pretenden ser la elaboración, la concreción de esta búsqueda. El resultado son poemas cortos -longitud que es congruente con la reducción a lo mínimo-, que empalman y funden las impresiones sensoriales con un lenguaje que se escinde de ellas y las conceptualiza, en muchas ocasiones con recursos metaliterarios (es decir, poesía que habla de poesía), razón por la cual la voz refiere constantemente a la “realidad”, a la “palabra”, a la “fugacidad”, al “poema”.

En el poemario, este regreso a lo esencial llega a ser de pronto redundante, la reiteración reduce la fuerza de su expresión inicial. Esto no ocurre porque todos los textos se orienten a través de ciertas ideas, sino por la expresión directa de las mismas palabras: cosas, cosas; cuerpo, cuerpo; deseo, deseo. A pesar del debilitamiento del efecto, lo que sí logran las reiteraciones es enfatizar la unidad conformada por todos los poemas, los cuales, como “historia de las cosas”, también se configuran como un relato de su propia escritura. Se dejan entrever indicios de una narración subterránea, casi completamente silenciada, del proceso de escribir. Encontramos poemas que son una conclusión, el cierre del tiempo en que se construyeron los anteriores; hay otros en que se duda del propósito del poeta, y unos más en los que se reflexiona sobre la experiencia que la escritura representa:

EL ESCRIBA ENTUSIASTA TUVO DUDAS
la piel que acarició sólo fue un espejismo
el infinito que creyó tener entre las manos
fue un puñado de luz inaprehensible
amor y muerte le extendieron los brazos...

La obra, mediante la cristalización del instante, lleva a cabo la exploración de los elementales en el tiempo mismo, así como en el acto de narrar desde un principio hasta un fin. Recuerda que la temporalidad es percibida mediante cosas, y entonces, al plantear un relato a través del estatismo, la autonomía, la existencia plena y desligada de la causalidad de la imagen poética, se cuenta una historia a través de la aprehensión íntima de sus efectos.

Sin embargo, el problema de las reiteraciones contiene uno más profundo: los poemas se centran en denotar los “temas” que son de interés para el autor, y expresarlos se convierte en la base de su construcción. Como consecuencia, los textos deambulan alrededor de la intención, pero no llegan a asumirla al interior de su estructura profunda; si lo hicieran, no sería necesario tematizarla repetidamente. Por esto, parece que ninguno abandona su cualidad de potencia, que podría, en algún momento, desenvolverse plenamente.

La noción de que la palabra es una manera de oponerse a la fugacidad del tiempo ha sido explorada durante siglos de poesía, por lo que no es este tema en sí lo maravilloso de una obra contemporánea, sino la configuración estética que lo asume y hace propio. Si se crean poemas cuyo objetivo es la denotación de dicha idea, el resultado es una serie de textos convencionales, sin ingrediente de sorpresa. A momentos, esto ocurre con la Historia de todas las cosas. El poemario de Aguilera Díaz es un núcleo, una semilla, una intención que está aún a la espera de conocer hacia dónde se dirigirá el crecimiento de su cuerpo.



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