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Rafael Cadenas |
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Presentamos un especial sobre Rafael Cadenas (Barquisimeto, Lara, 1930), poeta que ha recibido el premio que otorga la Feria del Libro de Guadalajara (antes Juan Rulfo) a autores en lenguas romances. |
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Rafael Cadenas: Las cifras del presente
Por Josu Landa La escritura y la lectura son puentes que se acoplan, para que fluya cierta experiencia del mundo de un alma a otra. Lo que llamamos ‘decir’ es el acto de expresar y comunicar lo vivido. Dice sólo aquel que tiene algo que decir, esto es, aquel que ha sentido —en términos de sensación, percepción y sentimiento— ciertos momentos de su existencia y de la que lo circunda, con intensidad y profundidad fuera de lo común. Lo que, a fin de cuentas, dice un texto es un cuanto siempre fallido de experiencia humana. Pero los mejores textos dicen más y con mayor efectividad expresiva. Los peores: todo lo contrario. De un tiempo a esta parte, Rafael Cadenas ha recibido importantes galardones. El último, hasta el momento, ha sido el otrora Premio Juan Rulfo, asépticamente manejado ahora — sin merma en su prestigio y relevancia— como el reconocimiento que confiere la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a autores en lenguas romances, a raíz de un diferendo entre la Universidad de esa ciudad y los herederos del célebre narrador mexicano. Estos son síntomas de una creciente y más que justificada estimación de la obra del gran poeta barquisimetano y no arriesgará mucho quien apueste por que en los tiempos por venir recibirá muchos premios más de igual o mayor relieve. Esta pleamar en el aprecio de la poesía de Cadenas es muy significativa y trae aire fresco, vivificante, al mundo de la genuina cultura, cada vez más asediado por la vacuidad, las tendencias decadentes, los intereses mercantilistas y la pseudopolítica de un signo y otro. El desierto sigue creciendo, pero al menos parece que seguirá habiendo oasis. La principal razón del progrediente ascenso de Rafael Cadenas ha sido su radical fidelidad a la poesía. Esto significa, cuando menos, dos cosas: ha sabido mantener su labor poética fuera de los circuitos extra y antipoéticos de toda clase, en especial el mercantil y mediático; sus poemas y sus prosas dicen —sin rodeos, con intensidad, profundidad y veracidad— las claves de la áspera circunstancia en la que brotan y a la que retornan y en la que le acompañamos sus alumbrados lectores. Quienes, en distintos momentos de nuestras vidas, hemos sembrado ojos y alma en las palabras de Los cuadernos del destierro, Falsas maniobras, Derrota, Memorial, Amante y también de Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, entre otras composiciones del poeta, hemos encontrado en la voz de Rafael Cadenas el tono y la sustancia que muchos hubiéramos querido modular, para dar cuenta de los tiempos acedos en que nos ha tocado convivir. No es difícil ver, en esa empatía, una concordancia —es decir, una conjunción de los corazones— en la experiencia del mundo, una complicidad en las prevenciones de la sensibilidad ética y poética frente a las destructivas ilusiones del siglo, ante el odio atmosférico, el culto a la eficacia y el productivismo desmedido, el solipsismo, el imperio de la banalidad, el apego histérico a lo más vacuo, el desprecio del buen decir, el sometimiento nihilista a la insustancialidad, so capa de ideologías y análogos sistemas de creencias en reciclaje permanente.
La estrella de Rafael Cadenas va y seguirá en ascenso, porque su escritura ha salvado como pocas, en todo tiempo y latitud, la distancia entre lo vivido y lo dicho; porque su poética ha cumplido con acierto la promesa declarada hacia el final de Intemperie: “No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.” En suma, porque ha sabido captar de manera ejemplar las cifras esenciales de nuestro presente, para prodigarnos con su verbo la comunión de conciencia y esperanza, de dolor y regocijo propia de la mejor poesía. México, DF, octubre de 2009. |