Tu nombre significa sana y salva, encajada en la Tierra, melliza de Apolo: su igual, su opuesto y complemento. Diosa de los partos y la fertilidad, de la venganza, de la muerte –como toda hada-, diosa virgen de la caza y la naturaleza salvaje, de la flora, de la fauna: Luna creciente como vientre de la fertilidad, virgen de la eternidad. Diana cazadora, con veinte ninfas Amnísides como compañeras de caza y sesenta bailarinas oceánides, todas de nueve años, todas intocables, todas de la más pura trinidad, del Uno multiplicado por tres. Trébol de agua. Espíritu del cristal.
Casta luna de inmaculado vestido de novia para casarte sólo con el cielo, sólo con su plata y con su oro, absenta, ausencia, “imbebible”, Presencia, diosa de la vida, diosa de las parcas, reina de las Gracias, te transformaste en el Hada Verde, en la ausencia presente del amargo y dulce ajenjo, en la milagrosa Hierba de San Juan, que deshace los encantamientos, pero hechizaste a Verlaine el inocente compañero del salvaje Rimbaud (quizá cometió el error de Orfeo, de Reso o de Museo, lo destrozaste, como destrozan –para reunir- todas las plantas sagradas), cazaste con las flechas de la locura creadora, de tu delirio sagrado, con tus dardos alucinógenos, a Wilde, a Van Gogh, a Baudelaire, a Manet, a Degas, a Hemingway, a Strindberg, y fuiste la Musa preferida de Picasso, su modelo de la eternidad. Rayo verde del crepúsculo que Neruda perseguía:
Tu luz verde de neón lunar, tu luz fluorescente de gruta submarina, es la presencia resplandeciente de tu hada, Fée Verte alucinante, curas los males más molestos, ayudas al útero, ninfa emenagoga, das el tono a lo indigesto, tónica milagrosa, niña vermífuga, novia platónica, abortiva si te irritan, desmiembras si te enojan, destrozas si te ofenden.
Sanadora, Salvadora: mi estómago, mi hígado, mi corazón y mi cerebro te celebran, mi hada verde que me haces vivir en el azul. Esencia de la Diosa Madre, de la naturaleza intocada. Verde lejanía, verde cercanía, ver de lejanía. En ti se manifiesta el ser de ellas, fiesta hermética sagrada.
Me recuerdas a la Ruda de mi madre, la hierba con la que me curaba del estómago, extraño verde de un mar lejano, con encendidas flores amarillas, amarga pero rica, jamás poseída por completo pues su venganza era mortal, su exquisito perfume ahuyenta los males y los encantamientos.
Infinitamente superior a Brunilda, no hay héroe frente a ti que no tenga un talón de Aquiles o que no fue tocado por una hoja de tilo, que no sea destrozado si te quiere alcanzar completamente, naturaleza virgen, tus tesoros son superiores a los de los nibelungos.
Luz fluorescente de inframundo, del reino de las hadas, habitas la altitud de las montañas, las profundidades esplendentes de la gruta, tus flores amarillas son besos del sol, botones de apolínea luz.
Te vi a través del Vermouth, a trasluz de su vid (Wermuth, así te llamaron los druidas germanos) y antes de éste por los versos de Pasternak: “Mientras estuve en el Darial fui recibido/ Como amigo en el infierno, en un depósito y un arsenal/ La vida en el delirio igual que Lérmontov estremecí/ Como labios que se zambullen en Vermouth”.
Vermouth: barco ebrio, líquido maderamen, sueño de madurez de la niña verde en las rocas, de la sirena, y su canto de olas eternas. Madera madura del ámbar de miel.
El Vermouth1 es el hijo (el fruto de cáscara tinta de cristal) que tuviste con Dionisio (el dios del vino, el dragón de fuego, de la serpiente de la vid, del ser de la vida), él se rindió a tus pies con sus volcanes sangrientos, y tú le cubriste su cuerpo telúrico con tus dorados besos, virgen inmaculada, novia del misterio, ninfa de la luz, hada luna, luna verde, luna de oro de otro mundo.
Verde que yo quiero ver: reúnes a las Musas y a las Gracias, la cura, la locura y la alegría. Hada verde helada, ninfa oceánica vaporosa, solitaria novia solar, ardiente y suave, lograste que Zeus –el Rayo- te concediera todos tus deseos. Hada esplendente que a su vez –cuando te logramos ver con toda tu pureza- nos concedes los deseos del absoluto.
Ártemis, que a veces en regiones lejanas desapareces, no nos dejes sin el arte de tu misa verde, Artemisa, sin tus tonos de mar sueño, ya que tú también celebras y amas a Hipnos. En tus alas vaporosas, inaccesible, lejana, nos regalas, tu presencia de espíritu grandioso en tu copa de hada, tu dulzura supera tu aspereza, dulce aspereza, ver-de miel.
Lejana, pero no nos abandonas, nos donas tu caricia, amar que amarga a la nada, amar de melífero mar, tu mirada de fiereza dulce, hace suave la caricia del oso, derrama tu pureza fecunda, que nos hace convivir en sagrada y bendita comunión con todos los reinos: hermana piedra, hermana flor, hermano lobo. Pureza por la que tu fiel Hipólito eligió tu libertad, tu virtud, tu coro y tu decoro, y se inmoló ante Afrodita.
“Cazadora de ciervos”, eres el espíritu de la castidad de la Naturaleza, por eso tu color de absenta es innombrable, inefable: es la ausencia presente, lo presente ausente, la ausencia del presente, del tiempo y del espacio, tu color es un color imposible, es la ausencia de color terreno por medio de un color sagrado.
“Diosa que vagas por la noche”, en tus adeptos, tus ninfas y poetas. “Portadora de luz”, la copa de tu ajenjo es tu lámpara, la “lámpara verde”, tu hada, portadora de ese ser: “enseñas el camino” con tus antorchas, Salvadora, esencia salvaje de la naturaleza, “señora de las mujeres”, de su vida y de su muerte. Hermosa diosa luna de la fecundidad resplandeciente, salvajemente dulce, dulce salvaje, más allá de todo esto, como canta tu color.
Forma divina del universo elemental y más recóndito e insondable, profundo como las crisálidas de tus aguas, de tus océanos, de tu savia, de tu sabia, de las islas más lejanas y cercanas del mar griego. Piélade del alma.
Luna salvaje, hada del Sueño, tu fuego verde enciende un órgano más elemental que el corazón.