No. 110 / Junio-julio 2018
De pronto el mundo interrumpe su latido y todo es mutismo, ¿será que nos contiene, que la mente del Todo se calma? Leer Aliento de Mariana Bernárdez requiere que Hermes nos guíe por senderos desconocidos, en los que sólo se transita siguiendo la huella de las palabras letra a letra pues su invención no ha sido develada, guarda silencio “en.duelo al deshojar lo tenido por verdadero”.
El poemario nos abre al diálogo de Mariana con un otro amado, anhelado, con quien ha ido construyendo espacios de recóndita complicidad: la casa, sus muros, el jardín, el/su cuerpo, los libros, el papel que preserva secretos como rastros para alcanzar “la paz duradera”. Secretos que intuirá el lector profeso del conjuro cuando la escritora enlaza palabras con puntos que no separan, no terminan, no dan pie a un final, sino permiten al aliento detenerse, para estar sin estar y respirar el soplo de un espíritu que busca al Ser mismo y afrontar desde su más sensible vulnerabilidad, las pérdidas y sin/sentidos que ha recorrido la propia existencia soslayando hacia dónde va, porque siempre hay un hacia/dónde/ir más.
El libro de Mariana Bernárdez emana un dolor/nostalgia que nos enfrenta a la certeza de la temporalidad del cuerpo, de las relaciones, en donde si bien los vivientes podemos diluirnos, el universo creado permanece: cada ranura, cada paso dado, cada nombre pronunciado, cada viaje,… otorgándonos la infinitud del amor edificado y por ello, Aliento, es el aliento mismo, el que pedimos cuando lo inevitable nos ataja, cuando la inhalación de realidad nos pasma: “El infortunio arrecia/ con bocanada hambrienta…”
Si por un instante el mundo interrumpió su latido y todo fue mutismo, Mariana exhaló las palabras que al callar abren la voz de la verdad, la que nos lleva al centro mismo de nuestra creación, donde la quietud respira los cimientos insondables de la historia que escribimos día a día. Dice la autora,
Tardé muchos años en llegar
porque llegar siempre
ha sido un camino largo para mí
Arreciada por la vida tardé en poder
simplemente en poder subir la cuesta
para atrapar el mar
como si toda su gramática
y su no saber,
cupieran en mis manos.
Celebro este encuentro de Mariana con el mar, su mar, el que guarda en la palma de sus manos después de subir la pendiente, alados los pies, deletreando, una a una, la intimidad de sus grafías.