“¿Queda vida tras la imagen?”, pregunta el yo poético y el río entonces sobrepone sus aguas parlantes, su agua religiosa. El río del lenguaje se une en cada letra para forjar un personaje. El lector se enfrenta a la sobreposición del agua, a su velocidad y ritmo. Contracorriente es en este sentido, el poemario más arriesgado de Tedi López Mills y por lo mismo, el más complejo. La autora fusiona el verso con la prosa guiada por la influencia de Pound y Eliot.
Contracorriente es un poemario híbrido donde cada letra del abecedario es un personaje a descifrar. A pesar del título el yo respeta el orden de las letras; de la ‘A a la Z’ en un lúdico organigrama que tiende por momentos, al virtuosismo. El lector errará si piensa en un anagrama en el que a partir de la versal, se obtiene la clave del personaje y su relato. La cosa no es tan fácil ya que el poemario tiene cortes de verso seriados en cascada; cortes que si se leen de manera aislada, resultan pesquisas de poemas posibles, como podemos verlo en el siguiente ejemplo, tomado de la letra H: “orgullo/posa, /mente/se vende/ vía cadáver, /sentidos, / del telón/dialecto/revivirlos, / sugiere/desde atisbo.
En el poemario resaltan algunos juegos de construcción poética en los que la autora apunta: “cuan difícil es encontrar arcaísmos para inquietar al ejecutante moderno, fortalezas luidas por la bruma, basta de mofas, pido pausa, por buscar lo más simple di contigo, siendo silencio, no va.” El resultado es la suposición de la poesía como acto de amor hacia los “otros”, una manera de contactar con el prójimo o con dios. Sin embargo, los “otros” se mantienen en silencio y las palabras resultan una “mofa” como en el personaje de la V o en la “C”; en otras letras, el signo se disfrazará tras de un sinónimo --por ejemplo “tábano”, sinónimo de mosca, en la letra M: “Tábano con tu mar de lona bailando, […], voz que pregunta: ¿andas allí, del otro lado, eres tú […], zumbido de persona o partero anticuado de mi más remota idea?”.
No vaya el lector a buscar ingenuamente, la propuesta va más allá de las luces del ingenio. Los personajes juegan al escondite dentro de las palabras. Hállese a los personajes y tras de ellos surgirán los relatos fragmentarios irremediablemente entrecortados por la imagen pausada.
Los protagonistas son el hermano y la niña. El hermano es el prójimo amado, la niña es la poeta en retrospectiva. A ambos los veremos adjetivados con “disfraces” y “mascaras” a lo largo del río-abecedario. La muda empezará con los siguientes versos: “río de las cosas, hacia donde iba, te deslinda un idioma, te junta otro […] Habiendo tanto disfraz, mil caras son una sola, mi hermano cuando llega usa la del mal, yo ninguna…” Más adelante la “niña” entrará en el juego e incluso intentará “esfumarse” en el “episodio 45”. Dentro de los personajes estarán también la “señora” con la que no se llega a un acuerdo, disfrazada a su vez, de diferentes adjetivos. El “niño muerto”, quizá utilería o recuerdo del “hermano vivo”, “el cincuentón”, “los chinos” y “Tu Fu vagabundo”: “el poeta que mintió la historia de su hijo.” Igualmente será personaje Diógenes a quien reconoceremos por alguna cita, con máscara de “perro” o careta de “cínico”. Todos aparecerán vestidos y adornados por un juego de erudición y enigma.
Nos hallamos ante un poemario de pausas perfectamente delineadas por comas, notación puntual para el pentagrama imaginario. Las palabras conjugadas propician el sonido del agua, su caída en casada cuando dan vida; en cascajo, cuando es a la inversa.
No se desanime el lector de ver que en el agua se pierden las palabras y se recuperan historias y relatos. Si es así, su lectura va por buen camino, por vía de grava. El río muchas veces acarrea piedras, genera en su movimiento montículos, huecos en algunas partes de la rivera. Habrá que hacer labor de escombro. Todas las historias están entrecortadas, todas ellas surgen de pronto como una necesaria indiscreción del pensamiento. Lo que sale a flote porque no puede mantenerse en lo profundo y es empujado por la roca o la piedra de manera irreversible. La Contracorriente no está en el río sino en el yo. La crítica social y el valor ético hallan escondite en el jugueteo sonoro de las palabras. El yo se manifiesta disgustado por que lo convoquen a ser “genuinamente mexicano”.
El yo del poemario, más sarcástico que sardónico, a pesar de autoincluirse en el escarnio, traza el juego escatológico del significado con el fin de burlarse de lo que quiere decir, de lo dicho y de preguntarle al “diablo de marras” “qué mitad de ella corresponde” [al] “paraje nacional”.
Detrás del poemario el lector percibirá también un “mínimo indicio de odio” proferido por la razón a toda esa bulla, esa fiesta, esos “hados silvestres”, “psicología en chusma”, “mala política”, “divulgaciones en el charco…” Y la mentira de querer hallarse en otro sitio, en otro país de afuera o inventado. La alienación ante “el crimen”, “el melodrama”, “la basura”, la “inculta reseña”, el “país camino a la tiesura de una pancarta”.
También son legibles los rasgos comunes a la poesía de López Mills: el uso del diálogo con la segunda persona, generalmente un espíritu; la metapoesía (el referente poético) en interacción con la voz poética que se inmiscuye en el plan de una ética personal y espiritual, bajo el reflejo de un desdén a las tradiciones que “de la bondad incluyen el escarmiento” y en donde “alma es la panza de un dios de todos […] tripa sin tesituras”, del que la poeta dice lo siguiente: “le propongo, y a cada actitud un gruñido, voy, vengo de cínica por la carne ahíta, romántico responso, voy de hambre, de mística vengo, de noche por el cuarto…” Finalmente, el intelectualismo léxico, más presente en este poemario que en los otros que genera un puente lingüístico para el río.
No es este un poemario tan nítido emotivamente como Cinco estaciones, Un lugar ajeno, Segunda persona, Glosas u Horas en los que aflora con más claridad el sentimiento. En Contracorriente persiste una duda constante en el yo, acarreada desde otros libros: la identidad resguardada en un espacio. La poeta escribe acerca del desgaste en Utopía, luego, del recorrido por sus calles-páginas: “leyendo al prójimo, sabiéndolo todo, como miente cuando afirma la verdad; barroca Utopía la que van imaginando, barroca isla aunque tenue tan pronto recurre a las trampas de una claridad que nadie agradece, para que entender, oscuro el oficio de la bondad, niña tente en pie…” Así se dice la poeta y se mira “agua/irse.”
Nos deja un claroscuro poético donde, tras hallar los enigmas, sabremos porqué el yo buscó esconderse tanto, puesto que aún tras de su refugio metafórico, sigue buscando una respuesta a sí misma, mientras Diógenes le grita a lo lejos que “se aparte aún más, que le tapa el sol”.
Estamos ante un poemario destreza que todo lector asiduo a la poesía debe leer. Acaso el encadenado léxico de los versos no sea pretensión o virtuosismo, sino la única manera de sacar del fondo las emociones. Dejo al futuro lector como primer enigma, los relatos que no revelo, sus personajes, sus sentimientos.
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