No. 47 / Marzo 2012 |
|
Françoise Roy (Quebec, ; vive en Guadalajara, Jal.) Aguardiente Aguardiente eso en la mucosa del oído no digan que no, no más quiero flores exóticas no cartas no dictámenes no yo clavada en el nodo norte por obra de planetas lentos quiero el azul que recorta las nubes un viaje a Guatemala un micrófono en San Salvador ningún “sentimos informarle que su libro…” madreselvas sí conejas sí gatos un sí del tamaño de la vía láctea hierbas rojas y forjas y yo en medio desarmada en medio del combate de las páginas no brotarán tallos de mis jardineras, si acaso un semblante de belleza. Noé Qué mosca le habrá picado al buen Dios (esa flor tripétala que solía hablarte en sueños, esa mente telarañosa que fabrica imaginando) para pedirte así, de buenas a primeras, y de un día para otro, que dejaras los cultivos por la singladura para volverte capitán, almirante sin astrolabio, trocando el claro desierto por la mar arbolada, la greda por altura de astro, la guiñada por el lagar, el sotavento por viñedos, el frontil por la quilla. De floricultor a grumete, de campesino a marinero, ¿cuántas veces cruzaste sin saber, pobre salvador, la línea de cambio de fecha bajo astros inasequibles, con tu pañol de aves y coleópteros, felinos carroñosos, libélulas, borregos, serpientes de cascabel y jirafas? Y Dios, siglos atrás, ¡tan absorto en el azuleo del mar, anhelando fontanales en otro lugar que la tierra firme (con sus roquedales de cortapisas, sus raíces en abanico como manos enterradas, sus dehesas verdeantes)! Dios ideando sementeras de olas para echar ahí los peces (semillas de mar que contienen cuidadosamente dobladas la sábana de agua que más tarde orlaría los continentes). Dios ocupado en sembrar sal al voleo, y tú, siglos más joven que él, forzado en aprender, conforme subían las aguas de la marejada, los gajes de un nuevo oficio. Enrique el Navegante (Oporto, 4 de marzo de 1394 - Sagres, 13 de noviembre de 1460) Infante de Portugal y primer duque de Viseu, este piadoso explorador conocido por su temperamento ascético es para muchos el personaje más importante de la incipiente era de los Descubrimientos. Fundó en Sagres, al extremo sudoeste de Portugal, una escuela naval de primer orden que reunía sabios (astrónomos, geógrafos y navegantes) venidos de muchas partes y donde se registraron incontables avances técnicos y científicos en el arte de la navegación, que conllevaron al desarrollo del imperio colonial y del poderío comercial portugués. Perlongó en las costas de África occidental y fue el primero en doblar, en 1434, el Cabo Bojador, que era entonces el punto marítimo más meridional conocido por Occidente, más allá del cual los marineros creían que los barcos se precipitaban en el vacío o se encontraban con temibles monstruos. Colonizó las Azores y participó en el ataque de Ceuta y Tánger, en Marruecos. Gran parte del éxito de las expediciones marítimas posteriores se debe al invento, en los astilleros de la escuela de Sagres, de una nueva embarcación llamada “carabela”. Enrique con su túnica de monje, su misal bajo el brazo, más virgen que las huestes de serafines y arcángeles. No daban eucaristía a bordo, pero la belleza del mar, el pequeño promontorio desértico de Cabo Bojador (al sur del cual los monstruos se habían aplacado, y el abismo había retrocedido en señal de capitulación), los atardeceres arrebolados al compás de la brisa, las pendientes verdeantes de las islas Azores, el aria del siroco sobre las dunas (extraña playa que se extiende miles de kilómetros tierra adentro) eran valioso consuelo por la invisibilidad de Dios. Los sextantes, la extraña maquinaria —tan diminuta— que llevaría los buques a dominar la rosa de los vientos, las brújulas de magnetita nacieran en las aulas de Sagres. Agujas y reglas, efemérides y mapas en proceso de cocción en el matraz de las más encumbradas mentes de Europa, también fueron partícipes de un pequeño magisterio. Sagres y sus acantilados, la doble ventana de ensueño donde se juntan en una costura de agua los dos mares, uno más indomable que el otro; Sagres la mera esquina. Dios (un trébol: Padre, Hijo, Espíritu) allá en lo alto jugando ajedrez con las estrellas, y un príncipe enamorado de los barcos, de los umbrales, de la sal. |
{moscomment} |