En España, que con la excusa de la crisis se ha ido convirtiendo en el país de los editores que no editan y de los poetas que no poetizan, se están moviendo algunas conciencias y ven la luz algunos raros experimentos. Oficialmente no ocurre nada y toca aburrirse como nunca; pero luego uno recibe textos raros y se da cuenta de que por canales inusuales resulta posible formarse otra opinión de las cosas. Una de estas sorpresas es el proyecto llamado “de resistencia cultural” que ha lanzado el editor Albert Lázaro-Tinaut, y que consiste en una colección de cuidadísimas plaquettes de poesía, bilingües, distribuidas de forma artesanal, y que están funcionando muy bien entre el verdadero público lector. Se trata de un proyecto que busca la internacionalidad y busca llenar también la vergonzosa laguna que están dejando las casas editoriales cada vez más intervenidas por analfabetos llenos de ínfulas tecnocráticas, auténticos men in black de la cultura, la Inquisición del siglo XXI.
Como no podía ser de otro modo, Marian se ha subido a este carro y nos presenta siete poemas exquisitos que suponen otro giro en su dilatada trayectoria. Porque se trata de poemas positivos, situados fuera de la angustiada metafísica que caracterizaba sus libros más recientes. Y se trata de poemas positivos porque la autora se ha abandonado a una pura sensualidad que encaja bien con su idiolecto habitual: “Mis párpados son la única sombra que descansa/ sobre mis pezones,/ que han inventado una nueva caligrafía/ para que tus dedos descifren/ el extraño alfabeto que modula su ansia”. En definitiva, lanzamiento libre de imágenes fluidas que nos transportan a un mundo gozoso que parte de lo más concreto, una experiencia carnal vivida desde la total honestidad estética.
Aumenta el valor de la publicación la versión en estonio debida al exquisito poeta (y pionero hispanista) Jüri Talvet, que siempre acompaña a Lázaro en sus aventuras intelectuales. Es como si de una instintiva necesidad de unión literaria e intelectual nacieran proyectos que fueran como pequeñas piedras, o restos de una civilización que sirvieran para construir un nuevo y diminuto templo en que todos los raros estuvieran invitados a entrar. Me cuenta el editor que los países bálticos son los únicos cuya economía ha crecido este año. Pero eso, claro, a base de más tecnocracia y más deshumanización. Y es que, caigamos o crezcamos, siempre perdemos nosotros, y sólo ganamos trasvasando poesía; cada vez estoy más seguro de ello. La literatura es hermandad o mera propaganda, no hay término medio.
Yo no sé si es casualidad, pero durante la misma semana me llegan otra de las plaquettes de Albert Lázaro, la titulada Desarraigo, debida a la escritora chilena Silvia Cuevas Morales, y el libro Escozor nuestro de cada día, publicado por el incansable Agustín Calvo Galán, una de las personalidades catalanas más activas de los últimos años, tanto desde el punto de vista de la poesía visual como de la más tradicional hecha de letras y lectura en un sofá. El soporte del libro de Agustín no puede ser más maravilloso: una construcción artística que no sólo se limita a ser el receptáculo de los poemas, sino que también incluye ilustraciones de María Ramos y unas cubiertas distintas para cada uno de los cien ejemplares que forman la edición.
El caso de Silvia Cuevas es el de una curiosa poeta nerudiana hasta en los genes, que construye poemas de una impactante sencillez, llenos también de descaro y de sexo, de ganas de construir una identidad propia desde lo que nos es más íntimo. El caso de Agustín Calvo es el más directo de los tres, puesto que los poemas toman un aire explícito de inmediatez que, de no hablar de lo que hablan, llegarían a poder ser calificados de infantiles. El sexo en este gran poeta es un juego, el más necesario de los juegos. Retorno a la adolescencia, a la capacidad de sorprendernos. El juego que todos necesitamos para evitar que la gran bola de pez en que se ha convertido este país logre abducirnos del todo y nos quedemos sin auténtica cultura, solos en un erial, con palabras espesas, sintiendo que vale más callar que participar en la tragicomedia cotidiana. Lo profundo hoy es dejarnos seducir por las frases volátiles de Marian, Silvia y Agustín. El periódico, cerrado. O ni siquiera comprar el periódico. Porque para no evadirnos necesitamos, más que nunca, huir.