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portada-partidas-segovia.jpg Partidas
Francisco Segovia
Ediciones Sin Nombre,
México, 2011.

Por Oswaldo Truxillo
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No. 50 / Junio-julio 2012


 

Nadie pondría en duda que vivimos en una ruidosa época alejandrina. Ante la bastedad que inunda nuestros sentidos, resulta natural que la poesía busque refugio en el silencio, en lo poco y no en lo mucho. Partidas, en este sentido, sigue la línea austera trazada desde Elegía y Ley natural, obras previas del poeta Francisco Segovia. Aunque a diferencia de los otros, éste se presenta como un poemario sorprendentemente extenso: el aliento sigue siendo cuidadosamente aquilatado pero se organiza en un espacio más profundo y mucho más vasto.

Hay que entender esta austeridad de Partidas, no solamente en un plano volumétrico, sino como la predicaban los Antiguos en sus misterios. La poesía, necesariamente desprovista de piruetas sonoras y malabares modernos, se esconde en las profundidades de nuestro vientre con voces secretas: “Las últimas palabras/ cayeron de tus labios sin aliento […] Míralas ahora ya maduras/ en el almácigo fiel de mi silencio”.

Acompaña a este callado murmullo otro palmario, blanco, rítmico que baila en todo el poema:

Clic clic clic de unos guijarros en la orilla.
Martinetes sin cuerda que apaga el musgo.

Cuando volteamos a mirarla ya no está
La viborita de agua.

Tras el salto de la rana de Heráclito encarnada en viborita, nos quedamos en un silencio que entreteje también un ritmo, una métrica. Para Segovia, no se trata de contar las sílabas sino de recuperar lo que la modernidad dejó de lado. La rítmica no es sólo la manera de tirar signos tipográficos sobre el blanco en su relación exclusiva con el ojo, sino también la manera de deleitar y educar el oído. O sea: la poesía se lee, pero también se escucha. “Picture yourself in a boat on a river”, no es una cita caprichosa en el libro, es una defensa del sonoro sistema yámbico endecasílabo: “Pienso en los grillos/ que también cantan a oscuras”. 

Partidas son tres libros, tres capitularios. El primero, De guardia, tan árido y terrestre como la diosa Artemisa; el segundo De tan lejos, espiritual y a la vez profundamente humano como el caído Prometeo; un tercero, Tierra roja, ilegal y rutilante como Ares, el majestuoso dios marciano. Tres epistolarios que se cierran con una cuarta jeremiada convertida en bodas de los amados in absentia. Progresión y nostos, desde la serpiente hasta los astros, desde la llaga terrestre hasta el “vasto cielo inmóvil”, desde el propio vientre hasta la boca de Penélope. Tres tiradas de dados recogidas, no sobre el azar sino por una soledad enseñoreada: “Cae la noche./ Hablo a solas./ Soy en mí mismo/ como el fuego en la llama.”

No hace falta decir que Partidas es la mejor obra del autor, ni mucho menos que es una lírica de orden mundial a la altura de ésta o aquella otra. Rehuyamos la moda de las jerarquías y los números tan caros a nuestros economistas y publicistas. Baste decir, sencillamente, que el ruido de mercachifles y pregoneros nunca ha impedido el libre paso a “el dulce murmullo de la plaza pública” como llamó Alfonso Reyes a El poeta. Partidas está compuesta con la voz sonora, limpia e inconfundible de “nuestro Virgilio”. Hacía mucho que la Musa no aquilataba tanta verdad en una tirada de versos.   


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