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ARTHASASTRA
Carlos Reyes Avila,
Ediciones Arlequín (Col. Canto de sátiro), Torreón, 2007

 Por Carlos Velásquez
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Por Carlos Velásquez

 En el principio fue el miedo

 "Tememos", dice el poeta. Pero no es el miedo que le tenemos al hombre, o a nada conocido, es un miedo más grande. Es el temor al sol: bajo este precepto se desarrolla el poemario de Carlos Reyes, Arthasastra. Con Dios como la única certeza de nuestros pasos en falso, comienza el recorrido por el régimen del largo poema que conforma el libro. El sol como una gota de divinidad coagulada, es el ojo que todo lo ve, el ojo sardónico que es a su vez alivio y tirano de todos los hombres.

El primer poema "La larga noche de los nueve senderos" es testimonio del gran momento escritural que atraviesa Carlos Reyes, la elaboración de los tres primeros versos refleja la consolidación de su oficio: "Allende el mar/ la luna cuelga en su perchero de agua/ su mitad oscura, su mitad salubre". Afirmo esto porque el presente conjunto de poemas no es la primera aproximación al tema religioso dentro de la producción de Reyes; ésta es la segunda parte de una trilogía iniciada con Claridad en sombra. Aunque el libro anterior posee poemas de una perfección inusitada en la obra del autor, es en Arthasastra donde el poeta corre mayor riesgo, pues sacrifica la pulcritud de las construcciones poéticas de Claridad en sombra para inundar el cauce verbal con versos que son como puñaladas, como latigazos, fustazos que se suceden unos a otros, en el vértigo aleccionador de lo que significa para el poeta, el miedo al sol.

Cada una de las partes en las que se divide el largo poema, posee destellos memorables de ese torrente que corre por las venas. La sensación total del libro es de envenenamiento, de ponzoña, de ebriedad.


Una irremediable tendencia a existir

Una cualidad presumible en el libro, para mí, es que aunque trata la temática religiosa, retoma la idea rimbaudiana del carnet del condenado. Junto a esa circunstancia de arrobamiento narcótico que produce su lectura, hallamos la constante de humanizar al personaje principal y una necesidad rimbaudiana por deshacerse de su educación sentimental a través del relato. Esa vivencia se convierte en un doble maestro, pues logra superar el trance y al mismo tiempo, encuentra salida para esa avidez que sentía Rimbaud por las monedas de oro.

Si el poeta fránces reafirma su existir a partir de la independencia económica que le procuraba el dinero, Carlos Reyes proyecta su existencia a partir de la seguridad que le produce trasladar al poema, de manera clara, la renuncia a la no-existencia.

 

Estamos al comienzo de lo vasto

"Llamado a ser más vasto cada vez", dice el poeta cuando surge el anhelo, cuando nace Arthasatra. Las partes que lo componen se asoman como espectros de una verdad mil veces dicha, pero recién olvidada, aunque también son y serán un cántico; una alabanza a todo aquello que nos hace atravesar el fuego; un espacio para la rebeldía y el corazón enfermo, sin renuncia al siguiente auspicio de la aurora.
Y el libro, como un interminable juego de cartas, de poemas que se pueden leer como una guía para la dudosa moral humana, termina justo como comenzó, con la inminencia de un mundo vasto, denunciado en estas páginas, pero que al final nos lleva a una sola y unánime conclusión: que esa vastedad es apenas un murmullo. Murmullo milenario que viene a convivir con el flujo diario de occidente; vastedad que patrocina un fulgor por la palabra y que anticipa, después del largo recorrido, que lo verdaderamente vasto, lo inabarcable de la existencia, está aún por anunciarse.

 


 

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