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Diario erótico de Robinson Crusoe
Alexis Díaz-Pimienta
Scripta Manet,
Almería, 2016.
 
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No. 109 / Mayo 2018


Yo soy Robinson Crusoe

Yo soy Robinson Crusoe,
naufragué hace tantos años
que no se lleven a engaños:
ya no sé si existo o no.
El salitre me comió
la ropa, el tiempo, el lenguaje.
Soy esto: un cuerpo salvaje,
inadaptado y erecto.
Soy el náufrago perfecto.
Soy mi propio personaje.
Desde que llegué, la arena
me pareció acogedora.
Y tú, líquida señora,
buena, demasiado buena.
El mito de la sirena
y tu voluptuosidad
te daban cierta entidad.
Pero lo que más me agrada
es tu calidez mojada,
tu permanente humedad.
Somos yo y mi personaje
y mi barba y mi abandono
y mi no-te-lo-perdono
y mi falso maridaje
con los recuerdos que traje
de cuando era el otro yo.
Yo soy Robinson Crusoe.
No estoy loco. Ando desnudo.
Tengo erección a menudo.
Me excitas, mar, y a quién no.
Vístete mar. Ponte barcos,
o bañistas, pide ayuda.
Mientras estés, mar, desnuda,
en este y en otros marcos,
mientras no te pongas barcos
o bañistas, algo encima,
no podré evitar la opima
y acérrima excitación
que me provocas (perdón),
y me freno por la rima,
que si no, dijera más,
si no, mar, te cogería
así, y te  atravesaría
con salvajismo procaz,
por delante, por detrás,
por encima, por debajo,
bocarriba, bocabajo,
decúbito, no decúbito,
agua rauda, polvo súbito,
un tajo, un verso, otro tajo.
Recuerda que soy salvaje.
que me he quedado prostático,
anclado y monotemático,
animal bípedo. Traje
para pagar el peaje
de la civilización
la foto de un pantalón
y el nombre de una mujer.
Vamos, mar, déjate hacer.
Vamos, mar, hembra o varón.
Porque eres, ¿el mar, la mar?
¿estás salado o salada?
Qué más da, mar. Todo es nada.
Déjate mar, traspasar.
Hueles a sexo vulgar.
Tienes las valvas abiertas
como groseras compuertas
que esconden el mejillón,
la almeja, la tentación
de todas las tardes muertas.
Yo soy Robinson Crusoe.
Sé mi puta, mar, mi hembra.
Juntemos miembro con miembra.
Desfoguemos, mar. Tú y yo
sabemos que Dios creó
primero al sexo que al hombre,
primero al hombre que al nombre,
primero al nombre que al miedo
a nombrar, y mar, no puedo,
aunque la gente se asombre,
dejarte así, tan salvaje,
tan olorosa a sudor,
llámese sexo o amor,
llámese orgasmo u oleaje,
llámese naufragio o viaje.
Ven, mar, ábrete, entra, pon
mi herramienta de varón
en tu valva-vulva, y deja
que nos tomen por pareja
¡no tienes otra erección!




Robinson Crusoe y la literatura erótica

Bukowski es un infeliz,
un reprimido soez.
Prefiero a Safo. Tal vez
a la ultísima Anaïs.
Prefiero a Lawrence, raíz
de mis primeras pasiones.
Prefiero las relaciones
de Georges Bataille con “el Ojo”,
y a su Simone siempre al rojo
vivo entre las oraciones.
Prefiero la parisina
heroína de Pauline
Réage, cálida Odeline,
esclava sexual genuina.
Y por supuesto, la fina
Lolita nabokoviana,
jovenzuela casquivana
que a escondidas nos excita.
¿Quién no sueña una Lolita
stanleykubrickcercana?
Prefiero el papel de Mario
para cualquier Emmanuelle,
su olor escrito, su piel
de ardiente vocabulario,
su Bangkok imaginario,
su amor al sexo grupal,
lésbico, hetero, da igual.
Emmanuelle, hembra y poema.
Emmanuelle, filosofema
de un Confucio occidental.

Prefiero la prostituta
de Los amores prohibidos,
de Azancot, sus alaridos
de institutriz sexual, puta
que con su cuerpo disfruta
y hace gozar al lector.
Prefiero el no-pundonor
de sus jadeos  venales.
Sus páginas son carnales,
táctiles, tienen olor.
Prefiero, of course, El Amante
de la Duras, la francesa
que se quitó, pieza a pieza,
la adolescencia mediante
el falo de un comerciante
en la exótica Indochina.
Prefiero su cartulina
dura, su papel couché,
su masturbable caché,
su pubertad libertina.
Sí, Nabokov y Pauline,
Azancot, Lawrence, Duras,
Safo, Emmanuelle... las demás
herederas de Justine
y Boccaccio: el magazine
eterno del sexo escrito.
Pero no Bukowski. Admito
que Bukowski “no me pone”.
Que me obvie, que me perdone
con su pose de maldito.
Te prefiero a ti, mujer
disfrazada de marea.
Prefiero al mar, que procrea
nuevas olas de placer.
Da gusto nadar-leer.
Gusto escribir-fornicar.
Da gusto en el paladar,
en los ojos, en las manos.
Somos dos “malditos” sanos.
¿Volvemos a hacerlo, mar?