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La yegua insolada
Eduardo Lucio Molina y Vedia Despliegue y síntesis, lo narrativo y lo poético como antinomia o círculos secantes, el modo en que la forma interviene en el contenido de la creación literaria, la fragua del inconsciente, todo ello trataremos de indagar en un texto en prosa y dos poemas-espejo que escribí sobre lo que quizá haya sido mi escena o experiencia inicial de la muerte: la agonía de una yegua insolada en la banqueta o vereda de una esquina de Buenos Aires, donde nací. La prosa está escrita más con aliento poético que con estilo narrativo. Los poemas, de modo casual (es decir no buscado), resultaron poemas-espejo: sus versos se leen en sentido recíprocamente inverso, de modo tal que el inicial de uno es el último del otro, y viceversa. Titulé a los tres Simulacro (o sea, efigie o figura hecha a semejanza de una cosa o persona, especie que forma la imaginación) porque son la muestra de que la muerte se presenta a menudo como algo increíble, impensable. Sólo se la puede aludir o vivir, entonces, como un ensayo de lo que no ha sucedido. De algo que casi no podemos aceptar como real sin corregirlo con la fe religiosa, o cualquier otra fantasía o construcción ideal consolatoria. Y es que la muerte, aunque forma parte de nuestra cotidianeidad, es un tema que se trata y se toca casi siempre como algo que le sucede a los demás, a otros, o que ocurre en un tiempo que no es el nuestro. Pero, como bien sabemos, su enigma, el enigma de la muerte, es el de la vida, y el entrelazamiento de vida y muerte está presente en toda experiencia y elaboración estética. Veremos similitudes, diferencias, interrelaciones entre los géneros, efectos semánticos de diversos ordenamientos sintácticos, para terminar olvidándonos de tanto análisis hasta dejarnos tocar por el meollo o núcleo significativo de la escena. Como el sol, la muerte no se puede mirar de frente. Pero esta vivencia de mi primera infancia alimentó una reflexión de toda mi vida. Algunas palabras raras y otras porteñas, es decir de Buenos Aires, merecen aquí una aclaración. Ochava es la parte de la banqueta que se abre en una esquina terminándola “en chanfle”, es decir con un corte oblicuo en lugar del ángulo recto. Vereda es banqueta. “Liminar” es inicial. “Baldazos” significa “cubetazas”. “Belfos” son los labios del caballo, que cuando es de pelaje color canela claro se lo llama “overo”. Veamos en primer lugar el texto en prosa. Simulacro El inicio de mi inclusión paulatina en el espanto de la muerte, la primera noticia de la finitud de las formas, fue esa imagen que no me abandona desde la infancia. Una enorme yegua insolada de pelaje rojizo oscuro, boqueando, tendida a todo su largo sobre la vereda de la ochava, a la que daba la ventana del cuarto donde me despertaron de la siesta las voces y los baldazos, el castañetear de los cascos desesperados sobre las baldosas. Belfos anhelantes, desenfrenada dentadura equina, agua inútil brillando entre las crines bajo el sol vertical del verano porteño, fuelles abriendo y cerrando costillares, afán de los hombres por salvar a la bestia. La escena atravesó las décadas asomándose por los entresijos de la conciencia como una señal cruda y diáfana, sin énfasis. Fue preciso que la idea de los finales, del propio fin, encarnara en la región de las certidumbres, para que la tácita interrogación sobre ese acotado destino animal, como el mío, sobre ese episodio que el recuerdo rescató de entre olvidos y memorias familiares, tuviera su ambigua respuesta. Murió allí la yegua insolada, que unos evocaban blanca y otros overa. Hacía unos meses, me contaron con el tiempo, habían pavimentado las calles de tierra con unas maderitas duras que devolvían el calor. Una causa plausible: la bestia y los hombres que la manejaban no midieron los efectos combinados del trabajo de tiro, el sol calcinante y el reflejo del calor del suelo, arrastrando quizá un carro con frutas o verduras por las calles de Villa Ortúzar. Pero a aquel niño de dos años y medio en ese enero del 42 la imagen le había dicho otra cosa, algo más de fondo. Que tras las causas está una causa, elusiva, desconcertante, inverosímil. Se lo siguió diciendo, persuasiva, a través de los años, las geografías, las amistades y las discordias del mundo y de la gente, de un modo discreto y tenaz, como disculpando el exabrupto, fijándolo a aquella ochava como al lugar de su destino, soleado y letal. Tiempo después de este primer trabajo literario sobre el tema del caballo insolado, que en realidad se concentra en una escena o experiencia y sus ecos, surgieron las versiones poéticas, que azarosamente, es decir de un modo no buscado, desde su forma inicial —la numerada con el I romano— se desdobló en la dos (II), en espejo, por así decir, del derecho y del revés. Este efecto espejo produjo dos expresiones poéticas distintas conformadas por las mismas palabras, sólo que dispuestas en un ordenamiento inverso, contrapuesto. Y se observa que el mensaje es otro, y que la primera versión se diferencia claramente de la segunda aunque ambas están compuestas por idénticas palabras, oraciones e imágenes. Lo cual sirve para comprobar que, al contrario de lo que ocurre con las operaciones elementales de la aritmética, en lo que se refiere a la literatura, el orden de los factores o elementos, en este caso de los versos, sí altera el producto o resultado. Una ocasión más para pensar y comparar similitudes y contrastes entre prosa y poesía. Simulacro I Cota liminar de vago espanto, la yegua insolada de mi infancia boquea hace medio siglo bajo golpes de agua inútil. Desmesurada dentadura equina, cascos castañeteando las baldosas, desesperado brillo de llovidas crines siguen iluminando la abismal escena. Los belfos anhelantes, el ajetreo y los gritos, el afán del hombre por salvar la bestia, primer amago de infinita nada. Simulacro II Primer amago de infinita nada el afán del hombre por salvar la bestia, el ajetreo y los gritos, los belfos anhelantes. Siguen iluminando la abismal escena desesperado brillo de llovidas crines, cascos castañeteando las baldosas, desmesurada dentadura equina. Bajo golpes de agua inútil boquea hace medio siglo la yegua insolada de mi infancia, cota liminar de vago espanto. |
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