II
Toda regla tiene su excepción
Si toda regla tiene su excepción esta misma regla debe tenerla
por tanto no toda regla tiene su excepción y esto conduce a una
conocida e insoportable paradoja griega, a uno de esos oscuros
callejones sin salida de la lógica proposicional.
Las ovejas negras son la excepción. Las blancas son la regla.
En un rebaño de ovejas negras la rara, la rebelde, la ácrata y
desobediente es la oveja blanca. Pero los rebaños de ovejas negras
son más raros.
Defender la existencia de las ovejas negras y de las perlas irre-
gulares es un deber moral, un imperativo supremo de la conciencia.
Por suerte existen ovejas negras. Ellas proclaman que no
toda lana es blanca. Afortunadamente existen las perlas negras,
ellas manifiestan que la costumbre mata.
Ovejas y perlas son parte del universo. Las estrellas infinitas
y las minúsculas bacterias forman parte del orden kantiano y naca-
rado universal, excepto las ovejas y las perlas negras.
Gracias a estas ovejas distintas, gracias a estas perlas de raza
diferente, la humanidad se salva de las cadenas ciegas de la obe-
diencia.
V
Jale o empuje
En las cafeterías, sobre las puertas, se exhibe un cartel que exhorta
«JALE»
o, visto desde el interior del local:
«EMPUJE»
Esos dos movimientos antinómicos proponen una dialéctica
binaria, secuencial, a su modo sencilla.
Tesis y antítesis.
¿Entre empujar o jalar qué queda? ¿Cuál es la síntesis?
Al permanecer, al quedar en el paso indeciso, intermedio,
en la duda.
¿Qué resta?
Al empujar, se sigue la pulsión, la de salir, la de enfrentarse
al frío, a la interperie, a los rigores del calor o de la nieve, alejarse
para siempre del aire acondicionado y su vuelo invisible protector.
Al jalar se entra en la tierra encantada, en la tierra de nadie
donde no habrá jamás árbol ni sombra, sino sillas recubiertas de
cármica, árboles pintados de cartón y hamburguesas elásticas.
Jale o empuje.
Sin llave. Sin paraíso terrenal.
III
El par impar
¿Es la belleza otra forma de la fuerza?
Quizás sí.
La belleza es distinta y transparente, el aire de la belleza acaba por
imponerse sobre la soledad de la fuerza.
El hierro es firme. La belleza suave.
El hierro forjado y afilado corta o se clava. La belleza persua-
de y, al fin, cala más hondo.
El hierro hiende. La belleza acaricia.
Aquella noche bíblica, cuando Dalila quedó en cueros, los múscu-
los y el entendimiento de Sansón cedieron en un instante: ya esta-
ba ciego antes de que le arrancaran los ojos.
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